Ángela Reyes y la verosimilitud emocional de sus mujeres
"Hay muchas, muchísimas mujeres en la literatura de esta escritora, aunque tal vez sólo haya una, una única y verdadera mujer, (...) sus encarnaciones son inagotables y su conocimiento total".
Si hubiera que destacar un rasgo esencial, identificador, la virtud más notable y destacada de la narrativa de Ángela Reyes, yo señalaría sin dudarlo la verosimilitud emocional de sus personajes, especialmente los femeninos. En su novela Los trenes de marzo (11 M) tenemos una muestra espléndida, probablemente la más cuajada y sólida, de las galerías de personajes que pueblan las novelas de nuestra autora. Porque, aunque en amplios círculos literarios Ángela Reyes sea más conocida como poeta que como novelista, son también muchos los méritos y reconocimientos de Ángela como narradora. Su primera novela, Morir en Troya, que se publicó en 1996, obtuvo el premio “Juan Pablo Forner” del Ayuntamiento de Mérida. Adiós a las amazonas, su segunda novela, se publicó en 2004. Y Cuentos en la Arganzuela, su penúltima incursión narrativa, en 2005.
Confieso no haber leído esta colección de relatos, que acabo de mencionar, aunque sí gran parte de su extensa obra lírica y sus novelas. Por eso creo poder decir, con cierto fundamento, que la poeta y la novelista son la misma escritora: con sus preocupaciones recurrentes y su estilo personal, su valentía expresiva y sus referentes mitológicos y culturales, sus nostalgias marinas y sus pasiones vegetales.
Todo ello está presente en la obra de esta gaditana metamorfoseada en madrileña, que cambió la sierra de Grazalema y sus pinsapos por las faldas de Guadarrama y sus encinas. Nacidos o recriados en el cofre aquel de las palabras, por sus páginas pasean tan campantes los “ulises, poseidones, nausicas y telémacos”, charlando amigablemente con los “nerudas, hernández, oteros y góngoras”, mezclándose con “niñas azules y lázaros redivivos”, y cohabitando, naturalmente sin rubor alguno, con hombres y con mujeres —sobre todo con mujeres— corrientes y molientes, que proceden de nuestro más inmediato vecindario, de la propia calle.
Ahora bien, si por algo se distingue y personaliza la obra de Ángela Reyes es por su condición femenina. El tema de la mujer, en sus múltiples, variadas y convincentes manifestaciones, debería ser objeto de un ensayo, que no tenemos tiempo de desarrollar ahora, pero que daría mucho de sí; sugerencia o reto que me permito lanzar, como guante de ofendido, para que sea recogido por alguno de los lectores.
Porque la mujer está omnipresente en la obra de Ángela Reyes, tanto da que se encarne en moldes mitológicos, como en Fátimas, Martas, Rosas o Adelas. Hay muchas, muchísimas mujeres en la literatura de esta escritora, aunque tal vez sólo haya una, una única y verdadera mujer, tan selvática, oceánica y lunar, tan lógica, realista y sabia, tan fuerte, serena y emprendedora, y tan frágil, tan sensual, tan soñadora, que sus encarnaciones son inagotables y su conocimiento total, una quimera. A eso me refería antes, cuando mencioné la verosimilitud emocional de estos personajes.
En nuestra novelista el ser mujer es un regalo de la naturaleza, una gozosa manera de ver, palpar y contar la vida: una vocación. Las mujeres de Ángela son, en su poesía, dulces, tiernas, femeninas y osadamente sensuales. Y en su narrativa, mujeres de mirada intensa, barbilla recta y pecho erguido. Mujeres independientes, pasionales, tristes o delicadas, veraces en el amor y activas en el sexo; pero, sobre todo, tiernas, de una ternura profunda, acogedora y balsámica, que parece formar parte esencial del ADN de todos sus personajes femeninos, líricos o narrativos.
Porque vivir, para las mujeres de Ángela, es amanecer siempre con un motivo por el que luchar, sea el pan y la sal de una realista Adela, el amor de un artista medio frustrado con el que sueña Rosa, o que no se malogre el hijo sin padre que Marta lleva en el vientre.
Fragmento de texto leído por el autor en la presentación de la novela Los trenes de marzo (11-M), de Ángela Reyes, el 12 de mayo de 2008.
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