Tres poemas de Chely Lima

| Escrituras | 01/05/2019
Autorretrato de Chely Lima.
"Autorretrato, Kensington CA 2007". Foto: Chely Lima.

EQUÍVOCO, INCIERTO, TURBIO, ANFIBOLÓGICO

Serás desatendido, eso está claro. Serás confundido

con tu cuerpo, tu voz amaestrada para sonar dulce,

inofensiva. Pero tú eres tú eres tú eres tú:

El hombre solitario que vive entre dos mundos,

aquel que se mira en el espejo y solo ve su paradoja.

Los conocidos no escuchan cuando pronuncias tu verdadero nombre.

Los enemigos habrán de escupir a tus espaldas.

Nadie ama al que está adentro, constreñido.

Dual es una mala palabra. Ambiguo se dice del diablo.

Pero tú eres tú eres tú eres tú.  Ahí plantado.

Eres la línea prodigiosa donde se mezclan las aguas.

Eres la mutación esquiva, el próximo peldaño.

Estás hecho del material de los primeros dioses.

Equívoco, incierto, turbio, anfibológico.

Ahí plantado. 


YO SOY UN HOMBRE INVISIBLE...

Yo soy un hombre invisible.

Cuando me miras ves solamente

lo que estás pensando que

deberías ver. Mi cuerpo me oculta

con cuidado, como un laberinto;

semejante a una dulce boa que guardara

entre sus pliegues a alguien que

no se decide a gritar. Soy invisible.

Te escucho hablarle a mi cuerpo.

Desde adentro –que es como decir desde afuera–

percibo que mis pechos y mi sexo me esconden,

mis curvas camuflan las rectas donde yazgo.

Invisible, sonrío con rabia, con tristeza,

con sorna, con los labios sangrando.

Invisible. Tú declaras tu amor por alguien que

no existe. Y un hombre invisible se echa a reír.


TODAS ELLAS

Tendidas, con la respiración entrecortada

y las manos delante del rostro, anhelantes,

en habitaciones que desconozco,

esas mujeres ensueñan, se estremecen.

Puedo oír sus voces oscuras

hablando en un idioma dulce, ajeno.

Lloran, musitan hilachas de música,

engarfian los dedos pálidos en el hilo

que me une a todas ellas…

Tendido, con la respiración entrecortada

y las manos delante de mi rostro, anhelante,

en una habitación que no me pertenece,

yo ensueño, pendiente de sus voces oscuras.

Aprieto los párpados para verlas, para poderme asir

de algún modo a ese hilo que nos une;

una pita blanca, llameante, que se afila contra

el aire azul-prusia de octubre. Siento sus dedos

que se engarfian en mis hombros, me sostienen.

Me sostienen. Me calman.

Me traspasan su sangre translúcida.

Me salvan.

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