Tres poemas de Chely Lima
EQUÍVOCO, INCIERTO, TURBIO, ANFIBOLÓGICO
Serás desatendido, eso está claro. Serás confundido
con tu cuerpo, tu voz amaestrada para sonar dulce,
inofensiva. Pero tú eres tú eres tú eres tú:
El hombre solitario que vive entre dos mundos,
aquel que se mira en el espejo y solo ve su paradoja.
Los conocidos no escuchan cuando pronuncias tu verdadero nombre.
Los enemigos habrán de escupir a tus espaldas.
Nadie ama al que está adentro, constreñido.
Dual es una mala palabra. Ambiguo se dice del diablo.
Pero tú eres tú eres tú eres tú. Ahí plantado.
Eres la línea prodigiosa donde se mezclan las aguas.
Eres la mutación esquiva, el próximo peldaño.
Estás hecho del material de los primeros dioses.
Equívoco, incierto, turbio, anfibológico.
Ahí plantado.
YO SOY UN HOMBRE INVISIBLE...
Yo soy un hombre invisible.
Cuando me miras ves solamente
lo que estás pensando que
deberías ver. Mi cuerpo me oculta
con cuidado, como un laberinto;
semejante a una dulce boa que guardara
entre sus pliegues a alguien que
no se decide a gritar. Soy invisible.
Te escucho hablarle a mi cuerpo.
Desde adentro –que es como decir desde afuera–
percibo que mis pechos y mi sexo me esconden,
mis curvas camuflan las rectas donde yazgo.
Invisible, sonrío con rabia, con tristeza,
con sorna, con los labios sangrando.
Invisible. Tú declaras tu amor por alguien que
no existe. Y un hombre invisible se echa a reír.
TODAS ELLAS
Tendidas, con la respiración entrecortada
y las manos delante del rostro, anhelantes,
en habitaciones que desconozco,
esas mujeres ensueñan, se estremecen.
Puedo oír sus voces oscuras
hablando en un idioma dulce, ajeno.
Lloran, musitan hilachas de música,
engarfian los dedos pálidos en el hilo
que me une a todas ellas…
Tendido, con la respiración entrecortada
y las manos delante de mi rostro, anhelante,
en una habitación que no me pertenece,
yo ensueño, pendiente de sus voces oscuras.
Aprieto los párpados para verlas, para poderme asir
de algún modo a ese hilo que nos une;
una pita blanca, llameante, que se afila contra
el aire azul-prusia de octubre. Siento sus dedos
que se engarfian en mis hombros, me sostienen.
Me sostienen. Me calman.
Me traspasan su sangre translúcida.
Me salvan.
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Nunca había leído una poesía tan rotunda, adolorida pero honesta: la verdad de una identidad ignorada o condenada por otros grita en susurros internos afilados como tijeras listas a cortar lo que lo esconde. Eres quien eres quien eres, punto. Y la poesía florece en este ser trans valiente, valioso. Maravilla de tu poesía.