"La lesión primordial". Poesía de Anisley Miraz
PRESUNCIÓN IURIS TANTUM
Tengo un sistema respiratorio, un corazón,
una carne que, llegada la hora,
poco después de la definitiva noche de mi tiempo,
se volverá sustento de anélidos y arqueas.
No quedará memoria del tinte de mi piel,
no constará en archivos mi estremecida voz,
nadie rubricará mis oblaciones.
Pero no solo soy aspecto, masa de músculos y células:
asumo parestesia de Jackes–Laurent,
agorafobia, miedo al miedo,
a la gran plaza llena se stoas, pritaneos, baños públicos,
donde no descuartizaron a Hipatia de Alejandría,
aunque podrían asesinarme a mí,
nacida en 1981, año del Gallo y de la Invalidez,
año en que detienen al célebre “destripador de Yorkshire”,
en que despega desde el Centro Espacial Kennedy
la nave Columbia…
Yo además padezco mioclonía,
neurastenia, anagnórisis,
y otras tantas virtudes, presumo, imperdonables,
que serán señaladas para siempre.
SELECCIÓN NATURAL
Digo (sin tiempo a rescindir):
la trampa es quien provoca,
y juego a ser fantoche
a veces manejado por mis propios instintos,
otras, por una petulante autoridad.
Expreso (sin vocación por la oratoria):
la evolución de las especies comenzó
por una partícula sobrante,
por la náusea de dios,
por su estridente vómito…
Aún duermo con la esperanza
de no ser un simple hominoideo
cuando despierte.
LÓGICA PROPOSICIONAL
Sentarme en un puntal muy parecido
a la concavidad donde el Poeta
(derramado y auténtico)
extravió la espada Ex Calce Liberatus.
Descansar donde una vez al poeta infalible
transfundieron con sangre de otro siglo,
dializaron con fluido inmortal.
Como yo, el Verdadero,
malgastó su oro, su lengua, sus inviernos,
la mordida del animal correspondiente.
El problema no es el de asentarse:
las manos posadas sobre el filo,
estribado sobre un borde el espinazo…
Son las runas que pronto quedarán olvidadas,
la palabra que a menudo no brota,
la exégesis de la profundidad
en discordancia eterna con la altura.
Si me atrevo a sentarme en el puntal
ya no es para escribir,
acomodar mis miedos, descreer
como el poeta desértico, ultrajado,
que ha sido Homero
y en breve será Ulises, será Nadie…
Yo asumo este puntal, el que me toca
por designio, por absurda estadística,
imaginando que las bestias
no afilan sus taludes en mi rostro,
pero sigo sin lengua, sin oro, sin inviernos,
aunque destine un tronco menos áspero
una sinuosidad menos profunda
que la escogida por el gran poeta maldito.
Simplemente traspaso esta sospecha,
este melindre al cáliz de jugo envenenado.
Escribo en las cenizas del tigre de Bengala,
el tigre que jamás conocí, que nunca fue mi tigre,
y se me va la época esperando.
Yo habitaré el puntal posible,
el mástil sin remedio,
la oquedad divergente,
y acaso
me recuerden alguna que otra vez.
MOVIMIENTO BROWNIANO
He visto ampliarse repetidamente
los círculos del agua,
sin saber hacia que confines van,
de qué confines vuelven.
He visto acaecer la oscuridad sin propósito alguno,
el movimiento de las trizas de polen,
privado de razón como mis pensamientos…
Lento agujereo de sombras.
Lenta la soledad royendo paso a paso…
Y en el umbral del tiempo, el mismo eclipse,
el perdurable fin
anunciado por babilónicos y asirios.
Cíclicos los gigantes gaseosos,
la lesión primordial;
pausado ruido de cruzadas
volviendo cada vez,
flemática contienda que solo tiene génesis…
Ah… pero el tiempo hoy se ha detenido
en el justo momento en que comienza
el desangrado.
PARASOMNIA
Mis pupilas se abren a una legión oscura
que no teme abrir más la ventana,
metérseme en el cuerpo y reventar.
Así, interpretando un rol inadmisible,
comienza mi miedo a las preguntas,
a la hoz cercenando, a la avidez sin fin.
Comienzan a dolerme
el soplo, los domingos,
la cena pascual repetida cien veces,
tal vez otro silencio
donde se han descubierto
humildemente solos
mis demonios de ayer.
Yo padezco de insomnio.
Un perdurable insomnio
de ventanas abiertas
cuando duermo.
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