Cuento ⎸Inflar, llenar de aire algo

“Inflar, llenar de aire algo”, pertenece al libro en proceso “Basura Biología”. En “Basura Biología”, el autor agrupa todos los textos de narrativa que ha ido escribiendo principalmente en el exilio.

| Escrituras | 09/12/2023
pareja de hombres
"Ken Moody y Robert Sherman" (1984), Robert Mapplethorpe

No he salido del cuarto. Comí lo mismo de ayer: hígado, arroz blanco, ensalada de tomate y zanahoria. He repetido en estos últimos tiempos ese menú. Deseaba estar, en silencio, escuchando las puertas de los vecinos cómo se abren, cómo se cierran, cómo sus hijos gritan de felicidad, cómo gritan de dolor. Le acaban de lanzar una olla a uno de ellos. Creo que le han fracturado un brazo. La madre llora junto a la hija. La joven madre le aparta el pelo de la frente a la niña, le da un beso y le dice: “Perdóname, no fue mi intención”.

Todos dicen lo mismo, “no fue mi intención”. Esa expresión fue la que me dijiste horas después de verte besándote con un tipo en medio de un parque. Nos vimos, pero hicimos como si no nos hubiéramos visto. Yo desvíe el trayecto para tratar de no encontrarme con tu mirada. Pero al girar la cabeza te percataste de mí. Al llegar a casa sin apenas saludarme me dijiste: “No fue mi intención, me dejé llevar… Pero sabes que te amo”.

Escuché tus palabras, las creí innecesarias. Los dos teníamos la libertad de hacer lo que nos diera la gana sin buscar justificaciones. No te contesté nada.

Vivo contigo porque necesito que alguien me ayude con el pago de la casa. Teníamos sexo por comodidad, por instinto, dormíamos en la misma cama y en medio de la noche las manos se desplazan. Tu rostro es huesudo, de mandíbulas cuadradas, llevas bigote, tu rostro no es hermoso, igual no me desagrada. Lo que más me gusta de ti es tu ombligo. Tienes unos negrísimos cabellos encrespados, abundantes. Tu pene es espectacular, pudieras dedicarte a vender fotos de tu sexo. Tu pinga es gruesa, cuando tu pene está sin erección la cabeza está cubierta. Al recibir estímulos el glande se descubre rosado, húmedo, redondo, apetecible. Es un “miembro” para ser fotografiado sin dudas. Miembro, qué palabra más fea para nombrar esa parte del cuerpo que despierta tantos deseos, qué palabra más fea para referirse a ese escrutador, a ese trozo de carne que se hincha, por los conductos llenos de sangre. Solo al ver esa parte de tu cuerpo puedo justificar todos tus deslices. La vida es equilibrio.

Amanece. Duermes. Aprovecho esta hora para escribir. No le veo nada aberrante a que el motivo de mis textos sean tus genitales, aunque muchos de mis amigos creen que soy un sucio, un degenerado, por escribir de tu sexo. Ellos usan camisetas sin mangas, exhiben brazos fornidos, musculosos. Brazos que son fabricados yendo todos los días al gimnasio. (Ir a los gimnasios se ha convertido en una práctica respetable). Construir un cuerpo que despierte el deseo es legítimo, se celebra. Pero si hablamos en público, o en algún escrito de las proporciones de un pene, que no crece, ni se engrosa por medio de ninguna práctica deportiva, entonces somos seres aberrantes.

La heroicidad de mis días ha sido soportar tu compañía. Saber que vives aquí porque necesito la parte del dinero que aportas. Pienso que muchas parejas se mantienen juntas por esa dependencia. Ahora la heroicidad se convierte en farsa, mentira. Lo heroico es una batalla conmigo mismo, para que no me salga en las conversaciones el doble sentido, el sarcasmo.

Hace frío, estás tapado de pies a cabeza. No sé cómo puedes dormir así. Te pareces a un bulto de los cadáveres que vi en el documental de la morgue. Para colmo duermes sin hacer el mínimo movimiento, sin ocupar casi nada de la cama. Y haces bien, la cama la compré yo.

No solo ocupas poco espacio en la cama. Casi no hablas, llevo tres años contigo y no sé qué piensas de la política, qué música te gusta, cuál es tu color favorito… Hablas lo elemental, lo que no tiene ninguna importancia. Me contaste una mañana en el desayuno que trabajaste en un club gay, cobrando las entradas, y guardando las mochilas de los clientes en un casillero de metal. Cada tres horas tenías que hacer limpieza en los baños y los cuartos oscuros. De esa conversación recuerdo que me dijiste: “Lo que más me molestaba de ese trabajo era el intenso olor a semen al entrar a los baños, en los cuartos oscuros”. Tenías que cambiar las bolsas plásticas en los cestos de la basura, barrer, recoger los papeles sanitarios llenos de leche y mierda. “Pero a todo uno se acostumbra”.

No sé nada de tus padres, tampoco cómo consigues el dinero que aportas para el arriendo. Tienes una vida sin expectativas. A veces he sentido envidia de una vida así, sin aspiraciones, sin metas, sin sueños. Una vida como la tuya se parece mucho a la naturaleza. Los árboles, las palomas que a diario se posan en el alero de la ventana, no tienen deseos, no piensan en el futuro, no quieren comprar nada, no son alegres, pero tampoco tristes. Las personas como tú son espantosamente inalterables.

Ahora que escribo de esa característica me percato que eso es lo que me mantiene viviendo a tu lado.

Yo, por el contrario, aspiro, sueño, me esfuerzo, me he alejado de mí, quiero otra vida, otro país. Si recuerdo mi niñez es para recordar la cantidad de veces que me rompieron los espejuelos, las burlas. Por eso no puedo perder la oportunidad de hacer quedar en ridículo a cualquier conocido en público.

Una amiga se nos acercó un día, vive sola. Le duran poco los novios. Es de una provincia de la Amazonía. Siempre sospeché de sus visitas, de su amabilidad. En una noche de vino y confesiones nos propuso hacer un trío. Yo tenía experiencia en los tríos con hombres, pero nunca lo había hecho con una mujer. La amiga estaba decidida, te bajó el zipper del short y empezó a chuparte el pene flácido. Yo me quedé unos minutos mirando la escena. Fuiste tú quien me llamó, que me incorporara. En ese momento te sentías violado, necesitabas ayuda para que ese arrebato terminara lo antes posible. Me incorporé al sexo pensando en los clásicos cuadros de orgías. Me incorporé para vivir la experiencia de hacerlo por vez primera con una mujer.

Las mujeres no lo dicen, pero casi todas quieren hacerlo con dos hombres. La fantasía de ser penetrada por la vagina o por el culo y tener un pene en la boca es una imagen demasiado excitante. Desde luego, la pornografía ha ayudado para hacer más popular estas escenas. Todo lo que uno ve con tanta devoción termina haciéndolo de alguna manera.

Sé que ese deseo está generalizado porque, en más de una ocasión, parejas de amigos gay me han contado que sus amigas le han propuesto hacer tríos. Para una mujer saber que en ese cuarto o apartamento viven dos hombres que se follan, saber que allí en ese domicilio hay dos penes, dos posibilidades de ser penetrada y en la misma cama, y en el mismo momento, que existe la posibilidad de que dos chorros de leche le puedan cubrir su cara de semen, es demasiado. Por lo menos las mujeres deberían proponérselo a las parejas de amigos gay. Una pareja de hombres para una amiga soltera siempre será una tentación.

Ella se comportaba con arrebato, estaba desesperada, no tuvo la sensualidad que siempre exijo. Sus movimientos eran de locura, como si lo que quisiera hubiera sido llegar al cansancio. Te miré con lástima, ella estaba sentada encima de tu pene, dando saltos. En ese momento hicimos equipo, los dos queríamos salir de todo esto lo más rápido posible.

La imagen de la mujer dando saltos no me agrada. En cambio, sí focalizo la mirada en el detalle de la penetración, en el momento de la entrada del pene. Cómo la carne sede a la carne que se mete con fuerza, cómo suenan los cuerpos cuando chocan sus nalgas en la pelvis de mi novio, el aire que se cuela en esa abertura. Como si lo que buscarán los dos fuera inflar, porque es muy probable que el deseo, el amor, no fuera más que eso, inflar, soplar, llenar de aire algo.

Inflar es sobredimensionar un simple hecho, por eso la mujer grita de placer, por eso decimos todo lo que decimos cuando uno cree estar viviendo el goce. Pero muy pronto llegará el momento de la higiene, las lavadas, sentarse en el inodoro blanco y expulsar los gases, los líquidos; llega el momento del desinfle, donde todo parece estar más tranquilo.

“Inflar, llenar de aire algo”, pertenece al libro en proceso “Basura Biología”. En “Basura Biología”, el autor agrupa todos los textos de narrativa que ha ido escribiendo principalmente en el exilio.

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