Narrativa mexicana ⎸El recado

La nostalgia y la espera dolorosa de una mujer que sabe que su amor no vendrá son el eje central de “El recado”, una joya de la narrativa de Elena Poniatowska.

| Escrituras | 05/01/2024
Foto de la artista polaca Laura Makabresku.
“Mujer en la ventana”. Laura Makabresku

Vine, Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recargada en tu puerta y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy. Es este tu pedacito de jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arrancan las ramas más accesibles… En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul marino, parecen soldados. Son muy graves, muy honestas. Tú también eres un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos… Todo tu jardín es sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza.

Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tus ventanas y poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día va a decaer. Tu vecina pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa cuando estás enfermo y que su hija te pone inyecciones… Pienso en ti muy despacio, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.

Estoy inclinada ante una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre: Donceles y Cinco de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas banquetas grises y monocordes rotas solo por el remolino de gente que va a tomar el camión, has de saber dentro de ti que te espero. Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien lo que te pongo. Afuera pasan más niños, corriendo. Y una señora con una olla advierte irritada: “No me sacudas la mano porque voy a tirar la leche…” Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor.

Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí… Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos ―oh mi amor― tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.

Ha caído la noche y ya casi no veo lo que estoy borroneando en la hoja rayada. Ya no percibo las letras. Allí donde no le entiendas en los espacios blancos, en los huecos, pon: “Te quiero…” No sé si voy a echar esta hoja debajo de la puerta, no sé. Me has dado un tal respeto de ti mismo… Quizá ahora que me vaya, sólo pase a pedirle a la vecina que te dé el recado: que te diga que vine.

“El recado” es un cuento de Elena Poniatowska. Está antologado en sus  Obras reunidas y se centra en el dolor de una mujer que sabe que el amor que espera no vendrá. Además de sus obras conocidas, Poniatowska ha realizado cortos cinematográficos, es miembro de la junta editorial de la revista feminista Fem y cofundadora de la Editorial Siglo XXI y de la Cineteca Nacional. A pesar de sus orígenes aristocráticos, ha sido una activista defensora de los derechos humanos. Una de sus obras feministas es la novela testimonial Hasta no verte, Jesús mío (1969), donde cuenta la vida de Jesusa Palancares (Josefina Bohórquez), una mujer de origen oaxaqueño, lavandera y víctima de la pobreza y la orfandad a quien se encontró gritando desde la azotea de un edificio en 1964, momento a partir del cual empezaron a reunirse para dialogar. De las notas de estos encuentros nació el testimonio.

La fotografía que acompaña a este cuento es de la artista polaca Laura Makabresku. Las fotografías de Makabresku construyen una narrativa visual que resulta tan misteriosa como elegante y que apela directamente a nuestras emociones más íntimas. También a las más oscuras. Muchas de sus fotos son autorretratos donde el cuerpo humano, con su belleza, debilidades, limitaciones y enfermedades juega un papel central. Respecto a su obra plantea: “Mis intereses me llevan a utilizar la fotografía creativa dejando de lado la vertiente documental. (…) Creo que la existencia general, y la existencia humana en especial, está marcada por el choque entre paradojas, por el equilibrio imposible entre el deseo de hacer el bien y nuestros fracasos, entre la ligereza y la oscuridad, la ternura y la crueldad, la esperanza y la desesperación”.

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