Poesía argentina │ Dos poemas de Amelia Biagioni

La poesía de Amelia Biagioni es un camino irrepetible, privado e íntimo pero compartido, donde la mujer escapa de las normas que intentan apresarla.

Cada día, cada noche

Cada día
me levanto sin nombre,
y en la nuca
una sombra
tenaz, ajena, a filo,
me acusa desde siempre;
y la culpa
total, indescifrable,
entera, me usurpa,
no sé quién soy, me oculto, huyo,
y me pierdo extranjera.
Hasta sentir,
cada noche,
una luz
fiel, entrañable, mansa,
que vuelca desde siempre
río, libélulas, sol, trébol
en mi cabeza más lejana,
y le apoya
alguna, aquella mano;
y cuando empiezo a recordarme,
un ruido sucio, espeso,
de sombra,
se interpone en la nuca
y despierto
sin nombre.

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Yo me resisto

Yo me resisto,
en la calle de los ahorcados,
a acatar la orden
de ser tibia y cautelosa,
de asirme a la seguridad,
de acomodarme en la costumbre,
de usar reloj y placidez,
aventura a cuerda,
palabra pálida y mortal
y ojos con límites.
Yo me resisto,
entre las muelas del fracaso,
a cumplir la ley de cansarme,
de resignarme,
de sentarme en lo fofo del mundo,
mortecina de una espada lánguida,
esperando el marasmo.
Yo me resisto,
acosada por silbatos atroces,
a la fatalidad
de encerrarme y perder la llave
o de arrojarme al pozo.
Con toda la médula
levanto, llevo, soy el miedo enorme,
y avanzo,
sin causa,
cantando entre ausentes.

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La poesía de Amelia Biagioni es testimonio de una búsqueda existencial perenne, siempre renovada. El lenguaje es, en ella, un instrumento para comprender el mundo y conocerse, a la par que un espacio habitable: “Se vive más hondo en la poesía”, escribió Biagioni en su primer libro, Sonata de soledad, y esa voluntad de “vivir en la poesía”, de construir con ella un espacio y crearse a sí misma en el proceso de creación poética, que fue constante en su obra, la convirtió en referente para otras poetas. Así lo advierte Alejandra Pizarnik a propósito de El humo, el tercer libro de Biagioni: “estos poemas son un lugar ―o un espacio― de reunión, [...] un lugar ―el poema― en donde otros solitarios se reúnen, se reconocen.”

Lo paradójico, lo que de algún modo salva a la autora en ese camino de autodefinición a través de la escritura, es, sin embargo, su capacidad de mutación, su naturaleza elusiva e indefinible. De tal modo, Amelia Biagioni se reinventa en cada libro, crea nuevos espacios, imágenes de sí en cuyo centro pone siempre lo inasible, esa libertad que le permite sortear las trampas de la fijeza y reinventarse. Su obra se vuelve entonces un camino irrepetible, privado e íntimo, pero compartido, donde la poeta, al escribirse, al pensarse, escapa de las normas que intentan apresarla, fugitiva y solidaria a un tiempo, dejando a quien la lee un singular ejemplo de resistencia.

Acompañan estos poemas de Amelia Biagioni, tres fotomontajes de Grete Stern. Alemana de origen judío, Stern huyó del nazismo y en 1935 se estableció en Argentina, donde produjo la mayor parte de su obra. Inspirada en el dadaísmo y el surrealismo, discípula del fotógrafo de la Bauhaus Walter Peterhans, Stern colaboró con la revista Sur, el Movimiento de Arte Concreto Invención y otros proyectos de la vanguardia artística argentina. Pero fueron sus trabajos para la revista femenina Idilio, a partir de 1948, los que le dieron la estatura artística con que hoy se la reconoce como la primera fotógrafa latinoamericana en abordar los problemas de la mujer. Su serie “Sueños” fue no solo revolucionaria desde el punto de vista estético, sino también una dura crítica desde el feminismo a la condición de “objeto del deseo” con que las sociedades patriarcales reducen a la mujer.