Poesía rusa │ Tres poemas de Anna Ajmátova
Condenada al ostracismo y vigilada hasta el final de su vida, Anna Ajmátova se aferró a la poesía como último recurso contra la barbarie.
La tierra natal
No la llevamos en oscuros amuletos,
ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella.
No perturba nuestro amargo sueño,
ni nos parece el paraíso prometido.
En nuestra alma no la convertimos
en objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
ni siquiera la recordamos.
Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.
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Por qué envenenaron el agua
¿Por qué envenenaron el agua
y enlodaron mi pan?
¿Por qué la última libertad
la han convertido en madriguera?
¿Acaso porque no me burlé
de la amarga muerte de mis amigos?
¿O porque fui siempre fiel a mi triste patria?
Que así sea.
Sin verdugo y sin cadalso
no se es poeta en esta tierra.
Son para nosotros las camisas de penitente.
El caminar con velas y el aullar.
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Réquiem
Ningún cielo extranjero me protegía,
ningún ala extraña escudaba mi rostro,
me erigí como testigo de un destino común,
superviviente de ese tiempo, de ese lugar.
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Rigurosa en su estilo, sin adornos frívolos ni tímidos escamoteos, desgarradora en su testimonio de la devastación de Rusia y de su propio sufrimiento bajo el terror soviético, pero reflejo no solo del dolor sino de la tenacidad de su carácter, la poesía de Anna Ajmátova disecciona, expone y denuncia los efectos de la opresión totalitaria. Frente al salvaje intento de destruir su cultura, condenada al ostracismo y vigilada hasta el final de su vida, Ajmátova se aferró a la poesía como último recurso contra la barbarie. Su obra trasciende así la tragedia nacional rusa, lo específico de sus circunstancias personales, y se convierte en expresión de esa libertad incorruptible con que, en los momentos más oscuros, el arte desnuda la crueldad, retrata la tragedia humana e ilumina el camino hacia la restauración de la justicia.
Acompañan estos poemas de Anna Ajmátova dos obras de la pintora Zinaida Serebriakova (1884-1967). Hija de una familia de artistas, Zinaida era ya una pintora conocida en Rusia cuando los bolcheviques tomaron el poder. Saqueados sus recursos durante la gran hambruna, muerto su esposo en la cárcel, y con cuatro hijos que sostener, trabajó durante un tiempo como dibujante en el Museo Arqueológico de Moscú hasta que en 1924 pudo viajar a Francia, donde se estableció otra vez como artista. Dos de sus hijos quedaron atrás, impedidos de viajar, y no fue hasta 1960, durante el proceso de desestalinización, que les permitieron reencontrarse. En 1966 una extensa muestra de su obra se expuso con éxito en Rusia, y la crítica comparó su talento con el de pintores como Renoir y Botticelli. Zinaida Serebriakova murió en París unos meses más tarde, a la edad de 82 años.
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