¿Una teoría del feminismo en la Cuba de los setenta? (tercera parte y final)
“Isabel Larguía y John Dumoulin fundaron una teoría científica del feminismo en una Cuba que rechazaba todo estudio sobre el tema.”
El panorama político y cultural que caracterizó a Cuba a partir de 1959 llamó la atención a intelectuales, artistas y personalidades políticas de diversas partes del mundo. Muchos de ellos, atraídos por una revolución que no había sido llevada a cabo por obreros, que carecía de un partido político y que todavía no acababa de definirse desde el punto de vista ideológico, llegaron a la isla entre 1959 y 1965. Quisieron conocer de cerca un proceso revolucionario que no muy tarde acabaría por traicionar a una buena parte de ellos.
Isabel Larguía
Entre los que arribaron a la isla en 1961 estuvo la argentina Isabel Larguía. Venía desde Berlín, donde había cursados estudios de cine. A Berlín había llegado como resultado de una petición de sus amigos de la intelectualidad latinoamericana residentes en París igual que ella. Fue en la capital francesa donde conoció a artistas y escritores de la isla allí exiliados. Eran los tiempos de la dictadura de Fulgencio Batista. Llegó a Cuba como documentalista de guerra, para filmar la invasión a Playa Girón. Pero cuando arribó a la isla todo había terminado. Fue entonces que decidió quedarse.
En Cuba encontró un Instituto de Cine recién inaugurado e inmerso en la búsqueda de un lenguaje cinematográfico a la altura del proceso revolucionario. Sus estudios de cine y sus relaciones con personalidades de la talla de Joris Ivens propiciaron su inserción en el entonces Instituto de Cine. Como documentalista trabajó para el departamento que con esos fines existía en la televisión cubana. Ese trabajo lo llevó a cabo hasta los años ochenta, en que regresó definitivamente a Argentina.
Isabel Larguía tenía también un amplio conocimiento de las diferentes teorías feministas no solo en Europa, sino también en América Latina. Admiraba a su tía, Susana Larguía, que era una conocida sufragista, fundadora de la Unión Argentina de Mujeres, conjuntamente con Victoria Ocampo.
A Susana Larguía se la considera hoy una de las principales figuras del pensamiento feminista latinoamericano. Por eso, no es de extrañar el interés de Isabel por investigar la problemática de la mujer cubana en un país inmerso en una amplia gama de cambios sociales. Fue algo que hizo a contracorriente, porque nunca recibió apoyo ni interés por parte de la Federación de Mujeres Cubanas.
John Dumoulin
Graduado de la Universidad de Harvard, John Dumoulin tenía interés por el estudio de las culturas afrocaribeñas. Envió solicitudes a diferentes instituciones europeas con el fin de que lo respaldaran para investigar esta temática. En 1957 fue llamado desde Cuba, donde había sido elegido para llevar a cabo sus estudios en 1958. Por la situación política de la isla ese año su viaje fue pospuesto. Y no fue hasta 1959, con la llegada del Ejército Rebelde al poder, que sus servicios como profesor se solicitaron por el nuevo Estado cubano.
Dumoulin trabajó en diversas esferas, pero una cuestión interesante es que Rolando T. Escardó, el poeta camagüeyano, en su condición de director del Instituto Nacional de Reforma Agraria, le pidió que fuera a trabajar con ese organismo por sus intereses sociológicos y los cambios en el campo cubano a raíz de la Ley de Reforma Agraria. Eso le permitió escribir más tarde sobre el campesino cubano, la zafra azucarera y otros temas desde una perspectiva sociológica.
Más tarde, se trasladó a la Academia de Ciencias de Cuba, de la que fue fundador. Allí se vinculó al Instituto de Etnología y Folklore, y fue uno de los primeros colaboradores de la revista de esa institución. Conoció a Argeliers León, a Alberto Pedro Díaz, Rogelio Martínez Furé y se relacionó con jóvenes investigadores e intelectuales de aquel tiempo.1
Asiduo visitante de la Casa de las Américas, fue en ese espacio donde Isabel y él se encontraron y comenzaron una relación que se mantuvo hasta la muerte de ella en Buenos Aires, en 1997.
Un extraordinario aporte al pensamiento feminista
A partir de 1968 el matrimonio Dumoulin-Larguía comienza a investigar, sin respaldo de ninguna institución cubana, los problemas que desde el punto de vista del marxismo y el feminismo presentaba la mujer en relación con el trabajo doméstico y otros aspectos.
En 1969 circularon el resultado de estas primeras indagaciones en un texto titulado “Por un feminismo científico”. Tuvieron lectores, pero nadie lo publicó entonces. No fue hasta 1971 que Haidée Santamaría lo hizo en la revista Casa de las Américas (volumen XI, no. 65-66), bajo el título “Hacia una concepción científica de la emancipación de la mujer en Cuba”.
Llama la atención el hecho de que este texto no fuera publicado en la revista Pensamiento Crítico, que ya circulaba desde 1968. Dado el carácter filosófico con el que abordaban el tema, su trabajo bien pudo interesar a aquel grupo de profesores siempre ávidos a cualquier novedad temática. Ya hoy no se podrá saber si los autores se acercaron o no al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Lo cierto es que ambos eran conocidos en esos medios por sus trabajos e investigaciones.
“Los círculos feministas y filosóficos de varios países consideraron el trabajo de Larguía y Dumoulin un extraordinario aporte al pensamiento feminista contemporáneo. No así en Cuba, donde apenas despertó interés.”
El ensayo en cuestión tuvo una inmediata repercusión internacional en Argentina, Francia y Estados Unidos entre otros espacios, donde los círculos feministas y filosóficos lo consideraron, como era, un extraordinario aporte al pensamiento feminista contemporáneo. No así en Cuba, donde apenas despertó interés. Las causas de este silencio/rechazo en la isla son expuestas por Mabel Bellucci y Enmanuel Theumer en el prólogo a Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin, donde afirman con exactitud:
Desde los años sesenta la cuestión de las mujeres en la sociedad cubana estuvo supeditada al famoso dictum del primer ministro Fidel Castro promulgado en 1966: “una revolución dentro de la revolución”. Mediante este plexo discursivo se proponía abordar las transformaciones en la vida de las mujeres como parte constitutiva del proceso revolucionario. En los años siguientes, tal articulación sería usada para cuestionar la agenda feminista y su pertinencia en un programa revolucionario. Tales debates no fueron privativos de la experiencia de países socialistas, sino que fueron parte de las tensiones entre agrupaciones de las izquierdas y el feminismo, en parte por el impacto de este en la configuración e impugnación de la protesta social.2
El trabajo doméstico y la filosofía marxista
Los datos para su investigación partieron de un enfoque sociológico que se centró en la relación entre psicología social y estructura social, de acuerdo con los propios autores. El terreno escogido para el trabajo de campo fue el de la Isla de la Juventud (antes Isla de Pinos). Era ese lugar el espacio en que Fidel Castro mandó a concentrar a miles de jóvenes de diferentes orígenes para realizar trabajos agrícolas y en otras esferas de la economía. El objetivo de Castro era repoblar la Isla ahora llamada de la Juventud.
Todo parece indicar que los investigadores trabajaron en allí durante el año 1968. Ese es el mismo momento que Sara Gómez filmaba, también en la Isla de la Juventud, sus documentales En la otra isla, Una isla para Miguel e Isla del Tesoro. No puedo afirmar si coincidieron allí. Pero lo que sí puede decirse es que la cineasta leyó los trabajos de Larguía y Dumoulin para la filmación de Mi aporte en 1972. Los investigadores sostienen en su ensayo “La mujer nueva. Teoría y práctica de su emancipación”, lo siguiente:
Al no existir una amplia bibliografía que sistematice la concepción marxista de la cuestión de la mujer, ocupan su lugar una serie de ideas y actitudes heredadas del pasado, cuando no hace su aparición el humanismo caritativo decimonónico, pretendiendo sustituirse al rigor de una conceptualización científica. Las ciencias sociales contemporáneas no pueden permitir que uno de sus campos más importantes permanezca detenido en los albores del siglo XX; dicho estatismo no puede sino amenazar el desarrollo armónico y concatenado del pensamiento político y social de su conjunto.3
Los autores refieren cómo el trabajo doméstico reproduce la fuerza de trabajo en la medida que tiene una determinada función social y a la vez económica. Esto nunca antes se había tenido en cuenta en el marco de la filosofía marxista. Marx no se refirió al trabajo doméstico en El Capital. Ni lo hizo Federico Engels cuando escribió La situación de la clase obrera en Inglaterra. Solo en un breve pasaje de la introducción de su libro describió someramente el trabajo de la mujer, pero esa descripción tiene tintes idílicos más que cualquier otra cosa: “Antes de la introducción de las máquinas, el hilado y el tejido de la materia prima se hacían en casa del obrero. La mujer y las hijas extendían el hilo que el marido tejía o vendía si no lo trabajaba”.4
El obrero es el hombre, como queda calificado por el autor. La mujer y las hijas solo le alcanzan el hilo. Engels no tuvo en cuenta que ese tiempo lo tomaban del trabajo doméstico. A pesar de que, desde la revolución industrial, en Inglaterra se había creado un proletariado femenino, ni Engels ni Marx lo analizaron como tal.
“A pesar de que, desde la revolución industrial, en Inglaterra se había creado un proletariado femenino, ni Engels ni Marx lo analizaron como tal.”
Los investigadores Larguía y Dumoulin sí dejaron muy claro que el trabajo doméstico no hace del ama de casa una clase social, por supuesto, y esa es una de las complejidades del análisis. Para ellos, no son otra cosa que un grupo demográfico que, como tal, tiene múltiples complejidades. Porque el ama de casa es considerada por los ensayistas como “un tipo definido de sujeto social”. Puede conceptualizarse desde este punto de vista porque quienes están abocadas a las labores del hogar adquieren sus propios intereses, necesidades, motivos, actitudes, hábitos y facultades que son muy comunes en tanto grupo social.
Habría que añadir también otra esfera de intereses comunes que se evidencian en sus relaciones, conversaciones en plazas, mercados, comercios y otros espacios. Se desarrolla en ellas un respeto hacia el conocimiento y el saber acumulado por sus mayores. Y esto ya adquiere matices abiertamente antropológicos, como afirmó tiempo después la feminista y antropóloga norteamericana Clarissa Pinkola, autora de Mujeres que corren con los lobos, en su libro A ciranda das mulheres sábias.
El “trabajo invisible” de la mujer
Hay otra cuestión sobre la cual los autores llaman la atención. Los espacios de trabajo creados para las mujeres reproducen el trabajo doméstico:
No es por casualidad que las mujeres son llevadas a incorporarse a la industria textil y sus derivados, a la industria alimenticia y farmacéutica, y a los servicios como maestras, enfermeras, secretarias, ascensoristas, telefonistas y sirvientas. Estas actividades no son más que la proyección en la esfera pública de las tareas que cumple la mujer en el seno de la familia.
Con excepción de los períodos de guerra, en los que la necesidad obliga a la incorporación de la mujer a la industria pesada, tiende a ser sistemáticamente marginada de todas las ramas de mayor desarrollo de las fuerzas productivas. […] Así se graba en la conciencia social de los trabajadores la idea de que la mujer solo puede realizar tareas auxiliares.5
El trabajo doméstico es, pues, catalogado por estos autores como “trabajo invisible”, al no ser reconocida la mujer como fuerza de trabajo. El trabajo fuera de la casa es el que solo distingue la labor productiva de la mujer. La trabajadora que regresa al hogar después de ocho horas o más de trabajo se ve obligada a enfrentar una nueva jornada productiva. Lo que se hace evidente, y, es lo que exponen los autores de este ensayo, es que no es posible la incorporación de la mujer al trabajo, cualquiera que sea la esfera, si no se tiene en cuenta un estudio científico de sus condiciones. Eso jamás se hizo en Cuba y Sara Gómez lo expone en su documental Mi aporte.
Los cambios en la familia, en la mentalidad del “amadecasismo” (como en su día señaló la feminista norteamericana Betty Friedan) son, entre otros factores, aspectos que deben ser estudiados. Justamente eso fue lo que nunca hizo la Federación de Mujeres Cubanas.
La investigación llevada a cabo por Isabel Larguía y John Dumoulin iba en contra de los intereses de la organización femenina de la isla y del propio Estado cubano, quienes consideraban al feminismo como una amenaza por su marcado activismo social. Virginia Vargas, quien hace el prólogo al libro publicado por CLACSO afirma con razón:
La Federación de Mujeres Cubanas no era feminista y no tenía buena opinión del feminismo latinoamericano. Consideraban sospechosa la producción intelectual de Isabel y John justamente por considerarla una obra feminista […] a pesar de que la dupla proponía la construcción de una nueva moral para enfrentar la dimensión genérico-sexual de la discriminación de las mujeres y su impacto en la vida cotidiana, la heterosexualidad obligatoria quedó incuestionada cerrando así las puertas a la sexualidad reproductiva. En breve, ese era el peso del “clima” patriarcal de las izquierdas cubanas y latinoamericanas.6
No podía esperase otra cosa de Federación de Mujeres Cubanas, organización marcada por la mediocridad, la falta de cultura y la postura dictatorial de su “eterna presidenta”, Vilma Espín.
El rechazo de Cuba al feminismo
Isabel Larguía tenía no solo una trayectoria como documentalista de guerra en África, sino también un amplio conocimiento de la historia, la antropología y la sociología. Había estudiado Historia en la Universidad de La Habana en los sesenta, cuando todavía había un claustro de profesores respetable. Pero además de estos factores en contra, había filmado los sucesos de la Embajada del Perú desde las dos partes ―los de adentro y los de afuera― para los Estudios Fílmicos de la TV cubana (Hoy no se sabe a dónde fueron a parar esos materiales ni si se llegaron a exhibir). Participó en diversos congresos internacionales de sociología y antropología. Estuvo en la Tercera Conferencia Mundial sobre la Mujer llevada a cabo en Nairobi, en 1985, pero nunca invitada por la FMC.
“La organización femenina de la isla, y el propio Estado cubano, consideraban al feminismo como una amenaza por su marcado activismo social.”
A lo largo de sus ensayos e investigaciones Isabel Larguía tocó hondo los problemas de la mujer cubana y de la mujer en general. El rechazo de Cuba al feminismo lo explicó y, al hacerlo, cuestionaba la postura de la FMC y su carencia de un corpus ideológico y cultural para enfrentar el problema:
La oleada feminista de la década del sesenta y comienzos de la del setenta, presenta reivindicaciones programáticas que no coinciden en modo directo con los de la clase obrera. Esto a su vez da lugar a que el movimiento feminista sea condenado como simple diversionismo. Pero es preciso contemplar la situación de las mujeres en su conjunto, para encontrar el significado de este brote de conciencia femenina.7
En un texto titulado “El economismo femenino”, Isabel Larguía señalaba una serie de problemas que nunca se tuvieron en cuenta en la isla. Fue Sara Gómez ―quien no solo debió conocerla, sino también leerla, como ya he afirmado, para su documental Mi aporte― la otra mujer que caló, desde perspectivas sociológicas y antropológicas, en los problemas de la mujer cubana. No es casual que la FMC censurara también este texto fílmico único y trascendental sobre la mujer cubana. Larguía afirmaba:
Uno de los problemas fundamentales que confronta la emancipación de la mujer en esta época es la resistencia espontánea que ofrecen no solo los hombres, sino las mujeres mismas, a los cambios revolucionarios en su situación. Todavía encadenadas a una cultura formada durante milenios de discriminación, se aferran inconscientemente a los “valores femeninos tradicionales”, o sea, a la ideología clandestina del sexo. En estas condiciones, de no mediar la vigorosa acción de las fuerzas revolucionarias, la primera toma de conciencia de la mujer derivaría hacia formas parciales de liberación que por su estrechez presentan el peligro de cristalización y reversión hacia una ideología sectorial de contenido reaccionario.8
Una teoría científica del feminismo en Cuba
Justamente esto fue lo que ocurrió en la isla con la situación de la mujer. No es posible abordar todos los artículos e investigaciones de Larguía y Dumoulin en tan breve espacio. Pero sí es necesario afirmar que ambos desafiaron el contexto y escribieron a contracorriente. Fundaron una teoría científica del feminismo en una Cuba que rechazaba todo estudio sobre el tema. Todavía hoy se desconocen los aportes científicos de ambos investigadores por las supuestas feministas oficialistas de Cuba. No obstante, allí están los textos a la espera de nuevas lecturas.
Isabel, John y Sara Gómez abrieron un camino a las luchas de la mujer en la isla. Ahora es necesario volver a encontrarlo y seguirlo desde una perspectiva científica. Esto es algo que, entre muchas otras cosas, urge para Cuba.
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1 John Dumoulin publicó en Cuba los siguientes libros: Cultura, sociedad y desarrollo (1973), 20 años de matrimonios en Cuba (1977) y Azúcar y lucha de clases (1980); todos por la Editorial de Ciencias Sociales. Hoy se desconocen totalmente en la isla.
2 Mabel Bellucci y Enmanuel Theumer (comp.): Estudio introductorio a Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin, CLACSO, Buenos Aires, 2019, p.55.
3 Isabel Larguía y John Dumoulin: “La mujer nueva. Teoría y práctica de su emancipación”, en: Desde la Cuba revolucionaria…, ed. cit., p. 115.
4 Federico Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, Ed. Akal, Argentina-España-México, 2020, p. 57.
5 Isabel Larguía y John Dumoulin: ob.cit., p. 128.
6 Virginia Vargas: Prólogo a Mabel Bellucci y Enmanuel Theumer: ob. cit., p.13.
7 Isabel Larguía: “Aspectos de la condición laboral de la mujer”, conferencia presentada en el VIII Congreso Internacional de Ciencias Antropológicas y Etnológicas en agosto de 1973, en: Mabel Bellucci y Enmanuel Theumer: ob. cit., p. 178.
8Isabel Larguía: “El economismo femenino”, en: ob. cit., p. 141.
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