Entrevista ⎸ Tania Tasé: “Nunca supe sonreír para complacer a alguien”
Aunque no se considera influencer, el activismo de Tania Tasé desde el exilio ha servido de ayuda a sus conciudadanos en Cuba.
En esa plaza pública que es Facebook, el accionar de Tania Tasé ―quien se hace llamar en su perfil como Las Taniadas― fue robando irreversiblemente mi simpatía. Hija de padre cubano y madre alemana, nació en la RDA en 1968, donde vivió un año antes de mudarse con su familia para Cuba. A pesar de ser el fruto híbrido de dos hemisferios muy distantes, siempre se ha considerado cubana por los cuatro costados. Tan es así, que libró sus batallas en este archipiélago hasta el límite de lo posible. Regresar a su tierra de nacimiento nunca fue una opción a considerar, de modo que el exilio es para ella un fardo difícil de llevar.
Su honestidad rasa lo impensable, y considera la utilidad de las acciones y los empeños por encima de la humildad. Cuando le propuse este encuentro, me cuestionó varias veces lo mismo: “¿Una entrevista? ¿A mí? ¿Por qué?” Pienso que los que han tenido otras experiencias vitales en este país, aun atontados por la manipulación, deberían conocer otros ángulos de su propia realidad, la mayoría de las veces escondida detrás de sus propios engaños. Por eso es esta entrevista.
Aunque no se considera propiamente una influencer, el activismo de Tania Tasé, a contrapelo de posturas y posicionamientos, es algo que salta a la vista. Con la promesa de no hurgar demasiado en el asunto, el modo de ayudar efectivamente a sus conciudadanos en Cuba rebasa con creces el palabreo. Matemática de formación, ha hecho de todo en su historia laboral, incluso renunciar a esa pasión por las Ciencias Exactas, con tal de no renegar de sus principios.
En estos días de intercambio, en un segundo nivel de comunicación, que no es ni remotamente el último, descubro a una persona profundamente comprometida con una aspiración ―una que todos deberíamos compartir― y a la que abrazo desde esta barricada en el Caribe.
La de este enlace es una buenísima historia para comprender un poco tus antecedentes familiares, los avatares que experimentó tu padre en Cuba, y con él tu familia, que dejan a cualquiera sin palabras. A pesar de hablar del protagonista en tercera persona, hay mucho de tu intención vertida en la narración, por lo que quisiera ser más directo. ¿Qué experimentabas tú mientras sucedían estas cosas?
Hermano, ahora que soy adulta, madre y abuela, es que puedo tener una idea realista de cuánto me protegieron mis padres, siempre, pero especialmente en esa época. Así que yo sabía lo que estaba pasando y que estaba muy mal, pero no podía imaginar las consecuencias que eso tendría en mi forma de pensar y de actuar. En aquel momento yo tenía mucho miedo por mis padres, y al ver a mi papá regresar a casa, pensé que ya todo se había “aclarado”.
¿Cómo llevaste tu pasión por el deporte, y luego la determinación de estudiar matemática, rodeada de un clima sociopolítico sospechosamente enrarecido para las expectativas familiares? ¿Se empezaba a incubar ya tu inconformidad en aquel entonces?
A ver, estaba en una edad en que era buena en muchas cosas, el deporte, las asignaturas de ciencias y letras por igual. Era una lectora voraz, y tuve la suerte de poder hacerles cualquier pregunta, por incómoda que fuera, a mis padres, con la seguridad de obtener respuestas sinceras. Aunque no siempre directas, ellos me daban su conocimiento y su experiencia sobre cualquier tema, pero me hacían pensar, dejaban que yo sacara mis propias conclusiones, y no siempre coincidíamos.
En ocasiones me mandaban directamente a leer un libro, capítulo o párrafo determinado, y dejaban que eso se asentara en mi cabeza adolescente. Después lo discutíamos. Por esas lecturas, más que por lo que pasaba a mi alrededor, me daba cuenta de que la historia de Cuba no era como la contaban en la escuela o en la TV. No podía darme cuenta de las mentiras, pero sí de las omisiones. Y entendí que a veces el modo de hacer una mentira más efectiva es sencillamente omitir una parte de la verdad. Todo eso era bastante complejo para mis 16 años. Así me refugié en el reino de los números, donde yo creía que no había nada que discutir, porque siempre todo era exacto. Además, era mi pasión. Las matemáticas son mi más antiguo y duradero amor. Hasta hoy.
La gente de países anglófonos tienen una frase para referirse a situaciones y gente incómoda: “es como un grano en el culo”. En nuestro contexto hispanoparlante lo hemos reemplazado por un pequeño artrópodo, que es igual o peor de molesto. Cuando empezaste a trabajar, luego de tu graduación, ¿sabías en ese momento que eras una ladilla en el culo para directivos, funcionarios y burócratas de la Academia de Ciencias, el Ministerio de Industria Ligera (MINIL) y otras instancias oficiales por donde pasaste?
No era mi intención ser un artrópodo. Resultó así porque no obedecía todo como un robot, aunque trabajaba como una máquina. Nunca participaba en actividades políticas, no sólo por rebeldía o inconformidad, sino también porque me aburrían a morir. Ya luego se puso el juego más serio cuando se me pedía falsear datos y estadísticas en cosas muy graves. Tendría que haber violado mi sagrado templo de los números y no estuve dispuesta a hacerlo. Sobre todo, porque sabía que falsear las estadísticas afectaría a muchas personas. Ahí empezaron a ponerse las cosas muy duras para mí.
Tu caso tipifica el de muchas cubanas y cubanos que se ven obligados a renunciar al ejercicio de sus profesiones y oficios por diferencias, o a veces, simplemente, matices políticos. ¿De qué modo llevaste tus otras ocupaciones como bibliotecaria, o en comunales, antes de que dejaran de ofertarte empleos estatales? Y luego de eso, ¿cómo le entraste al trabajo en los agros y la chapea de jardines?
Bueno, ahí tengo que decir que a mí no me ofertaban trabajos estatales. Como muchas personas en Cuba, llegaba a los trabajos a partir de personas conocidas, amistades; y como mujer, también a través de amistades masculinas que querían lograr “algo” conmigo. A medida que crecía mi fama de persona “conflictiva” o inadaptable, esas opciones tendieron a cero. Además, no participaba en las actividades de las organizaciones de masas y no obtenía verificaciones positivas para los trabajos.
Tenía un talento increíble para la bronca. Nunca supe sonreír para complacer a alguien, ni callarme cuando fui provocada. Y cometí el error de dejarme llevar por mi pasión en vez de ofrecer argumentos. Me curé de eso después, cuando pasé la prueba más difícil que me pusieron la vida y el sistema. Y no es que haya perdido pasión, sino que he ganado en argumentos. Llegué a tener una tarima en un agro por la necesidad de mantener a mis hijas y a mí misma, y porque no le tengo miedo ni rechazo ningún trabajo, por duro que sea.
Me comentabas que nunca más volviste a Alemania desde que viniste con tus padres a residir en Cuba. ¿Cómo fue el impacto de regresar a tu tierra natal, aun considerándote cubana, por razones ajenas a tu más expresa voluntad?
El impacto no fue muy distinto al que tuvo en el resto de los cubanos que viven hoy en Alemania. Fue bestial. Desde el clima, el idioma que es muy difícil para los hispanohablantes, la limpieza y la belleza, el orden, el transporte, en fin: todo. Pero lo que más me impactó fue la ausencia de temor de la gente a expresarse, a protestar ante las inconformidades. Extrañaba de una manera terrible a mis hijas y mi nieto, que tuve que dejar en Cuba con apenas 8 meses de edad.
A mis pocos amigos que eran como de la familia, los añoraba muchísimo también. Y no era de una manera romántico-nostálgica, simplemente me faltaban en la piel. Y ya, desde el primer día, a pesar de las bellezas que descubría aquí a cada paso, me dolía un pedazo del cuerpo. Me dolía la ausencia del mar. Lo buscaba donde quiera. Lo busco aún. No sé si esto se pueda entender. Es todo muy loco.
¿Qué sucedió la última vez que estuviste en Cuba? ¿Por qué no has podido regresar?
Mira, eso fue complejo y no sé si el espacio de esta conversación sea adecuado para decirlo, ni si yo sepa expresarme adecuadamente, pero lo intentaré desde el raciocinio y no desde la rabia. Estuve en Cuba por última vez en marzo del 2019. Estaba viendo en las noticias, desde los últimos días de enero, la catástrofe que provocó el tornado en La Habana. Y vi también cómo el desgobierno de Cuba trataba de impedir que los de afuera y los de adentro ayudáramos por el canal persona-persona, sin pasar por los canales oficiales donde, y para decirlo con decencia, siempre se diluye la donación de alguna manera que no llega a los damnificados.
En ese viaje estábamos mi familia y yo intentando cumplir la última voluntad de mi madre, que murió en el 2018: que estuviéramos todos juntos cerca del mar que ella tanto amó. Así que lo hicimos, pero mi mente matemática quiso hacer un combito. Yo sabía ya que estaban confiscando casi toda la ayuda material a los damnificados, entonces llevé algunas medicinas, algo de ropa, pero mucho dinero para entregar a las víctimas, porque en ese momento todavía las tiendas en CUC estaban abastecidas. Mis vecinos de Alamar que tenían familia en Regla y Guanabacoa me dieron la información de los afectados que necesitaban con más urgencia algo de ayuda. Y ahí fui, pero resultó lo de siempre, parece que alguien tuvo envidia de la ayuda que llegó a otra persona y chivateó.
A mi familia yo no les dije nada de lo que estaba haciendo porque era un viaje muy personal y lleno de dolor como te expliqué antes. Cumplir la última voluntad de mi madre era un poco como llevarla de regreso a Cuba y al mar. Y yo no estaba segura de que los demás entendieran que yo mezclara las cosas. Entonces llegaron los oficiales y me cargaron en un carro particular para llevarme a un sitio que yo aún no sé qué es, pero presumo que debe ser una de sus famosas casas de inseguridad, a donde llevan a la gente cuando no quieren levantar mucho escándalo, encerrándote en un calabozo.
Ahí la preguntadera fue larga, no podían entender de ninguna manera que nadie me mandó, y que no estaba tratando de financiar a ningún grupo opositor. Me confiscaron para investigación algunos paquetes pequeños de ropa y medicina que llevaba. El dinero, no. Pero me advirtieron muy claramente que no podía salir de La Habana, y que no podía ir más a Regla y Guanabacoa. Y me dejaron ir. Pero como soy muy terca y no me gusta que me prohíban cosas, fui otra vez a ver a esas familias.
Entonces, cuando viajaba de regreso, sola, porque mi padre y mi hermano regresaron a Alemania una semana antes que yo, me metieron en una oficina en el aeropuerto y dos oficiales de inmigración, de los que no conozco nombres ni grado, me dijeron que me dejarían salir, pero que nunca más iban a dejarme entrar a Cuba. Me alteré, grité y me puse violenta, y las cosas subieron de tono. En resumen, me porté muy mal. Hay más cosas que prefiero no contar por el momento.
Tu postura y solidaridad con la suerte de los que hemos quedado atrapados de este lado es bien explícita, antecede cualquiera de tus enunciados en las redes sociales. Cuando abriste tu cuenta de Facebook en 2018, ¿sabías que se iba a convertir en un mecanismo de difusión tan efectivo? ¿Consideras que su alcance es suficiente para denunciar todos los desmanes y atropellos que aquí se cometen?
No. No tenía la menor idea de que me fuera convertir en mecanismo de nada. Aún ahora no creo que lo sea. Tenía ―y tengo― algunos prejuicios-juicios sobre las redes sociales. En el 2018 nació mi nieto más pequeño en Estados Unidos. Viajé allá para estar presente antes, durante y después del parto y acompañar a mi hija y a su esposo en lo que fue el momento más importante de sus vidas. Mi estancia allá coincidió con la triste noticia de la caída del avión fletado que iba rumbo a Holguín, y el mal manejo de las autoridades cubanas del hecho.
Seguí la noticia por los canales de la Florida, por internet, por los canales del oficialismo cubano, pero también por Facebook, porque mi hija me mostraba las publicaciones que iban saliendo. Y me quedé atrapada. Cuando regresé a Alemania, después de que nació mi nietecito, después de pasar por Cuba a ver a mi otra hija y mi otro nieto, decidí abrir mi cuenta en Facebook, pero sin la menor idea de adónde me llevaría esa decisión.
Con respecto al alcance, después de varios años de trabajo, porque eso para mí es trabajo no remunerado, no salgo de mi asombro por haberme convertido de alguna manera en alguien que muchos piensan que conocen. Y no, no considero que sea suficiente su alcance para movilizar. Hay mucho que se puede lograr denunciando o haciendo pensar a las personas. Esto es siempre un ejercicio, y con mucha frecuencia son los demás los que me hacen pensar a mí. Mas, no se debe perder de vista que las redes sociales son una herramienta muy poderosa, pero sólo eso: una herramienta.
Mi alcance no es tan grande tampoco: tengo poco más de 5 mil seguidores a los que prefiero llamar acompañantes. Acompañar es una palabra que me gusta mucho. Me ha sacado muchas veces de la soledad y el dolor que alguien me acompañe. Trato, y es así de hecho, que cada uno de mis post sea una propuesta a acompañarnos y pensar juntos. No me concentro en los likes, y sí en los comentarios y en las veces que se comparte, porque las ideas de los demás son los que hacen crecer mi propuesta ―aunque en ocasiones no concuerde completamente― porque enriquecen la comunicación. Y de eso se trata: de que los cubanos reaprendamos a comunicarnos sin pasar por el tamiz de algún poder. El único filtro útil para nuestras opiniones debería ser el respeto.
Muchas personas saben de qué modo objetivo ayudas a la gente aquí. Me pediste discreción al respecto, no porque sea un secreto ni mucho menos, sino, creo yo, por los genes de honestidad y humildad que has heredado. ¿Cómo podrían influir actitudes como la tuya, sin cacareos ni chismorreos en la solución para un cambio, si la postura de la inmensidad de cubanas y cubanos que vivimos aquí y en el exilio fuera más coherente? ¿A qué atribuyes ese divisionismo enfermizo que nos destroza?
Tengo desde siempre problemas con la palabra humildad. He hablado varias veces de eso. Yo no me considero una persona humilde, si se lee la acepción que la Real Academia Española le da a esa palabra. Además, que se ha usado por los poderes que nos aplastan para ponernos unos contra otros. A mí me gusta, y perdona que sea tan matraquillosa, la palabra utilidad. Si ayudo a alguien y después lo hago público en mis redes, ¿a quién le es útil esa información, aparte de a mi ego? Esa es la pregunta que yo me hago.
Con respecto a los cacareos y los chismes, paso de ellos por la misma razón que te explicaba arriba: ¿a quién favorecen, para quién son útiles? Sólo para el poder del que intentamos librarnos. Y eso no significa que yo esté pura por ese lado. He cometido errores de juicio importantes por causa de esos chismes que me han llegado. Intento repararlos ahora. Trato de concentrarme en los que están haciendo algo contra la dictadura, tanto dentro como fuera de Cuba. En respetar su trabajo más allá de simpatías y antipatías a nivel personal, por encima de los rencores de los que uno tiene que aprender a librarse.
El hecho de que el divisionismo no nos permita ponernos de acuerdo ni en la cosa más sencilla, es un éxito rotundo de la dictadura que hace 65 años trabaja para eso, valiéndose de los egos exacerbados por el mal uso de las redes, el chisme, algunos influencers que hacen más daño que bien, la indiferencia, la apatía, el cansancio, la necesidad constante de rectificar o acotar todo lo que dicen los demás, el mal vicio de no dudar nunca de nuestras opiniones y juicios, el miedo a aceptar los propios errores, el miedo a ser reprimido, encarcelado, desterrado. Y también, en algunos casos, la ambición desmedida. Pero lo principal es que no aprendemos a hacer equipos de trabajo y a compartir el resultado de trabajo entre equipos que ya existen, a través de la comunicación honesta.
Otra parte, es que muchos intelectuales no entienden el problema del individuo marginado del solar, que canta un rap lleno de “malas palabras” y “vulgaridades”, con muchísima rabia y tremenda fuerza. El individuo del solar no entiende ni empatiza con el problema de los médicos, los médicos no entienden y no se solidarizan con los animalistas, estos no lo hacen con los de la comunidad LGTIBQ+, a estos no les importan los que luchan por las libertades religiosas, y a estos últimos no les importan los feminicidios, y al resto tampoco les importan los problemas de los intelectuales, que fue por donde empecé. ¿Y los presos políticos? Esos a veces no les importan a su propia familia. Y todo eso tiene una causa muy sencilla: nadie mira para el que tiene al lado, y mucho menos lo escucha. De pensar ya no hablemos.
A todo eso se añade la desconfianza sembrada por la Inseguridad del Estado. Cada vez que alguien no dice exactamente lo que queremos oír, empezamos a sospechar y a acusar: este es rosadito, aquella es woke, este es chiva porque lo llevaron a una casa de visita para interrogarlo en lugar de meterlo en un calabozo, aquel otro anda luchando la salida del país, a fulana la ayudaron más que a mí… Mira, chico, ahora mismo te puedo mencionar varios nombres de opositores que fueron acusados en su momento de “chivas” y llevan varios años pudriéndose en prisión.
El tratamiento diferenciado que dan las autoridades a los opositores incrementa la desconfianza colectiva. Y para decirlo todo de una vez: también la envidia. ¿Tú recuerdas todas esas series televisivas sobre súper agentes de la Seguridad del Estado con las que nos bombardearon en los años 80? Bueno, eso dio resultado a corto, mediano y largo plazo. Por eso están todavía en el poder. Yo recuerdo cuando transmitían por primera vez En silencio ha tenido que ser. Le pregunté a mi madre qué significaba ser doble agente, y ella me dijo: es sólo una persona que miente muy bien y que sirve a dos amos. En ningún caso héroes. Y no volví a ver ni un capítulo más de esa serie.
Ahora, lo que yo considero la causa principal de que esos dinosaurios nos desgobiernen desde hace seis décadas y media, y, a la vez, de la desunión de los cubanos, es la absoluta falta de respeto al trabajo ajeno, y el egoísmo.
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Excelente entrevista. Conozco del activismo de Tania. Admiro su valentía, su manera de decir las cosas sin pelos en la lengua, su amor a su familia y sus amigos. Su solidaridad con los que han querido acallar y sufren el peso de una condena injusta y que hoy están casi olvidados en las mazmorras de la Tiranía.