Referentes ⎸Anaïs Nin: “El erotismo en la mujer”
“La labor de la mujer consistirá en personalizar e individualizar el erotismo. (...) Cada vez habrá más mujeres que escriban basándose en sus propias experiencias y sentimientos”.
Por lo que he observado personalmente yo diría que la mujer, al contrario que el hombre, no ha llegado a separar el amor de la sensualidad. En la mujer se combinan generalmente las dos cosas; necesita amar al hombre a quien se entrega o bien ser amada por él. Parece como si, después de realizar el acto sexual, necesitara tener la certeza de que es un acto de amor, y de que la posesión sexual forma parte de una relación basada en el amor. El hombre se queja de que la mujer exige promesas o demostraciones de amor. Los japoneses reconocían esta necesidad y tenían una antigua costumbre según la cual el hombre, tras yacer con su amada, se hallaba en la obligación de escribir un poema para entregárselo antes de que despertara. ¿Acaso no es esto la unión del acto sexual con el amor?
Creo que a la mujer le molesta todavía que su amante se marche precipitadamente, que no reconozca el ritual que ha tenido lugar; todavía necesita palabras, llamadas telefónicas, cartas y detalles que hacen del acto sensual un acto individual, no un acto anónimo y puramente sexual.
Tal vez estas cosas desaparezcan en la mujer moderna, resuelta como está a rechazar por completo su antiguo yo, y es posible que logre separar el sexo del amor, lo cual, en mi opinión, disminuye el placer y reduce la intensidad del acto sexual. Porque el contenido emocional realza, eleva e intensifica la calidad del acto sexual. Podemos comparar la diferencia con la que existe entre la interpretación de un solista y las infinitas posibilidades de una orquesta.
Todas estamos comprometidas en la tarea de desprendernos de nuestro falso yo, el yo programado, el yo creado por nuestra familia, cultura y religión. Es una labor gigantesca porque la historia de la mujer se conoce de manera tan incompleta como la de los negros. Todavía no han sido esclarecidos los hechos. La vida sensual de algunas culturas como la india, camboyana, china y japonesa, nos es muy familiar y accesible gracias a sus artistas del sexo masculino. Pero muchas veces se ha censurado a las mujeres cuando han intentado revelarnos alguna faceta de su sensualidad. No de una manera tan directa como supuso la quema de obras de D. H. Lawrence, la prohibición de Henry Miller y James Joyce, pero sí por medio de un prolongado y continuo desprecio por parte de los críticos. Para evitar los prejuicios, muchas mujeres recurrieron a firmar sus obras con pseudónimos masculinos.
Hace sólo unos años, Violette Leduc, en una de sus obras, describió el amor entre dos mujeres del modo más explícito, elocuente y conmovedor. Fue presentada al público por Simone de Beauvoir. Sin embargo, todas las críticas que leí se limitaban a emitir un juicio moral sobre su franqueza. En el caso de Henry Miller no se juzgó el comportamiento moral de sus personajes. Simplemente se protestó por el lenguaje. Pero en el caso de Violette Leduc se juzgó al personaje en sí.
Violette Leduc se expresa en La Bátarde con entera franqueza:
Debemos olvidarnos de nuestra timidez. La mujer tendrá que dejar de imitar a Henry Miller. Está muy bien caricaturizar la sensualidad, tratarla con humor, con malicia, pero ello supone otra forma de relegarla a un área intrascendente de la experiencia.
Se ha disuadido a la mujer de manifestar su naturaleza sensual. Cuando en 1954 escribí Spy in the House of Love, los críticos serios dijeron que Sabina era ninfómana. La historia de Sabina es la historia de una mujer que durante diez años de su matrimonio tuvo dos amantes y una amistad platónica con un homosexual. Era el primer estudio sobre una mujer que intenta separar el amor de la sensualidad, buscar la libertad sensual, lo mismo que el hombre. En aquella época el libro fue calificado de pornográfico. Este es uno de los pasajes “pornográficos”:
Otro pasaje de Spy calificado de pornográfico por los críticos:
Las confesiones de las mujeres revelan una persistente represión. En el diario de George Sand nos encontramos con el siguiente incidente: Zola la cortejaba y una noche hicieron el amor. Como ella se comportó de una forma totalmente voluptuosa, Zola se marchó, dejó dinero encima de la mesilla, dando a entender que una mujer apasionada era una prostituta.
Pero si perseveramos en el estudio de la sensualidad de la mujer llegaremos a la misma conclusión de todos los estudios, es decir, que no se puede generalizar, que existen tantos tipos de mujer como mujeres mismas. Hay algo probado: la literatura erótica escrita por hombres no satisface a las mujeres. Ha llegado el momento de escribir la nuestra, ya que nuestras necesidades, fantasías y actitudes eróticas son diferentes. A la mayoría de las mujeres no les excitan las burlas groseras ni el lenguaje técnico.
Cuando se publicaron los primeros libros de Henry Miller yo aventuré que gustarían a las mujeres. Pensé que les agradaría la declaración abierta de la existencia de un deseo sexual, que en la cultura puritana corría el riesgo de desaparecer. Pero el lenguaje agresivo y brutal no surtió efecto. El Kama Sutra, un compendio sobre el saber popular de la India en cuestiones eróticas, subraya la necesidad de aproximarse a la mujer con delicadeza y romanticismo; no de aspirar a la posesión física inmediata, sino de preparar a la mujer cortejándola de un modo romántico.
Todas estas costumbres, hábitos y tradiciones cambian con las culturas y los países. En el primer diario escrito por una mujer (sobre el año 900), el Tales of Genji, de la Sra. Murasaki, encontramos un erotismo extremadamente sutil, bañado en poesía y concentrado en zonas del cuerpo en la que un occidental rara vez se fija, como el cuello desnudo que asoma entre el cabello oscuro y el kimono.
Existe acuerdo en un solo punto: las zonas erógenas de la mujer se extienden por todo su cuerpo, siendo más sensible a las caricias y poseyendo una sensualidad que rara vez es tan directa e inmediata como la del hombre. La mujer necesita la creación de una atmósfera vibrante que repercuta en su excitación final.
Kate Millet, la feminista, no es justa con Lawrence. No es lo bastante sutil como para comprender que sea cual sea la ideología de Lawrence, este se muestra en sus obras, donde en realidad aparece reflejado su verdadero yo, muy interesado por las reacciones de la mujer.
Mi pasaje favorito es uno de El amante de Lady Chatterley:
Una de las desilusiones de nuestro tiempo ha sido descubrir que las mujeres, al cortejarse entre sí, atacan de la misma forma agresiva y directa que los hombres y que no utilizan necesariamente medios más sensuales y sutiles para despertar el deseo sexual.
Personalmente creo que el lenguaje brutal que Marlon Brando utiliza en El último tango en París repugna a la mujer en lugar de excitarla. Este lenguaje menosprecia y vulgariza la sensualidad, es sólo la expresión de cómo los puritanos la veían, como algo bajo, malo y sucio. Es un reflejo del puritanismo. No despierta los deseos sexuales. Bestializa la sexualidad. Me parece que la mayoría de las mujeres se oponen a esta destrucción del erotismo.
Nosotros pensamos que la pornografía y el erotismo son dos cosas distintas. La pornografía trata la sexualidad de manera grotesca para devolverla al nivel animal. El erotismo despierta la sensualidad sin necesidad de animalizarla. Y casi todas las mujeres con las que he hablado de este tema, están de acuerdo y quieren escribir literatura erótica totalmente distinta de la del hombre. La postura de los escritores no interesa a la mujer. Consideran al hombre como un cazador, un violador para quien la sexualidad no es más que un ataque.
La labor de la mujer consistirá en personalizar e individualizar el erotismo, vinculándolo a la emoción, al amor, a la elección de una determinada persona. Cada vez habrá más mujeres que escriban basándose en sus propias experiencias y sentimientos.
En cuanto las mujeres dejen de contarnos los motivos que tienen para quejarse de los hombres, llegarán a descubrir y expresar sus capacidades eróticas. Si no les gusta la caza y la persecución tendrán que decir lo que quieren y enseñar a los hombres las delicias de otros juegos amorosos, como lo hacían en los cuentos orientales. Por ahora todo lo que escriben es negativo. Sólo nos enteramos de lo que no les gusta.
Las mujeres niegan su seducción y su encanto, todos los recursos que sirven para crear la atmósfera de erotismo con la que sueñan. ¿Cómo puede el hombre darse cuenta de que la mujer tiene sensibilidad en todas las zonas del cuerpo si va vestida con pantalones vaqueros que en apariencia tienen una única abertura para la penetración y consiguen que su cuerpo se parezca al de los hombres? Si es verdad que el erotismo de la mujer cubre todo su cuerpo, su actual forma de vestir desmiente rotundamente este hecho.
Ahora bien, hay mujeres que se sienten molestas con el papel pasivo que se les adjudica. Hay mujeres que, como el hombre, sueñan con conquistar, invadir y poseer. En la actualidad, con la conciencia libre, nos gustaría empezar de nuevo y dar a cada mujer una norma de conducta individual, no una norma generalizada. Me gustaría que existiera una computadora de sensibilidades que pudiera fabricar para cada mujer una norma de conducta nacida de sus deseos inconscientes. La apasionante aventura en la que estamos comprometidas consiste en examinar todas las historias, todas las estadísticas, confesiones, autobiografías y biografías y crear con todo ello nuestras normas de conducta individuales. Para conseguirlo no tenemos más remedio que admitir la necesidad de un examen introspectivo personal, al que nuestra cultura se ha opuesto durante mucho tiempo.
Sólo así saldrá a la luz cómo somos las mujeres, cuáles son nuestros reflejos, qué es lo que nos gusta y nos disgusta, y así marcharemos hacia adelante sin vacilaciones ni culpabilidades, hacia la realización de nuestros deseos. Hay un tipo de hombre que entiende el acto sexual del mismo modo que nosotras; al menos hay uno para cada mujer. Pero primero tenemos que saber quiénes somos, cuáles son los hábitos y fantasías de nuestro cuerpo, los dictados de nuestra imaginación. Y no sólo tenemos que conocer las cosas que nos mueven, nos estimulan y nos excitan, sino que tenemos que saber cómo alcanzarlas, cómo conseguirlas. Creo que en este punto la mujer sabe muy poco sobre sí misma. Y al final tiene que fabricar sus normas eróticas y conseguir la realización de sus deseos a través de una enorme cantidad de semi informaciones y semi revelaciones.
El puritanismo influye mucho en la literatura norteamericana. Por eso los escritores describen la sexualidad como un vicio bajo, vulgar y animal. Algunas escritoras siguieron en ejemplo de los hombres, sin saber qué otro modelo imitar. Pero sólo consiguieron cambiar los papeles, las mujeres se comportaban como los hombres, hacían el amor y se marchaban por la mañana sin una palabra de ternura ni ninguna promesa de continuidad. La mujer se convertía en el predador, el agresor. Pero en el fondo nada cambió. Todavía no sabemos lo que las mujeres sienten y tendrán que expresarlo a través de sus escritos.
Las mujeres jóvenes están reuniéndose para explorar su sensualidad y disipar las inhibiciones. Tristine Rainer, una joven profesora de literatura, invitó a varias estudiantes de UCLA a discutir sobre el tema de la literatura erótica para examinar por qué se inhibían tanto al describir sus sentimientos. La sensación de tabú era muy fuerte. Tan pronto como fueron capaces de contarse unas a otras sus fantasías, sus deseos y sus verdaderas experiencias, se liberó su forma de escribir. Estas mujeres jóvenes están buscando nuevas normas de conducta porque se han dado cuenta de que imitando al hombre no consiguen la libertad. Los franceses pudieron crear una literatura erótica muy bella porque no tenían los tabús del puritanismo y los mejores escritores empezaron a hacer literatura erótica sin pensar que la sensualidad era una cosa vergonzosa que debía tratarse con desprecio.
El ideal que tenemos que alcanzar es el reconocimiento de la naturaleza sensual de la mujer, la aceptación de sus necesidades, el conocimiento de la variedad de temperamentos, y adoptar una actitud alegre, considerándolo parte de la naturaleza, tan natural como el crecimiento de las flores, las mareas, y el movimiento de los planetas. La sensualidad es semejante a la naturaleza, con posibilidades de éxtasis y gozo. En términos del Zen, con posibilidad de sartori. Todavía actuamos bajo las reglas del puritanismo. El hecho de que las mujeres escriban sobre sexualidad no significa su liberación. Escriben con la misma actitud vulgar y la misma bajeza que los hombres. Escriben sin orgullo ni alegría.
La verdadera liberación del erotismo consiste en aceptar el hecho de que existen mil facetas, mil formas de erotismo, mil objetos, situaciones, atmósferas y variaciones. Ante todo tenemos que prescindir del sentido de culpabilidad en lo que se refiere a la expansión del erotismo, y mantener además una actitud abierta a sus sorpresas, a sus distintas expresiones y (añadiendo mi fórmula personal para que el placer sea completo) fundirlo con el amor y la pasión por un determinado ser humano, mezclándolo con sueños, fantasías y emociones para que alcance su máxima potencia. Hace tiempo quizás existían rituales colectivos donde la libertad sensual llegaba a su apogeo, pero ya no nos dedicamos a estas prácticas, y cuanto más fuerte es la pasión que se siente por el otro, más concentrado, intenso y extático puede llegar a ser el ritual realizado por una pareja.
Como se puede leer, “El erotismo en la mujer” es una visión muy personal de lo que es el carácter femenino, su sexualidad, el erotismo, y la manifestación de esta sexualidad en la literatura. Este ensayo de Anaïs Nin apareció en 1974 en la revista Playgirl, y luego, en 1976, se compiló en su libro A favor del hombre sensible: y otros ensayos, que también ha sido publicado bajo el título Ser mujer. Allí la autora declara: “La índole de mi contribución al Movimiento de Liberación de la Mujer no es política sino psicológica. Recibo miles de cartas de mujeres que se han liberado con la lectura de mis diarios, que son un largo estudio de los obstáculos psicológicos que han impedido a la mujer su más plena evolución y florecimiento”.
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