Explicativo | La violencia estética y el control patriarcal sobre los cuerpos
La violencia estética condiciona la experiencia de vida de las mujeres en función de expectativas corporales impuestas socialmente.
La violencia estética es una forma de violencia que afecta cuerpos, subjetividades y relaciones de poder de mujeres y personas feminizadas. A diferencia de la violencia física o sexual, que deja marcas visibles, esta se ejerce mediante normas culturales, expectativas sociales y discursos que jerarquizan y controlan los cuerpos. Aunque simbólica, su intensidad es profunda: es estructural, cotidiana y normalizada. Se manifiesta en la presión por cumplir patrones corporales hegemónicos, presentados como “naturales” o “deseables”, pero que en realidad reflejan relaciones de poder patriarcales, racistas y clasistas, determinando quién merece ser valorado.
Las sociedades modernas han construido estéticas dominantes que se imponen como modelos inalcanzables, haciendo que esta violencia pase muchas veces desapercibida, considerada solo como una cuestión superficial de belleza. Sin embargo, sus efectos son reales: impacta la salud mental, condiciona el acceso al empleo y a espacios públicos de legitimación, y mantiene una vigilancia constante sobre los cuerpos. Comprenderla requiere analizar cómo opera, a quiénes afecta más y cómo se conecta con otras formas de violencia.
¿Qué entendemos por violencia estética?
La violencia estética es un concepto que ha sido desarrollado con fuerza en los estudios feministas latinoamericanos, especialmente por la socióloga Esther Pineda, quien describe esta forma de violencia como una “agresión sexista” que no solo exige que las mujeres se ajusten a un ideal de belleza específico, sino que también castiga, invisibiliza y devalúa a quienes no encajan en ese modelo. En palabras de Pineda:
La violencia estética es muy específica porque se refiere explícitamente a las narrativas, representaciones y prácticas que presionan a las mujeres a cumplir con el canon de belleza impuesto; hace referencia a las formas de discriminación y exclusión contra aquellas que no satisfacen ese estereotipo de belleza; al mismo tiempo que incluye las consecuencias físicas, psicológicas y sociales que se derivan de este tipo de mandato y discriminación.
Desde esta perspectiva, la violencia estética no es una cuestión de gustos o preferencias personales, sino una estructura social de dominación que opera mediante discursos, representaciones, prácticas institucionales e interacciones cotidianas. Está ligada tanto al patriarcado, que impone normas de género, como al racismo, que privilegia cuerpos y rasgos asociados a la blancura, y a la clase, que determina qué cuerpos son considerados “presentables” o “valiosos”.
Importante destacar que la violencia estética no es necesariamente visible como una agresión física, pero sí como una forma de coerción social y psicológica que ejerce presión constante sobre la apariencia de las mujeres. No se limita a comentarios individuales, sino que se reproduce en esferas institucionales, en el marketing, en los medios de comunicación, en la publicidad, en las relaciones familiares y en la autoevaluación constante de los cuerpos por parte de las propias mujeres.
¿Es la violencia estética considerada violencia de género?
Para comprender por qué la violencia estética debe considerarse parte de las violencias de género, es necesario abordar cómo el patriarcado estructura las instituciones sociales y las normas culturales en torno a los cuerpos feminizados. La violencia de género, en su definición más amplia, abarca cualquier acción, práctica o norma que cause daño o sufrimiento a una persona debido a su género, y la violencia estética entra en esta definición precisamente porque condiciona la experiencia de vida de las mujeres en función de expectativas corporales impuestas socialmente.
“La violencia estética se integra en un continuum que incluye la violencia física, sexual, psicológica, simbólica y estructural.”
La academia ha subrayado que la violencia estético-corpórea responde a un mismo conjunto de mecanismos que sostienen otras formas de violencia de género: jerarquización de lo masculino sobre lo femenino, objetivación de los cuerpos feminizados y control social sobre la apariencia de las mujeres. Al imponer un ideal estético, la sociedad determina qué cuerpos son visibles, dignos de reconocimiento social y qué cuerpos son “desviados”, “problemáticos” o sujetos de críticas sociales. Esta lógica no solo reproduce desigualdades simbólicas sino que produce efectos materiales: discriminación en el empleo, en la búsqueda de pareja, en la socialización y en la autoestima.
Es importante resaltar que la violencia estética no es un fenómeno aislado, sino que se integra en un continuum de violencias que incluye la violencia física, sexual, psicológica, simbólica y estructural. Cada una de estas violencias opera en diferentes planos, pero todas comparten la lógica de dominación patriarcal que privilegia a los cuerpos masculinos heteronormativos y subordina a los cuerpos feminizados.
¿Cómo se construyen los cánones de belleza?

Los cánones de belleza no son fenómenos naturales ni universales, sino construcciones sociales moldeadas y reforzadas por instituciones culturales como los medios de comunicación, la publicidad, la moda y las plataformas digitales. Estos estándares, que privilegian juventud, delgadez, simetría facial, piel clara y rasgos asociados a la blancura, representan proyecciones de lo que una sociedad considera deseable, más que una verdad objetiva. Los medios cumplen un papel central al reproducir imágenes de cuerpos homogéneos como norma, promoviendo la mercantilización del cuerpo y la exclusión de diversidades corporales.
La psicología social ha demostrado que estas representaciones generan comparación social y autoevaluación constante entre mujeres, convirtiendo la presión estética en una vigilancia perpetua sobre el propio cuerpo. La violencia estética, por tanto, es tanto una imposición externa como una autoimposición internalizada. Su impacto no es uniforme; depende de factores interseccionales como raza, clase social, edad y tipo de cuerpo. Los cánones dominantes históricamente han privilegiado cuerpos blancos, jóvenes y delgados, aumentando la exclusión de quienes no encajan en estas categorías.
“Los cuerpos de mujeres negras y mestizas son objeto de juicios estéticos negativos desde edades tempranas.”
Esther Pineda ha enfatizado que los cánones estéticos son también “racializados”, ya que reproducen idealizaciones corporales que históricamente han excluido y desvalorado los cuerpos racializados. En este sentido, los cuerpos de mujeres negras y mestizas suelen ser objeto de juicios estéticos negativos desde edades tempranas. Como señala Afroféminas en un análisis sobre el tema:
A las niñas negras nos recuerdan cada día, con frases y gestos aparentemente inocentes, que somos “diferentes”. Comentarios sobre nuestro cabello o nuestra piel, miradas de extrañeza cuando entramos en espacios donde nadie se parece a nosotras. Esas pequeñas heridas acumuladas nos enseñan pronto a leer el mundo desde la desconfianza, a pensarnos como excepción y no como parte legítima del todo.
Esta intersección entre violencia estética y racismo genera una forma específica de violencia que no solo afecta la autoestima, sino que reproduce exclusión social y limitaciones en oportunidades educativas, laborales y culturales. Asimismo, la gordofobia y la gerontofobia —la desvalorización de cuerpos con sobrepeso y de cuerpos mayores, respectivamente— son manifestaciones claras de cómo la violencia estética está entrelazada con otras formas de discriminación simbólica.
¿Cómo lucran los medios de comunicación y la industria cosmética con los modelos y estándares de belleza?

La violencia estética se sostiene no solo a través de discursos culturales, sino también mediante intereses económicos concretos. La industria de la belleza —cosmética, moda, dietas, procedimientos estéticos y cirugía plástica— se beneficia directamente de la reproducción de cánones de belleza que generan insatisfacción corporal. Este ciclo funciona creando un ideal rígido de belleza, ofreciendo productos y procedimientos para “corregir” desviaciones y normalizando la búsqueda constante de conformidad.
Esther Pineda ha observado que este ciclo de creación de demanda y consumo es parte de cómo opera la violencia estética como industria: primero se reproduce un ideal rígido de belleza, luego se ofrece una gama de productos y procedimientos para “corregir” cualquier desviación de ese ideal, y finalmente se normaliza la búsqueda constante de conformidad estética:
También están las industrias que participan: la cosmética, la quirúrgica, la farmacológica, que nos necesitan inconformes y con malestar para que podamos consumir sus productos. Porque si nos sintiéramos perfectamente bien con nuestros cuerpos y con nuestra imagen, todo sería muy distinto.
Medios de comunicación tradicionales y redes sociales refuerzan esta violencia al exponer a infancias y adolescencias a mensajes que prescriben cómo deben ser los cuerpos, con especial énfasis en los femeninos. Estudios sobre consumo audiovisual muestran que la exposición a televisión, internet y plataformas como YouTube, TikTok o WhatsApp se ha incrementado, situando a estas audiencias en contacto constante con imágenes normativas. En redes como Instagram y TikTok, filtros que modifican rasgos faciales, corporales y de piel distorsionan la percepción del cuerpo, favoreciendo la insatisfacción y el rechazo hacia el propio cuerpo.
“La industria de la belleza se beneficia de la reproducción de cánones de belleza que generan insatisfacción corporal.”
Además, la difusión de “productos milagro” para adelgazar, rutinas de delgadez extrema y métodos para aclarar la piel refuerza ideales pesocentristas y racistas que asocian delgadez y blancura con aceptación social. Estas prácticas no solo fomentan riesgos para la salud, como dismorfia corporal o hábitos alimentarios restrictivos, sino que reproducen discriminación simbólica al otorgar valor únicamente a ciertos cuerpos, mientras deslegitiman y excluyen a quienes no cumplen con los estándares dominantes. La violencia estética se manifiesta así como un fenómeno estructural, económico y cultural, profundamente interrelacionado con jerarquías sociales y desigualdades de género, raza y edad.
¿Cuáles son los efectos de la violencia estética en la vida cotidiana?
La violencia estética produce efectos tanto individuales como sociales. Psicológicamente, la presión por ajustarse a estándares de belleza normativos está asociada con baja autoestima, ansiedad, depresión y trastornos alimentarios. La internalización de estos ideales transforma la relación de las mujeres con sus cuerpos, generando una autoevaluación constante que condiciona su percepción social y personal. Aunque los hombres también enfrentan expectativas estéticas —como cuerpos musculosos y proporcionados—, la presión histórica sobre las mujeres ha sido más intensa y sistemática, obligándolas a modificaciones corporales que implican dolor, riesgos para la salud e incluso amenazas a la vida. Por ello se habla de violencia estética de género: una imposición social dañina más que una aspiración natural.
La depilación femenina ilustra esta imposición: se espera la eliminación de vello corporal bajo estándares morales y estéticos, mientras que en los cuerpos masculinos no se percibe como problemático. Estas prácticas normalizan molestias y riesgos físicos sin beneficios reales para la salud.
Los efectos materiales también son significativos. La apariencia física influye en oportunidades laborales y en la valoración profesional, reforzando brechas de género y estereotipos de competencia ligados a la apariencia. Socialmente, quienes no encajan en los cánones estéticos dominantes pueden enfrentar discriminación, exclusión y estigmatización en espacios públicos y privados.
Así, la violencia estética no se limita al malestar individual: reproduce desigualdades estructurales que condicionan la participación plena de las mujeres en la vida cultural, política y económica. Sus impactos abarcan la salud, la autoestima, las relaciones sociales y las oportunidades laborales, consolidando jerarquías que privilegian ciertos cuerpos y marginalizan otros, lo que evidencia su carácter estructural y sistémico.
Violencia estética en Cuba: invisibilización, racismo y precariedad

1. Invisibilización institucional y ausencia de reconocimiento
En el contexto cubano contemporáneo, la violencia estética no ha sido reconocida explícitamente como una forma de violencia de género por parte del discurso institucional. Esta ausencia de reconocimiento se alimenta de una lógica oficial que, en muchos casos, simplifica o invisibiliza las diversas manifestaciones de violencia simbólica y estructural que afectan a las mujeres. Como ha señalado este medio, la falta de registros públicos confiables sobre la violencia machista limita la posibilidad de comprender el alcance de fenómenos que no siempre dejan huellas físicas, entre ellos la violencia estética:
La transparencia y el acceso a las estadísticas de la violencia machista es una de las demandas exigidas desde hace varios años por los observatorios de OGAT y YSTCC, y aunque sin duda este sistema de registro podría ser una respuesta ante las demandas de estos observatorios, las autoridades continúan ofreciendo datos insuficientes e inconexos sobre las violencias contra las mujeres y las niñas, y siguen sin explicar la metodología utilizada en el registro y análisis de esos datos.
Esta invisibilización institucional no significa que la violencia estética no exista. Por el contrario, muchas mujeres en Cuba experimentan presiones corporales, críticas estéticas y expectativas sociales que reproducen la lógica patriarcal de control sobre sus cuerpos. La falta de datos oficiales hace que el fenómeno sea más difícil de medir cuantitativamente, pero no reduce su presencia en la vida cotidiana.
2. Racismo, cuerpos y estética en el tejido social cubano
La violencia estética en Cuba se entrecruza con el racismo estructural que también ha sido documentado por medios independientes. Aunque el discurso oficial puede enfatizar la igualdad racial, investigaciones periodísticas señalan la persistencia de desigualdades profundas que se manifiestan en el acceso a oportunidades, la valoración social y la representación de cuerpos racializados.
Alas Tensas ha destacado que las desigualdades raciales afectan la vida de mujeres negras y mestizas, especialmente en términos de acceso a educación, empleo y reconocimiento social. Estos patrones no solo reflejan discriminación económica, sino también estética: los cuerpos que se alejan de los cánones eurocéntricos enfrentan formas más intensas de estigmatización y desvalorización.
La estigmatización del cabello afro, de los rasgos racializados y de los cuerpos que no encajan en los estándares hegemónicos no es meramente un hecho de gusto, sino una forma de violencia simbólica que relega ciertos cuerpos a la periferia social y cultural. Esta jerarquización corporal reproduce fragmentos de una lógica colonial que sigue operando más allá del discurso formal de igualdad.
3. Precariedad económica y exigencias estéticas
La crisis económica que atraviesa Cuba ha profundizado las desigualdades de género e introducido nuevas tensiones en torno al cuerpo de las mujeres. En un contexto de escasez de recursos, muchas mujeres enfrentan la doble carga de la precariedad económica y las expectativas sociales respecto a su apariencia. La exigencia de “presentabilidad” no desaparece en tiempos de crisis; por el contrario, se vuelve un parámetro adicional de juicio social que pesa sobre las mujeres, especialmente aquellas que trabajan en sectores donde la apariencia corporal se ha convertido en un criterio informal de evaluación y de acceso a oportunidades.
Medios como Diario de Cuba han documentado cómo las mujeres enfrentan estas demandas en contextos laborales y comunitarios, donde la apariencia física se convierte en un factor que influye en la percepción social y las relaciones interpersonales. Aunque estos análisis no siempre describen explícitamente la violencia estética como fenómeno, sus reportajes evidencian que la presión sobre el cuerpo femenino continúa siendo un elemento presente en la vida cotidiana, incluso cuando las condiciones materiales son precarias.
4. Orientación sexual e identidad de género
La violencia estética en Cuba afecta de manera particular a las personas LGBTIQA+, adquiriendo dimensiones específicas cuando se integran con la orientación sexual y la identidad de género. Las expectativas sobre cómo “debe” lucir un hombre o una mujer se traducen en presiones más intensas para personas trans y mujeres lesbianas o bisexuales, imponiendo normas binarias y heteronormativas sobre cuerpo, vestimenta, peinado y presentación en público. El incumplimiento de estas expectativas conlleva sanciones sociales que incluyen estigmatización, acoso, negación de servicios y aislamiento, funcionando no solo como control estético, sino también como borramiento de identidades y limitación de la autoidentificación.
“Las mujeres trans enfrentan violencia institucional y dificultades para el reconocimiento legal y social.”
Investigaciones periodísticas independientes, como las de El Toque, documentan cómo estas prácticas discriminatorias invalidan la identidad y subordinan a los cuerpos trans a cánones estéticos rígidos, afectando su visibilidad social y su acceso a recursos esenciales como empleo, atención médica sensible y entornos seguros. Alas Tensas señala que, además de “miradas prejuiciosas”, las mujeres trans enfrentan violencia institucional y dificultades para el reconocimiento legal y social, incrementando su vulnerabilidad ante la discriminación estética.
Un caso paradigmático es el de Flavia Herrera Rodríguez, conocida como La Veneno, una mujer trans que murió en 2023 tras someterse a un procedimiento estético clandestino en La Habana. El reportaje de Mel Herrera publicado en Periodismo de Barrio señala que la ausencia de vías legales, seguras y accesibles para atención médica relacionada con afirmación de género empujó a Flavia a recurrir a prácticas de riesgo que derivaron en complicaciones fatales, evidenciando cómo la falta de protección frente a la discriminación estético-transfóbica tiene consecuencias letales.
La violencia estética contra personas LGBTIQA+ combina riesgos físicos, burla, exclusión social y negación de reconocimiento, mostrando cómo en Cuba los cánones de belleza y las normas de presentación corporal se entrelazan con sistemas de opresión que determinan quién merece ser visible, aceptado y valorado.
Nombrar la violencia estética
Nombrar la violencia estética es esencial para desnaturalizar prácticas, discursos y expectativas que se han normalizado como “culturales” o “estéticas”. Reconocerla como forma de violencia de género permite desplazarnos de una lectura superficial del cuerpo a una comprensión que articula poder, control social y desigualdad estructural.
En este sentido, la violencia estética no es un problema de “gusto” o de preferencias personales, sino una forma de coerción social que condiciona la vida de las mujeres en ámbitos múltiples. Nombrarla implica visibilizar cuerpos, experiencias e historias que han sido relegadas a la periferia del debate público, y comprometernos con políticas, prácticas y narrativas que reconozcan la diversidad corporal como parte de la justicia feminista.
Tal como ocurre con otras formas de violencia simbólica, como la violencia digital, comprender la violencia estética desde una perspectiva feminista crítica significa reconocer que las violencias patriarcales no solo se ejercen con puños, sino también con miradas, expectativas y normas culturales que estructuran la vida de las mujeres. Nombrar la violencia estética es un acto político y feminista fundamental para desarticular las jerarquías patriarcales que siguen operando en lo simbólico y en lo material.
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