Referentes ⎸ Rebecca Solnit: “¿Quién tiene derecho a matarte?”

Solnit, argumenta en este ensayo cómo “las mujeres entre los 15 y los 44 años tienen más posibilidades de morir debido a la violencia masculina que debido al cáncer, la malaria y los accidentes de tráfico juntos”.

| Mundo | Observatorio | 18/01/2024
Imagen creada para el libro de Rebecca Solnit: "Los hombres me explican cosas"
Obra de Ana Teresa Fernández que ilustra el libro “Los hombres me explican cosas”, de Rebecca Solnit.

Puede que las estadísticas nos agoten, así que hablemos solo de un único incidente que tuvo lugar en mi ciudad mientras investigaba para este ensayo en enero de 2013, uno de los muchos incidentes locales que salieron en los periódicos locales y que describían asaltos de hombres a mujeres:

Una mujer fue acuchillada después de que rechazara las proposiciones sexuales que un hombre le lanzaba mientras que la mujer caminaba por el vecindario de Tenderloin en San Francisco, la noche del lunes, informó hoy un portavoz de la policía. La víctima, de treinta y tres años de edad, caminaba por la calle cuando se le acercó un extraño y le hizo proposiciones, declaró el oficial Albie Esparza. Cuando la mujer le rechazó, el hombre se enfadó, le cortó la cara y la apuñaló en el brazo, relató Esparza.

El hombre, en otras palabras, se planteaba la situación como una en la que la víctima elegida no tenía derechos ni libertades, mientras que él tenía el derecho de controlarla y castigarla. Esto debería recordarnos que la violencia es, sobre todo, autoritaria. Comienza con esta premisa: tengo derecho a controlarte.

El asesinato es la versión extrema de este autoritarismo, la versión en la que el asesino asevera su derecho a decidir si vives o mueres, el medio definitivo de controlar a alguien. Esto puede suceder aunque seas obediente, porque el deseo de control surge de una rabia que la obediencia no puede aplacar. Sean cuales sean los miedos, sea el que sea el sentimiento de vulnerabilidad que pueda subyacer bajo este comportamiento, también surge del derecho a infligir sufrimiento e incluso la muerte a otras personas. Engendra miseria en el perpetrador y en las víctimas.

En referencia al anterior incidente ocurrido en mi ciudad, cosas como esa suceden todo el rato. Diferentes versiones del mismo hecho también me sucedieron a mí cuando era más joven, algunas veces venían acompañadas de amenazas de muerte y a menudo iban acompañadas de un torrente de obscenidades: un hombre aproximándose a una mujer tanto con deseo como con la furiosa expectativa de que probablemente ese deseo será rechazado. La furia y el deseo vienen en un paquete, entremezclados y revueltos en algo que siempre amenaza con transformar el eros en thanatos, amor en muerte, algunas veces literalmente.

Es un sistema de control. Es la razón por la cual tantos de los asesinatos de pareja los sufren mujeres que se atrevieron a romper con esas parejas. Por eso aprisiona a muchas mujeres, y aunque se pueda aducir que el atacante de Tenderloin del 7 de enero, o el brutal ataque de un violador en potencia cerca de mi propio vecindario el 5 del mismo mes, o el caso de otro violador el 12 de enero en este mismo barrio, o el tipo de San Francisco que el día 6 también en enero le prendió fuego a su novia porque se negó a hacerle la colada, o el hombre que acaba de recibir una sentencia de 370 años de prisión por una serie de violaciones especialmente violentas a finales de 2011 en San Francisco eran tipos marginales, los tíos ricos, famosos y privilegiados también lo hacen.

El vicecónsul japonés en San Francisco ha sido acusado de veinte delitos graves de maltrato conyugal y ataque con arma letal en septiembre de 2012; el mismo mes, en la misma ciudad, la exnovia de Mason Mayer (hermano de la primera ejecutiva de Yahoo, Marissa Mayer) declaraba frente al juez:

Me arrancó los pendientes, me desgarró las pestañas, mientras me escupía en la cara y me decía lo despreciable que soy… Estaba tirada en el suelo en posición fetal, y cuando intenté moverme me aplastó apoyándose con las rodillas sobre mi costado para mantenerme así y me abofeteó.

Según la reportera Vivian Ho, del San Francisco Chronicle, la mujer también testificó que:

 Mayer golpeó la cabeza de la mujer repetidas veces contra el suelo y le arrancó mechones de cabello, diciéndole que de la única manera que ella podría dejar viva el apartamento sería si él la condujese hasta el Golden Gate Bridge “desde donde puedes saltar o te empujaré yo”.

A Mayer se le concedió la libertad provisional.

El verano anterior un marido separado violó la orden de alejamiento que tenía su esposa contra él y le disparó —asesinando o hiriendo a otras seis mujeres— en el lugar de trabajo de esta en un suburbio de Milwaukee, pero como solo hubo cuatro cadáveres, el crimen fue ampliamente ignorado por los medios de masas en un año en el que ha habido tantas matanzas espectaculares en este país. Y aún no hemos hablado del hecho de que en sesenta y dos tiroteos masivos en los Estados Unidos, durante tres décadas, solo uno lo realizó una mujer, más que nada porque cuando se habla de pistoleros solitarios, todo el mundo se fija en la parte de solitarios, pero no en el género de los pistoleros; y, para que quede claro, cerca de dos tercios de todas las mujeres muertas por armas de fuego son asesinadas por sus parejas o exparejas.

¿Qué tiene el amor que ver en todo esto? Se preguntaba Tina Turner, cuyo exmarido declaró una vez: “Sí, claro, le pegué, pero no le pegaba más de lo que cualquier tío normal pega a su mujer”. Cada nueve segundos una mujer es agredida físicamente en este país. Solo para que quede claro: no cada nueve minutos, sino cada nueve segundos. Es la principal causa de lesión en las mujeres norteamericanas; de los dos millones anuales de mujeres agredidas físicamente, más de medio millón de estas heridas requieren atención médica, mientras que unas 145 000 requerirán al menos una noche de hospitalización según datos del Centro para el Control de Enfermedades, y no quieras saber cuántos dentistas se necesitan después de eso. Los maridos son, también, la principal causa de muerte entre las mujeres embarazadas en los Estados Unidos.

Las mujeres entre los quince y los cuarenta y cuatro años tienen más posibilidades de morir o de ser lesionadas o desfiguradas debido a la violencia masculina que debido al cáncer, la malaria y los accidentes de tráfico juntos.

escribe Nicholas D. Kristof, una de las pocas figuras importantes que habitualmente habla de este tema.

El abismo entre nuestros mundos

La violación y otros actos de violencia, incluso el asesinato, así como las amenazas de violencia, constituyen un dique que algunos hombres construyen en sus intentos de controlar a algunas mujeres, y este miedo a la violencia limita a la mayor parte de las mujeres de tal manera que muchas de ellas se han acostumbrado tanto que apenas se dan cuenta de ello, y nosotros difícilmente lo identificamos.

Hay excepciones: el verano pasado una persona me escribió para describirme una clase de universidad en la que se les preguntó a los estudiantes qué medidas tomaban ellos para protegerse frente a las violaciones. Las jóvenes describieron las intrincadas maneras en las que se mantenían alerta, limitaban su acceso al mundo, tomaban precauciones y básicamente tenían siempre presente la violación (mientras que los chavales de la clase, relataba el que escribió la carta, se quedaron mudos de la sorpresa). El abismo entre sus mundos se había vuelto breve y repentinamente visible.

Sin embargo, casi nunca hablamos de ello, aunque últimamente ha circulado un archivo por Internet llamado Ten Top Tips to End Rape, el tipo de cosas que las mujeres conocen de sobra, aunque este incluía un giro subversivo. Daba consejos como este:

¡Lleva un silbato! Si estás preocupado por si agredes a alguien “sin querer” puedes darle el silbato a la persona que te acompaña, y así podrán pedir ayuda.

Aunque divertido, el escrito señala algo terrible: que las habituales líneas de actuación en este tipo de situaciones arrojan toda la carga de la prevención en las víctimas potenciales, ya que tratan la violencia como algo innato. No existe razón alguna que sea buena (y sí muchas malas) por la que las universidades empleen más tiempo en decirle a las mujeres qué han de hacer para sobrevivir a los depredadores que en decirle a la otra mitad de sus estudiantes que no sean predadores.

Las amenazas de agresión sexual se han convertido en algo habitual en Internet. A finales de 2011 la columnista Laurie Penny escribía:

Parece que en Internet el equivalente a una minifalda es una opinión. Tener una y mostrarla parece ser una manera de invitar a que una amorfa masa de violentos tecleadores —en su mayor parte hombres— te describan cómo les gustaría violarte, asesinarte y mearte encima. Esta semana, tras una retahíla especialmente desagradable de amenazas, decidí publicar en Twitter unos cuantos de esos mensajes, y la respuesta que recibí fue abrumadora. Muchas de las personas no podían creer el trato que estaba recibiendo, y muchas otras compartieron sus propias historias de acoso, intimidación y abuso.

Las mujeres de la comunidad de jugadores en red han sido acosadas, amenazadas y expulsadas. Anita Sarkeesian, feminista crítica de medios de comunicación que documentó este tipo de incidentes, recibió apoyo por su trabajo, pero también, en palabras de otro periodista:

Otra oleada de amenazas realmente agresivas, ¿sabes?, de esas amenazas personales y violentas, intentos de piratearle la cuenta de correo… y un hombre en Ontario fue más allá y diseñó un juego en red en el que podías golpear en la pantalla la imagen de Anita. Si la golpeabas repetidas veces, aparecían moratones y heridas en la imagen.

La diferencia entre estos jugadores en red y los talibanes, que el octubre pasado intentaron asesinar a Malala Yousafzai, de catorce años, por hablar a favor del derecho de las mujeres de Pakistán a recibir educación, es solo de un grado. Ambos tipos de violencia intentan callar y castigar a las mujeres por exigir tener voz, poder y el derecho a participar. Bienvenidos a Machistán.

Imagen creada para el libro de Rebecca Solnit: "Los hombres me explican cosas"
Obra de Ana Teresa Fernández que ilustra el libro “Los hombres me explican cosas”, de Rebecca Solnit.

El partido para la protección de los derechos de los violadores

Esto no es solo algo público, privado o que se dé en la red. Está embebido en nuestro sistema político y en nuestro sistema legal, el mismo que antes de que las feministas luchasen por nosotras no reconocía ni penalizaba la mayor parte de la violencia doméstica, o el acoso sexual y acecho sexual, o la violación durante una cita, o la violación por parte de conocidos, o la violación marital, y el mismo sistema que aún cuestiona en casos de violación a la víctima en lugar de al violador, ya que parece ser que solo las auténticas doncellas pueden ser asaltadas o creídas.

Como pudimos ver durante la campaña para las elecciones de 2012, es algo que está totalmente incrustado en las mentes y las bocas de nuestros políticos. Recordemos el aluvión de exabruptos proviolación lanzados por miembros del Partido Republicano durante el pasado verano y otoño, comenzando por la famosa afirmación de Todd Akin acerca de que la mujer tiene medios físicos para evitar el embarazo en caso de violación; una afirmación que hizo con la intención de negarle a las mujeres el control sobre sus propios cuerpos (en la forma de acceso al aborto tras una violación). Después de eso, naturalmente, el candidato al Senado Richard Mourdock afirmó que los embarazos a causa de violaciones eran “un regalo de Dios”, y al poco de estas afirmaciones otro político republicano abrió la boca para defender el comentario de Akin.

Felizmente los cinco republicanos claramente proviolación perdieron sus puestos durante la campaña de 2012 (Stephen Colbert intentó advertirles que las mujeres habían logrado el derecho al voto en 1920). Pero no es solo una cuestión de cuánta basura lanzaron (y el precio que pagan ahora). Los congresistas republicanos rechazaron prorrogar la Ley de Violencia contra las Mujeres porque estaban en contra de que se ampliase la protección que dicha ley daba a las inmigrantes, mujeres transgénero y mujeres nativas americanas. (Hablando de epidemias, una de cada tres nativas americanas será violada y el 88 por ciento de las violaciones ocurridas en las reservas son cometidas por hombres no nativos que saben que las autoridades tribales no pueden perseguirlos legalmente. Así que en cuanto a lo de que la violación es un crimen pasional…, estos crímenes son calculados y oportunistas).

Están preparados y deseosos de limitar los derechos reproductivos de las mujeres —lo que incluye tanto el control de natalidad como el aborto—, como ya han hecho bastante efectivamente en muchos estados durante la última década. El término “derechos reproductivos” se refiere, por supuesto, al derecho de las mujeres a tener control sobre sus propios cuerpos. ¿No he mencionado que la violencia contra las mujeres es un tema de control?

Pese a que las violaciones a menudo se investigan descuidadamente —existe una cantidad de trabajo acumulado de unas cuatrocientas mil pruebas de violación sin 26 examinar—, los violadores que dejan embarazadas a sus víctimas tienen derechos parentales en treinta y un estados. ¡Ah!, y el anterior candidato a la vicepresidencia y actualmente congresista, Paul Ryan (de los republicanos de Machistán), ha vuelto a presentar una enmienda que permitiría a los estados prohibir los abortos e incluso podría llegar a permitir que un violador llevase a juicio a su víctima por abortar.

Todas las cosas a las que no se puede culpar

Por supuesto que las mujeres son capaces de todo tipo de cosas desagradables, y que también las mujeres cometen delitos violentos, pero la denominada guerra de los sexos está extraordinariamente desequilibrada al hablar de violencia propiamente dicha. Al contrario que el último dirigente (hombre) del Fondo Monetario Internacional, la actual (mujer) no parece que vaya a agredir a un empleado de un hotel de lujo; las oficiales de alta graduación del Ejército de los Estados Unidos, al contrario que sus homólogos masculinos, no son acusadas de ninguna agresión sexual; y las jóvenes atletas mujeres no son muy susceptibles de orinar encima de chicos inconscientes como sí que lo han hecho los jugadores masculinos de Steubenville, y menos aún de violarles y después vanagloriarse de ello en YouTube y Twitter.

No hay pasajeras de autobús en la India que se hayan juntado para agredir sexualmente a un hombre, y además tan violentamente como para que este muera debido a las heridas; no hay depredadores grupos de mujeres aterrorizando a hombres en la plaza Tahrir del Cairo, y no existe un equivalente materno a ese 11 por ciento de violaciones cometidas por padres o padrastros. De las personas en prisión en los Estados Unidos, el 93,5 por ciento no son mujeres, y aunque, para empezar, una gran parte de los presos no deberían estar allí, algunos de ellos sí que deberían a causa de la violencia ejercida, hasta que encontremos una mejor manera de lidiar con esta, y con ellos.

Ninguna famosa estrella del pop femenina le ha volado la cabeza a un hombre joven al que se llevó a casa, como hizo Phil Spector, que ahora forma parte de ese 93,5 por ciento por asesinar a tiros a Lana Clarkson, aparentemente porque rechazó sus proposiciones. Ninguna estrella del cine de acción ha sido acusada de violencia doméstica, porque Angelina Jolie no está haciendo lo que hicieron Mel Gibson y Steve McQueen, y no hay ninguna conocida directora de cine que le haya dado drogas a una niña de trece años antes de abusar sexualmente de ella mientras la niña le decía que no, como hizo Roman Polansky.

En memoria de Jyoti Singh

¿Cuál es el problema con la hombría? Hay algo acerca de cómo se visualiza la  masculinidad, en cómo es loada y promovida, en la manera en que se transmite esta a los niños que necesita ser identificada. Hay hombres encantadores y maravillosos ahí fuera, y una de las cosas que brinda esperanza en este asalto en la guerra en curso contra las mujeres es el haber visto a muchos hombres que lo entienden, que piensan que también es su problema, que están a nuestro lado y con nosotras, en el día a día, en la red y en las marchas de este invierno de Nueva Delhi a San Francisco.

Cada vez más hombres se transforman en buenos aliados, y siempre ha habido aliados entre ellos. La amabilidad y la dulzura nunca han tenido género, como tampoco lo ha tenido nunca la empatía. Las estadísticas que reflejan la violencia doméstica han disminuido considerablemente en las últimas décadas (aunque aún son abrumadoramente altas) y hay muchos hombres trabajando para diseñar nuevas ideas e ideales sobre la masculinidad y el poder.

Los gais también han redefinido y debilitado ocasionalmente la masculinidad convencional —públicamente durante muchas décadas— y han resultado ser a menudo grandes aliados para las mujeres. La liberación de las mujeres se ha presentado muchas veces como el intento de un movimiento de invadir o arrancar los privilegios y el poder de los hombres, como si se tratase de un deprimente juego de suma cero, en el que en cada partida solo un género puede ser libre y poderoso. Pero somos libres juntos o somos esclavos juntos. Ciertamente debe de ser terrible, y difícilmente les hará libres, la mentalidad de aquellos que piensan que necesitan ganar, dominar y castigar, y si abandonasen esta búsqueda inalcanzable sería liberador.

Hay otras cosas sobre las que preferiría escribir, pero este tema afecta a todo lo demás. Las vidas de media humanidad son acosadas, consumidas y algunas veces segadas por esta persistente variedad de violencia. Pensemos de cuánto tiempo y energía dispondríamos para dedicarnos a otras cosas que importan si no estuviésemos tan ocupadas sobreviviendo. Mirémoslo de esta manera: una de las mejores periodistas que conozco tiene miedo de caminar de noche hacia su casa por nuestro barrio. ¿Debería dejar de trabajar hasta tarde? ¿Cuántas mujeres han tenido que dejar de hacer su trabajo o se han visto obligadas a dejarlo por razones similares? Es obvio en estos momentos que el acoso que se produce en la red evita que muchas mujeres denuncien y escriban.

Uno de los nuevos movimientos políticos más interesantes del planeta es el movimiento por los derechos de los indígenas nativos canadienses, de trasfondo ecologista y feminista, llamado Idle No More. El 27 de diciembre, poco después de que surgiese el movimiento, una mujer nativa fue secuestrada, violada, le dieron una paliza y la dieron por muerta en Thunder Bay, Ontario, por hombres cuyos comentarios dejaban claro que el crimen suponía una represalia contra Idle No More. Tras ello, la mujer caminó bajo el implacable frío durante horas y sobrevivió para contar su historia. A sus atacantes, que han amenazado con hacerlo de nuevo, aún se les busca.

La violación y el asesinato en Nueva Delhi de Jyoti Singh, la mujer de veintitrés años que estaba estudiando fisioterapia para poder medrar ella misma mientras que ayudaba a otros, y la agresión a su compañero masculino (que sobrevivió) parecen haber desencadenado la reacción que habíamos necesitado desde hace cien años, o mil o cinco mil años. Tal vez ella sea para las mujeres —y los hombres— de todo el mundo lo que supuso Emmett Till, asesinado por supremacistas blancos en 1955, para los afroamericanos y el, en aquel momento, emergente movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos.

Tenemos más de ochenta y siete mil violaciones en este país cada año, pero cada una de ellas, invariablemente, se presenta como un incidente aislado. Los puntos del dibujo están situados unos tan cerca de otros que son salpicaduras que se funden en una mancha, pero casi nadie conecta uno con otro, o le pone nombre a la mancha. En la India lo hicieron. Dijeron que este es un problema de derechos civiles, es un asunto de derechos humanos, es el problema de todo el mundo, no es un hecho aislado y no volverá a ser aceptable nunca. Tiene que cambiar. Es tu trabajo el cambiarlo, y el mío, y el de todos.

Fragmento de “La guerra más larga”, capítulo 2 de Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit. Los hombres me explican cosas es una compilación de textos feministas sobre la persistente desigualdad entre mujeres y hombres y la violencia de género. En “La guerra más larga”, Rebecca Solnit expone la normalidad de las agresiones sexuales en la que viven las mujeres en diferentes partes del mundo.

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