La palabra en el corazón de Maricruz Patiño

| Opinión | 25/07/2017
Las poetas cubanas Carilda Oliver Labra y Maricruz Patiño, en casa de la primera. Foto: Francis Sánchez.
Las poetas cubanas Carilda Oliver Labra y Maricruz Patiño, en casa de la primera. Foto: Francis Sánchez.

Mientras compartíamos, gracias al Frente de Afirmación Hispanista, recorriendo Cuba, pude sentir la pujanza natural de su carácter, su inteligencia y agudeza, atributos que revisten su personalidad y el pensamiento feminista, inseparables de su alta calidad poética. Maricruz es una poeta que posee pleno dominio sobre su medio de expresión y, además, desde el conocimiento literario, nunca ha estado pasiva en ninguno de sus contextos.

Con la sorpresa de conocerla, al mismo tiempo asistí al descubrimiento de que nació en el centro de esta Isla, en Sancti Spíritus, cuando cruzábamos por esta ciudad y frente a una escuelita provinciana donde recibió clases. Su familia emigró siendo ella una niña. “¿Debiéramos decir que eres una poeta cubano-mexicana?”, le pregunté, y no dudó en responder: “Sí, lo soy”. Casi desde el principio quedamos en que yo iba a hacerle una entrevista al final del viaje. Y grabé sus palabras con el mar Caribe al fondo.

Mis preguntas devinieron mínimas provocaciones para desatar su conversación llena de sapiencia y encanto. Mi principal interés era oír su testimonio como autora (junto con Aurora Marya Saavedra y Leticia Luna) de una ingente obra, antología que constituye un hito en los estudios literarios y feministas: Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica (Pícaras, Místicas y Rebeldes), que vio la luz en la Ciudad de México en 2004.

“Viajamos por muchos países en busca de estas poetas y no vimos una antología de estas características”, declaró entonces Leticia Luna a la prensa. Son más de 1,200 páginas con mujeres poetas de ocho siglos y 19 países, del continente americano y de España, muchas invisibilizadas o barridas de la historia por el poder patriarcal. Tres tomos (cada uno distinguido según el epígrafe del título: Pícaras, Místicas y Rebeldes) editados por Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, junto con la Universidad Nacional Autónoma de México, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, la Universidad Autónoma Metropolitana y la Fundación Cultural BBVA-Bancomer de México. Por eso Aglae Margalli, en Espéculo, revista de estudios literarios de la Universidad Complutense de Madrid, le concede este elogio: “titánico (no es ocioso el calificativo) trabajo”, valorando que “trasciende su carácter de selección de poemas, para adentrarse en el de la aportación documental e histórica en un campo inexplorado en muchos sentidos todavía”. La investigación adquirió un sentido liberador, al enfrentar el devenir de la lírica rescatando precisamente las expresiones desacralizadoras e irreverentes de las mujeres. ‘’Preferimos ahondar en la búsqueda de la libertad de la palabra, del cuerpo, del alma y del espíritu”, ha manifestado Luna, también poeta y coautora de este proyecto único.

¿Y para ti, Maricruz, en el siglo XXI, por qué fue necesario proponer esta re-visión de género con una relectura de la tradición poética hispana? ¿Qué fuiste a buscar, y qué encontraste?

La idea de crear una antología, de ocho siglos de poesía, escrita por mujeres en Hispanoamérica, nace de la necesidad de hacer visible el trabajo literario de las mujeres, no solamente en lo artístico, pues siempre hemos sido sujetos de la historia. En las revoluciones, en la política, en la ciencia, siempre hemos estado ahí, aunque hay un velo que nos cubre. Y en un momento dado, con mi amiga y socia, la oradora y poeta Leticia Luna, al ver las becas que otorgaba el Fondo Nacional para las Culturas y las Artes, decidimos aplicar para la investigación, como teníamos también una editorial se nos hizo mas fácil, porque te dan la beca si cuentas con quien publique el libro. Empezamos a echar lluvia de ideas, y convenimos que en vez de armar apenas un libro para nosotras, había que crear un marco teórico donde cupiéramos, porque en las antologías que veíamos incluían siempre veinticinco hombres y una mujer: siempre Sor Juana, claro, porque a esa no la pueden borrar. O, si acaso alguna autora más moderna, Rosario Castellanos. Pero, nos dijimos, ¿dónde están todas las mujeres que escriben? En las antologías no están, en las bibliotecas tampoco. Y decidimos hacer una investigación, de ocho centurias, o sea, desde el siglo XII, en que ya aparece formado completamente el idioma castellano, llegando a este derrame, esta apropiación y mestizaje en América Latina con un idioma que se había vuelto ya la lengua de todos.

Observamos que existían pocas referencias bibliográficas, y empezamos a investigar. Partíamos de dos criterios, digamos, académicos: que cada mujer tuviera una obra impresa, al menos un título, porque no se trataba de publicar a las amigas del barrio sino mostrar que contábamos con una historia de la literatura desde este punto de vista de género, y el otro criterio era que no queríamos hacer otra antología de poesía erótica, porque el erotismo en la literatura femenina es ya un tema muy sobado, por decirlo de alguna manera, que disfrutó un gran auge. De hecho yo misma estoy antologada en una selección que hizo Valeria Manca, una investigadora italiana, por cierto que también realizó antologías de poetas cubanas, y de poetas argentinas, aunque siempre eran locales, de tal generación y tal tema, etcétera. Realmente el erotismo para nosotras es aburrido y cansado.

Las mujeres tienen otros registros, las grandes poetas no solo hablan del amor, no solo dicen lastimeramente “por qué me dejaste” y esas cosas horrendas. Entonces trazamos tres líneas para la selección: mística, rebeldía y picaresca. Yo tomé las místicas, mi amiga Leticia Luna, que es más joven y muy latinoamericanista, se ocupó de las rebeldes. La picaresca la encontramos gracias a una de nuestras investigadoras, con la que estuvimos trabajando y que se nos murió justo a la mitad de la investigación. Aurora Marya Saavedra, con sus 74 años y habiendo preparado ya varias antologías, nos dijo: he descubierto una vena pícara, que no es erótica, sino esa cosa de criticarnos a nosotras mismas, reírnos de todas las locuras. Porque, la verdad, si los hombres dicen “no entendemos a las mujeres”, nosotras tampoco, y no se preocupen, nada más hay que querernos. Dijimos vamos a ver esa vena de la picaresca, nos pusimos a investigar, y decidimos que sí, que había que armar tres tomos: pícaras, místicas y rebeldes, porque en un solo tomo no cabía todo. En ese proceso de buscar y buscar, nos encontramos con unas 450 autoras. Era un material inmenso.

¿Cómo se puede realizar en tan poco tiempo un proyecto que pretenda, con una antología, darle marcha atrás a siglos de censura y marginación?

Para hacer el trabajo, tuvimos que rentar un cuarto, un estudio, solo para clasificar y catalogar todos los libros, porque si queríamos mostrar esas líneas específicas de picaresca y rebeldía, por ejemplo, había que leerse la obra completa de la poeta para poder escoger el texto. Esa era la parte más bonita, leer, buscar, descubrir... Y descubrí todas esas voces, con cosas tan preciosas. Ya para la parte de clasificar cada ficha, detallar cada bibliografía, teníamos otras jóvenes investigadoras que nos ayudaban, esa era la parte pesada del trabajo. Pero a Leticia y a mí lo que nos interesaba era sentarnos en el bulto de libros, a leerlas en voz alta, y cada vez que encontrábamos un súper poema, nos levantábamos y hacíamos... [se inclina con gestos de reverencia] ¡Había obras tan preciosas! Y finalmente cumplimos con el plazo de la beca. En ese tiempo se nos murió Aurora. Un día llegamos a su casa, teníamos cita para continuar en la investigación, nadie abría, pero como no éramos parientes no entramos, y fue quince días después que la encontraron muerta de un infarto. Los vecinos llamaron a la policía, entraron y se encontraron con todos los papeles de su libro. Pero no podíamos llegar como buitres a recogerlo, porque allí estaba la familia, hasta que por fin hablé con uno de sus hijos, que nos guardó todo en un cajón. Ella nunca manejaba computadoras, sus notas las hacía a mano.

Luego ese tomo de pícaras lo tuvimos que terminar Leticia y yo, por lo que fue más difícil, pero descubrimos una vena maravillosa. Desde el siglo XIII había una picaresca femenina, como las malmonjadas, que eran las casadas con Cristo, como que las mandaban al convento a la fuerza, una decía, por ejemplo: “Agora que soy niña/ quiero alegría, / que no se sirve Dios de mi monjía”. En otro poema de este tipo, la mujer dice: “¿Para qué quiero casarme / si el marido ha de mandarme?” Pero en un poema titulado “Yo gruñir, él regañar”, la autora se queja así: “Me quitó mis lindas joyas/ me puso su zamarrón,/ me mandó con las ovejas/ como si fuera un pastor”. Gran cantidad de poesía rebelde, que salía de los conventos o de donde se encontrara la poeta, está ahí, pero nadie la conoce. Aunque en países como los nuestros, en América, el español se afianza por el siglo XVI, tenemos una princesa azteca, poeta, Macuilxochitzin, que también está incluida, aunque ella escribe en náhuatl, pues hay traducción de León Portilla, y ella hablaba también del ser femenino.

Pero, además de ser desconocidas, en su mayoría, ¿también primaba el rigor y la calidad?

Una antología siempre cumple ese criterio selectivo, que nunca deja de resultar finalmente polémico, pues no pueden estar todas, pero tratamos de encontrar las voces más representativas en cada uno de estos rubros o tonos. Algunas, las más grandes, se repiten incluso en los tres tomos, porque ningún poeta clasifica nada más en un aliento exclusivo, sino que despliega un abanico de sensaciones, emociones y también reflexiones. Luego nos topamos con otro problema. A muchas las premiaban, por ejemplo en Nicaragua, sí existían muchas premiadas, pero ninguna publicada. Gracias al Frente de Afirmación Hispanista pudimos contar con algún título editado, de manera que se ajustaran al requisito mínimo para entrar en nuestra antología, por eso a mí me interesó mucho conocer a Fredo Arias de la Canal, presidente del Frente, y el trabajo de esta institución. Ya, con un libro publicado, cubríamos esa necesidad critica. Aunque de todos modos no sería fácil. A veces encontrábamos el título del poemario, el nombre de la poeta, y ya, ni un solo dato de cuándo nació, qué edad tiene, cuál es su trayectoria como intelectual, nada, eran como ediciones de autor. Debimos mantenernos investigando muy arduamente. Se le decía al equipo de investigación, te me vas a Zacatecas, un estado del norte, pagándole todo, y buscas cuándo nació esta mujer y cuándo murió. Era de escudriñar hasta en los registros civiles para encontrar los datos, por lo menos el par de fechas en medio de las cuales ubicar una vida y una obra, dónde insertarla, en qué tendencia o etapa de la historia.

A lo mejor, siendo una poeta evidentemente rebelde, también era, no sé, de la Academia de la Lengua de Nicaragua, como en efecto descubrimos después. Pero llegábamos a Nicaragua, y decían: No, ¿poeta ella?, no, aquí el poeta es él, el esposo. Digo: Pero ella tiene premios internacionales, y es miembro de la Academia de la Lengua. ¿Ah sí, de veras?, me respondían. Vamos, que ni en su rancho sabían quién era la mujer. Y más tarde, cuando nos aparecimos con la edición, que íbamos promoviendo por toda América Latina, España, Italia... y arribamos a Honduras, por ejemplo, que es un país bastante pobre y abandonado, nos fueron a recibir “los poetas”. Nosotras esperábamos una manifestación de mujeres. Y preguntábamos dónde están fulana y mengana e igual nos salían con aquello de que aquí el poeta es él. Pues no, mira, la que aparece aquí antologada es la mujer. Organizábamos presentaciones invitando en cada país a las poetas vivas de la selección, y en una oportunidad llega una muy preocupada: “Oye, ¿pero vamos a leer puras mujeres?” Digo: “Puras mujeres, claro”. Y me alerta: “Es que va a sonar muy feminista”. Y le respondo: “¡Es que ES muy feminista!” Entonces me trata de persuadir muy compungida: “Pero el maestro tal, está aquí, y cómo no va a leer lo suyo”. Y le aclaro: El señor está invitado a oírnos, pero en la mesa sólo hay mujeres.

Esta investigación era algo más que un acto de manifestación poética, sin duda estaban moviendo el piso...

Y allí se reunían los hombres, en aquellas presentaciones, como para ver de qué hablan estas. Ciertamente, no obstante, fue un gran éxito. Incluso en Colombia, donde le tocó a Leticia presentar la antología —mientras yo la estaba lanzando en México—, en la Casa Silva, que es como el Gran Palacio de Bellas Artes, se tuvo que parar una de las poetas más ancianas y decir: “Es que yo quiero felicitar a las mexicanas, a estas mexicanas, porque en este lugar nunca se había hecho una lectura de puras mujeres, nunca”. Había ese precedente. Por suerte, actualmente, cualquiera que asume un trabajo sobre poesía de las mujeres, necesariamente nos cita, porque de alguna manera abrimos un canon, que era el propósito, crear un marco teórico desde donde partir para no ser más una poeta aislada ahí entre veinticinco hombres, que luego le hacen el favor a la pobrecita de que pertenezca a sus grupúsculos, sino realmente valorada por la obra, y por un movimiento femenino potente, gracias a que existimos no solo en la cocina o detrás de la escoba, existimos literariamente, con una dignidad y con una proyección inmensa.

Junto con la selección poética, que ya de por sí resulta un manifiesto importante, luego lanzaste otros subrayados, con un criterio sumamente provocador. ¿Sigues pensando igual?

Escribí luego un artículo que escandalizaba, al decir que la mejor poesía del mundo la están escribiendo las mujeres, y no por otra cosa, sino porque nunca han hablado. No hay una retórica manida ni gastada, es una voz que nace fresca, que ha estado a presión en la olla y que cuando brota, por eso, brota con una frondosidad, con una luminosidad, con una autenticidad, que es lo que realmente llama la atención.

La mejor poesía que se está escribiendo, en el mundo, la hacen las mujeres, por eso mismo de haber tenido que callar durante tantísimo tiempo. Y fue muy bonito verdaderamente descubrir ese mundo interior que es su reino, desde toda su domesticidad, porque también es una militancia por la vida.

¿Crees que haya quedado trabajo por hacer? ¿Emprenderías nuevamente un proyecto similar?

Fue muy divertido realizar esta antología, aunque creo que el Espíritu Santo nos iluminó, porque es muy difícil trabajar tres personas con criterios distintos. Sin embargo, como el proyecto era más importante que nosotras, eso nos enseñó mucho de trabajar en equipo entre mujeres, algo a lo que no estamos muy acostumbradas, históricamente nos han dividido, porque divide y vencerás, y tiramos casi siempre la madre contra la esposa, la suegra contra la abuela, pues carecemos de hábitos solidarios. Este ejercicio fue muy altruista en tal sentido. El viajar a los distintos países, invitarlas a leer para darles su tomo, en fin, sentó un precedente, porque llegamos a todas partes... bueno, creo que Cuba fue el único lugar donde no pudimos entrar, pero sí mandamos el libro a través de Nancy Morejón. Alguna vez nos encontramos con Nancy en Lima, en la feria del libro, fue muy chistoso, porque nos dijo: “Ay, ¿es que ustedes van a hablar de feminismo?” Y le digo: Pues sí, ¿y qué? “Es que nosotras no podemos hablar de feminismo porque se supone que la Revolución ya nos liberó a todas”. Y le digo, pero si las más jodidas son ustedes, porque la Revolución ni una plancha, ni una lavadora, y aparte hay que trabajar voluntario, y aparte no puedes conseguir ni una sombrilla, y aparte el trabajo, y aparte el señor llega y se tira en la hamaca y te pide qué comer y ella tiene que salir a comprar, a buscar, a ver qué encuentra. Digo yo que, acerca de las mujeres liberadas con las que soñé, y me di cuenta a los diez años que estuve en este país, y se lo reclamé a mi padre comunista, aquí están peor que ninguna. En definitiva esas mujeres que yo soñaba sólo viven en Nueva York, París, Londres, porque ni en la Ciudad de México. Y si aquí la mujer está peor, entonces ¿de qué hablan ustedes? “Bueno, es que nosotras hablamos de invisibilidad”, me dijo ella. Ah, pues me encanta el término, reaccioné, puesto que el feminismo ha sido muy atacado por los hombres y te decían feminazi. Bien, hablemos de invisibilidad, me parece un concepto incluso más amplio y de menos puya, aunque todo lo que acabe en ismo implica una ideología, como comunismo, socialismo, capitalismo, entonces sí es una ideología política, sí somos feministas. Pero, bueno, no hablemos de feminismo para no crear problemas, hablemos de invisibilidad, que en definitiva resulta exactamente lo mismo. Así fueron muchas las experiencias vividas, íbamos tomando el pulso de cómo estaba el gremio en los distintos lugares. A la larga, estamos muy orgullosas de nuestro trabajo. Aunque, claro, jamás lo volveríamos a emprender, porque era una matazón de veinticuatro horas seguidas, salir de nuestro trabajo e ir corriendo al estudio para ver dónde nos quedamos, a ver niña apúrate y averigua cuándo nació esta, y si murió o está viva, pero fue muy padre y muy bonito el escarbar en ese cajón olvidado de las mujeres y su literatura.

¿Y cómo fue acogida la publicación?

Logramos una recepción magnífica. Por ejemplo, la universidad de Harvard, en la primera Feria del Libro, nos compró cien ejemplares de cada uno de los tomos, para su biblioteca, porque en todo lo que es académico, Literatura y Género, no hay abundancia de documentos, y esta es una joya de tres tomos con unas 450 autoras, cada una con su ficha realizada cuidadosamente, los datos de nacimiento y muerte, lugar de origen, si fue monja o si fue revolucionaria, o sea, resumimos muchísima información. Tuvimos que escoger un poema por autora en cada tomo, porque como eran tantas, debíamos ser muy finas para tratar de quedarnos con el mejor texto.

¿Y nunca invitaron a colaborar a un hombre? A veces me ha parecido que hay un peligro que corre el feminismo, y es que se mantenga solo como un menester de mujeres, cuando hay que involucrar, impactar, cambiar desde adentro toda la sociedad. Yo recuerdo que algunas mujeres reaccionaron mal cuando Ileana Álvarez y Maylén Domínguez le pidieron a Enrique Saínz que prologara su antología de mujeres poetas Catedral sumergida, ellas trataban así de abrir el compás y asumir el fenómeno desde una perspectiva más comunicativa...

No, no quisimos. Y los prólogos, los escribimos nosotras. Es que los hombres tienen ya de por sí una formación patriarcal. A mí me ha tocado sufrir cada postura de cada hombre, incluso de intelectuales de gran talla, como José Luis Martínez, alguien que en México ha sido siempre reverenciado, oh Maestro, y lo oigo decir: “Para ser mujer, habla muy bien”. Pero maestro, por Dios, de qué estamos hablando. O si no, esto otro: “Ay, qué lindas las niñas”. Mire que yo estudié Filosofía en la UNAM, tengo una carrera... [Gruñe, enseña los dientes, seguidamente sonríe] Aunque no lo quieran, tienen un chip en el que no nos ven como iguales, tú llegas a pedir trabajo y el hombre te está mirando la pierna, y algunas mujeres hasta te aconsejan que vayas de minifalda a la entrevista de trabajo, así es seguir explotando lo que no queremos. Tú ves las Venus de la antigüedad, eran busto y nalga, sin cara. Y nosotras lo que queremos es ponerles caras, decir es esta mujer, única, y es esta otra. Muchos dicen: ay, yo amo a las mujeres. Bueno, y qué, a mí también me gustan las vacas, mire que no es cuestión de generalidades. La lucha de géneros resulta importante porque nunca se nos ha tomado en serio, aunque nuestra obra sea tan importante o más que la de muchos hombres que están agarrados al sistema, quienes acaparan las becas, los que van al extranjero, los que publican, sin que sean necesariamente los mejores. Si a todas las dificultades posibles, se suma que eres mujer, ya te quedaste fuera de la jugada, por muy buena que seas. Algunas destacan a veces porque coquetean mucho con estos círculos de hombres y las aceptan, pero no son de las iguales, no lo son, como Gioconda Belli y otras figuras que han militado en algunos movimientos... sin embargo, hay que ver, ¿analizan su obra? No, no la analizan, aunque hayan hecho muchas aportaciones en el devenir literario, filológico, incluso de lenguaje.

También está ese viejo debate de si los estudios de género hacen falta para definir la calidad de un texto poético, y si los textos en sí mismos pueden contener los atributos propios de un género, o sea, sobre la existencia o no de una “poesía femenina”...

Hay cierta visión de las mujeres que no está aislada, es de todas nosotras, y que no se conoce porque simplemente los hombres hacen el casting. Las niñas que luzcan siempre bonitas, por ejemplo, las dejarán pasar si les agradan, porque ser fea es lo peor que le puede ocurrir a una mujer. Oiga, mire, pero es un talento. “Sí, pero está fea”. Son chips que traen todos los hombres, en todas partes del mundo, no sólo el mexicano o el latino. Cada uno revela sus propias características, el cubano es macho y dice “ay mi vida, mi cielo”, el mexicano puede ser un grosero, el español golpea por pasión, pero de hecho no nos ven como iguales, eso es lo más común. Por eso se hace necesaria la lucha de género. Resulta importante demostrar, hacer ver y sentir —bueno, yo no sé por qué, porque los hombres nunca tienen que demostrar nada— que hay una riqueza interior, como una visión nueva, no sé si más generosa, en realidad hacemos señas: ¡Eh, existimos, somos!

Calculo que un poema sobre el proceso de la maternidad jamás podría escribirlo un hombre, para empezar, así que obviamente sí existe el género en la literatura, tan sencillo como que quien escribe es una mujer o un hombre, con todo el derecho que te da tu naturaleza. Pero, para nuestra naturaleza, se ha hecho necesario desarrollar estudios de género, simplemente porque nos han ignorado y borrado. Si no hubiera ocurrido así, no tendríamos que estar hablando ahora de tales temas. Claro que yo sé que la poesía siempre es una, eso lo sabemos todos, por Dios. Te salen a cada rato con aquello de que la poesía no tiene género. Ah, les digo, no parezcas idiota, eso lo sabemos. Pero aquí estamos hablando de ismo, de presencia, de política, y todo apunta a lo siguiente: mira, no se vale que nos borren de la historia, punto. Pues nosotras sí hemos tenido que luchar como el esclavo en busca de libertad. ¿Acaso estaría bien la pregunta de por qué los esclavos se querían liberar si tenían casa y comida? ¿Tampoco ven la necesidad de que se liberen las mujeres? Ah, pues sí, porque no somos en absoluto animales domésticos. Tenemos inteligencia, exactamente igual, a veces mejor, porque la misma vida cotidiana te hace desarrollar el poder pensar en muchas cosas al mismo tiempo: que si la casa, que si la comida, que si el trabajo, el niño, la anciana madre... Obviamente vas a desarrollar muchísimas otras aptitudes y capacidades que a lo mejor en un trabajo rutinario, donde tú eres el que pide, al que lo sirven, el que manda, nunca podrías adquirir. Entonces el género sí es muy importante, en estas circunstancias, aunque la poesía sea la palabra divina en el corazón del hombre, que lo es, en efecto, como decía Blake...

Uf, nada más que preguntar. Quedan desbordadas todas mis expectativas. Has expresado una cantidad de ideas y experiencias tan importantes, y están tan bien dichas, que solo me queda darte las gracias por esta oportunidad. Gracias de todo corazón.

Gracias a ti, y a la revista Alas Tensas, por permitirme hablar por ellas.

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