«Lightyear» y el supuesto apocalipsis de un mundo cisheterosexual

“Cuando esas premoniciones que anuncian un fin de la cisheterosexualidad ocupan las redes sociales y otras plateas públicas, se trata de una estrategia que busca mantener las relaciones de opresión que se derivan de ese régimen”.

09/08/2022
Dos mujeres se abrazan
Foto: Pexels

Recientemente se estrenó en varios circuitos del cine internacional la película infantil Lightyear. Uno de los aspectos más controvertidos de la recepción de este filme ha sido el pánico moral alrededor de una escena en la que dos mujeres se besan. Tal y como debaten algunos textos este beso fugaz, despertó alaridos estruendosos en las redes sociales y en otras plateas públicas. Desde advertencias de que el filme contenía “ideología de género”, prohibiciones de su proyección en algunos países, hasta consejos a padres de que eviten que sus hijos entren en contacto con este filme. Todas estas maniobras se hacen eco, en mayor o menor medida, de un apocalipsis heterosexual, lanzado casi como una profecía futurista. 

Quiero detenerme en este punto porque esta supuesta profecía del fin de la cisheterosexualidad, deja al descubierto una inversión política: las personas que ocupan posiciones centrales y normativas se colocan como víctimas todas las veces que la hegemonía es cuestionada. Como parte de esa inversión afirman que están siendo silenciados y que sus existencias son amenazadas por los grupos LGBT, como si estos últimos tuvieran poder estructural para silenciar a personas cis heterosexuales. Podemos considerar este tipo de inversión (personas que ocupan posiciones sociales hegemónicas se presentan como víctimas o en peligro) como una maniobra política que intenta impedir el avance del reconocimiento social, jurídico de grupos LGBT.

En este caso, el filme Lightyear ofrece la posibilidad de que otros tipos de familias tengan visibilidad en los medios de comunicación masiva. Esto tiene efectos importantes en lo que respecta a la posibilidad de expandir nuestros imaginarios como sociedad. Es a través de este tipo de políticas culturales inclusivas que podemos imaginar mundos más plurales, y contribuir con la construcción de sociedades más democráticas. Estas últimas implican que no sea únicamente la cisgeneridad y heterosexualidad las que constituyan la referencia de todo. No obstante, los ecos de estos alaridos parecen anunciar un apocalipsis de la cishterosexualidad, enunciado como “fin de la familia original”, “amenaza contra la integridad de la infancia” y otras narrativas similares. 

captura de pantalla de la pelicula Lightyear
Una de las escenas del filme «Lightyear» que ha generado polémica. Foto: Still de video

Esos alaridos no son más que un blindaje defensivo delante de la crítica cada vez más sistemática a ese lugar de poder que es la cisheterosexualidad hegemónica. No hay que ser un activista por los derechos LGBT para saber que, históricamente y estructuralmente se ha impuesto como modelo exclusivo de existencia, la cisheterosexualidad hegemónica. Junto con ello, esta imposición ha anulado e invisibilizado otras formas de vida, de construir afectos, relaciones, prácticas y deseos sexuales. No es por el hecho de no estar representadas en los medios, que ellas no existen. Durante siglos hemos sido objeto de una socialización cishetero obligatoria, con producciones culturales como “Cenicienta”. El hecho de que las relaciones erótico-afectivas entre mujeres no aparezcan sistemáticamente en los registros literarios y otros con los que somos educadas, nos muestra cómo estas experiencias son condenadas al silenciamiento e invisibilización. El argumento suele ser: “la infancia no debe ser adoctrinada en asuntos de diversidad sexual”. Lo cierto es que la infancia es expuesta todo el tiempo a discursos sobre género y la sexualidad, solo que tales pedagogías enseñan que apenas la heterosexualidad y la cisnormatividad son las formas “normales” de existir en el mundo.

«La imposición de la cisheterosexualidad hegemónica ha anulado e invisibilizado otras formas de vida, de construir afectos, relaciones, prácticas y deseos sexuales».

La historia de Cenicienta es una entre tantas pedagogías de género en las que el casamiento heterosexual y monogámico es presentado como promesa de ascensión social y como un premio después de “una vida de violencias y privaciones como la que llevaba Cenicienta”. Como si la institución casamiento heterosexual y monogámico no fuese una instancia en la que se legitiman las violencias contra la mujer. Comenzando por el control de su cuerpo y su sexualidad a través de la romantización de la exclusividad sexual; y terminando por el trabajo doméstico y reproductivo que se nos vende “como una obra de amor y sacrificio por los otros”. 

Así, cuando estas premoniciones que anuncian un fin de la cisheterosexualidad ocupan las redes sociales y otras plateas públicas, se trata de una estrategia que busca mantener las relaciones de opresión que se derivan de ese régimen y, por otro lado, crear un pánico moral en torno a las existencias LGBT: “los homosexuales quieren acabar con la familia y la infancia”. Esta caricatura de un “apocalipsis hetero” deja al descubierto, entre otras cosas, la excesiva autoestima de quien históricamente se ha visto representado en los imaginarios culturales dominantes. Quien construye su autoestima a costa de habitar lugares hegemónicos blancos, heterosexuales, cis, acostumbra con facilidad a pensar que todo debate es sobre sí. 

Así, cuando personas históricamente marginalizadas disputan su espacio en la sociedad, las personas que ocupan esos lugares hegemónicos suelen vivir eso como un ataque, por la simple razón de que están siendo desplazados del centro del orden social y porque sus privilegios dejan de estar inmunes a la crítica social. Cuando personas LGBT están reinventando formas de existencia, reivindicando hablar de sí por sí mismos, los heterosexuales sienten que han decretado su muerte; cuando en verdad sabemos que el monopolio estructural de la enunciación no está en manos de personas LGBT. Las políticas culturales que incluyen este tipo de filmografía, procuran dar visibilidad y reconocimiento a grupos LGBT no se proponen un exterminio de la cisheterosexualidad; se trata de desestabilizar imaginarios hegemónicos y abrir espacios para la coexistencia de múltiples formas, construir afectos y relaciones, sin que necesariamente unas impliquen la anulación de otras. 

Políticas culturales que colocan en primer plano la humanidad de los grupos LGBT son más que necesarias como contraste a toda la filmografía que solo concibe finales trágicos para gais, personas trans, etc. Poder existir y tener su humanidad reconocida y respetada, es lo mínimo que debemos exigir de las políticas culturales que se coloquen al servicio de construir sociedades democráticas. 

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Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.