Marchas por el 8 de marzo: ¿cuáles utopías feministas nos mueven?

Tener derecho a ocupar el espacio público es una premisa de partida (que nunca ha sido dada, siempre ha sido una disputa), no un punto de llegada.

02/04/2022
girl power
"Girl Power". / Imagen: Pixabay.

Esta vez quiero dar continuidad a las reflexiones que inicie en el texto anterior, escrito a propósito del 8 de marzo, y que suscitó bastante controversia en los comentarios. Algunos de ellos me hacen pensar en el uso de determinados calificativos, y quiero empezar por ahí: ¿por qué nadie, o casi nadie, se ofende cuando un médico, un matemático o un ingeniero reivindica sus saberes, sus diplomas y el conocimiento acumulado con rigor científico dentro de sus áreas, para disputar una idea?

¿Por qué cuando una cientista social, mujer cis, negra, coloca el título en el medio de la disputa (que equivale a colocar en la rueda años de estudio y trabajo académico gestionado colectivamente) eso es llamado de una actitud colonialista? Es curioso que las personas que colocan ese rótulo de “colonialista”, coincidentemente, son las mismas que reclaman, con toda razón, sobre la necesidad de ennegrecer las universidades, los eventos académicos y todo espacio que amerite quebrar con la hegemonía cisheterosexual, blanca, capacitista, etc. En eso concuerdo con ellas. Esas mismas personas reivindican tener sus voces escuchadas y respetadas en foros y eventos académicos, lo que también suscribo.

No me sorprende en absoluto que la fuerza de la autoridad médica, por ejemplo, no sea tan cuestionada como cuando se trata de quienes trabajamos con Ciencias Sociales, Humanidades, Teoría Feminista. Eso sí ciertamente es un efecto del colonialismo. Y es que es recurrente creer que las cuestiones sociales y políticas de las que tratamos pueden ser encuadradas en el campo de “es mi opinión”. De ahí que, cuando yo digo que hablo con propiedad de un asunto porque lo he estudiado, eso es interpretado como una actitud elitista, colonialista, como si apuntar que ese conocimiento fue adquirido como parte de una formación académica fuese, por sí solo, señal de colonialismo.

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Marcha el 8 de marzo de 2022 en Madrid, España. / Imagen: Ileana Álvarez.

Vale destacar que el colonialismo situado en el ámbito de la producción y circulación de conocimientos, tiene que ver con el exterminio de saberes (cuando se queman libros y/o se destruyen el patrimonio cultural de comunidades no hegemónicas), la subyugación de saberes subalternizados (lo que de hecho puede ocurrir en la academia y en otros espacios de poder), el eurocentrismo, el genocidio cultural de religiones de matriz africana, entre otros ejemplos. Pero bueno, no tenemos cómo evitar que determinados conceptos sean usados apenas como “frases de efecto”, desconociendo sus implicaciones efectivas. Y no es que alguien esté libre de reproducir opresiones, ni mucho menos. No obstante, el punto en cuestión es que las ciencias sociales, la teoría feminista —como instancias a partir de las cuales construí mi argumento en el texto anterior— no son una opinión infundada, así como ninguna otra ciencia. Tampoco mis argumentos están exentos de equívocos, solo que el debate no siempre está en el plano de las ideas, pero seguimos.

Insisto en que tal vez sería más interesante construir más espacios de diálogo con las feministas cubanas, que no todas son mujeres cisgénero, no todas viven en Cuba, y esas dos cuestiones ya nos presentan dos variables a considerar para no apresurarnos en emitir respuestas simples o absolutas. Por tanto, así como en el texto anterior, en este tampoco pretendo responder nada, apenas problematizar ese asunto, esta vez, procurando apuntar otras direcciones. Creo firmemente en la potencia del disenso, por ello es una ingenuidad pensar que, inclusive dentro del activismo feminista, tenemos que, obligatoriamente, llegar a consensos. El propio feminismo es un campo de disputa permanente que está lejos de cualquier posibilidad de ser unánime y homogéneo, ni pretende serlo, baste observar la diversidad de vertientes y corrientes feministas.  

«…el feminismo es un movimiento contestatario de las hegemonías de género (y otras). Y ese carácter contestatario se materializa a través de la producción de categorías, conceptos, saberes acumulados, que sirven para entablar esas luchas…»

Cuando afirmo que me inclino a pensar en la ausencia/presencia de una marcha a partir de un cuadro de reflexiones feministas, estoy adhiriendo a algunos presupuestos tales como:

*el feminismo es un movimiento contestatario de las hegemonías de género (y otras). Y ese carácter contestatario se materializa a través de la producción de categorías, conceptos, saberes acumulados, que sirven para entablar esas luchas. Entiéndase conceptos, saberes, como armas de lucha también. Es a partir de esos saberes acumulados que procuro reflexionar sobre la presencia/ausencia de una marcha.

** esos saberes feministas no son sólo académicos y su multiplicidad y riqueza nos apuntan infinitos caminos de lucha. Así como Joan Scott elaboró un análisis potente en su texto académico “Género: una categoría útil de análisis histórico”, pienso también en la poesía de Audre Lorde o en el Manifiesto de Sojourner Truth. Libros, filmes, poesía, activismo feminista, asambleas, foros feministas, ocupación de las calles, todos ellos me sirven de aliento e incentivo para imaginar mundos orientados hacia una democracia de género (para usar una idea de una de las feministas más brillantes que conozco, Joao Manuel de Oliveira). 

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(De derecha a izquierda) La activista e historiadora de arte Yanelis Núñez Leyva junto a la escritora Maielis González Fernández, marchando el 8 de marzo de 2022 en Madrid, España. / Imagen: Nonardo Perea.

Si la marcha es un vehículo para acercarse a una utopía feminista[1], como afirman algunas militantes feministas, vale preguntarnos: ¿Cómo estamos construyendo esa utopía? ¿Cuáles son sus reivindicaciones para alcanzar esa democracia de género? Creo que en la medida en que esa utopía feminista esté diseñada, dialogada inclusive con disensos, tendremos mejores condiciones para ponderar si ella es capaz de movilizar una manifestación pública de raíces feministas como es una marcha por el 8 de marzo. Recordemos que hasta el momento no tenemos siquiera un currículo de estudios de género y feministas que sea reconocido y tenga legitimidad. Obviamente eso no impide que circulen ideas y prácticas feministas. Sin embargo, tal vez eso limite que se geste esa utopía con suficiente fuerza movilizadora. Es apenas una hipótesis que tengo ahora mismo, ni siquiera una respuesta.

Una de las lectoras de la columna que comentó bajo un pseudónimo, compartió la lista de “Yo sí te creo en Cuba” con el hashtag “#Nadaquecelebrar el #8M en #Cuba y me parece que esa etiqueta refuerza un gran equívoco, pues el 8 de marzo nunca ha sido sobre celebraciones. Tal vez, un hashtag más coherente sería en torno a la pregunta «¿qué es lo que nos mueve a marchar?».

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Marcha el 8 de marzo de 2022 en Madrid, España. / Imagen: Ileana Álvarez.

Las raíces históricas del 8 de marzo remiten a movilizaciones de mujeres trabajadoras de inicios del siglo XX, por eso sus bases se conectan con la lucha de clases y el feminismo socialista. Obviamente esas raíces vienen rediseñándose, sobre todo a partir de las huelgas feministas que emergieron en 2016 en Polonia —reivindicando la legalización del aborto— y atravesaron el Atlántico hasta llegar a Argentina con la conocida reivindicación de #Niunamenos. Esta marea feminista ha inventado nuevas formas de pensar las movilizaciones del 8 de marzo, impregnando a la propia marcha de un potencial político renovador, como afirman Cinzia Arruza, Tithi Battacharya y Nancy Fraser en uno de los libros feministas más actuales que yo conozco y que aborda esta cuestión: “Feminismo para os 99%: um manifesto”[2]. Creo que algunos efectos de esa marea feminista llegan a Cuba. El propio hecho de que desde hace unos años se esté colocando en debate los motivos que explican la presencia/ausencia de una marcha, y su conexión con una agenda feminista cubana y sus reivindicaciones, dice mucho de la potencia de esas articulaciones feministas transnacionales.

Creo que bien valdría la pena hacer una investigación rigurosa en Cuba para recabar datos acerca de las diferentes aristas que pueden estar envueltas en la ausencia de una marcha feminista en Cuba, sin la pretensión narcisista de querer hablar por todas las mujeres ni elaborar respuestas definitivas sobre un asunto tan complejo. Curiosamente, algunas de las lectoras de mi columna que aludieron que las feministas cubanas están impedidas de marchar el 8 de marzo son las mismas que han afirmado categóricamente en otros momentos que no existe un movimiento feminista en Cuba ahora mismo, lo que no deja de ser contradictorio. Yo no creo que un movimiento feminista en Cuba sea inexistente, como afirmé en el texto Feminismos en Cuba: un campo de disputas. Lo que sí creo es que tenemos que observar críticamente las múltiples coyunturas que concurren para, dentro de esta (des)articulación feminista que tenemos hoy, con sus singularidades, se geste (o no) una marcha feminista, que no necesariamente equivale a cualquier manifestación pública protagonizadas por mujeres o cuerpos socialmente entendidos como femeninos.

el feminismo es un movimiento contestatario de las hegemonías de género (y otras). Y ese carácter contestatario se materializa a través de la producción de categorías, conceptos, saberes acumulados que sirven para entablar esas luchas.
Ileana Álvarez: «Somos el grito de las que no están». Marchas el 8 de marzo de 2022 en Madrid, España. / Imagen: Francis Sánchez.

Cuáles son las condiciones que tenemos ahora mismo para estar a la altura de este desafío de adherir a una movilización feminista, sobre todo si, así como han afirmado varias feministas, la marcha es un vehículo para aproximarse a una utopía feminista antirracista, anticapitalista, antiespecista, anticapacitista y a favor de la justicia de género para todas las personas. Es obvio y está sobreentendido que tener derecho a ocupar el espacio público es una premisa de partida (que nunca ha sido dada, siempre ha sido una disputa), no un punto de llegada.


[1] Como expone Marilia Moschkovich en este conversatorio acerca de los orígenes del 8 de marzo: https://www.youtube.com/watch?v=l-r81wKkx4o&t=731s

[2] Me refiero a la versión en portugués que es también la única que conozco y está a mi alcance.

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Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.