Necesitamos desapegarnos de la idea del amor

“En nombre del amor” las mujeres cargan en sus espaldas con todo el trabajo doméstico y de cuidado (incluso fuera del ámbito “privado”), o al menos con la mayor parte de este.

14/02/2022

Si el título de este texto te parece muy radical a primera vista, quiero confirmar que es así mismo. Y radical, en este caso, es una alusión a esa premisa marxista que implica ir a la raíz de las cosas. Nunca es demasiado tarde para ir a beber de esa inspiración feminista y marxista llamada Ángela Davis; la invitación está hecha. Precisamente por eso, les aviso que esa lectura radical del amor no es algo que pueda agotarse en los límites de esta columna, necesitamos hacer de eso una pauta permanente de nuestras agendas políticas de lucha contra cualquier tipo de opresión.

Lo cierto es que cuando hablamos de AMOR como un dispositivo de opresión, no se trata apenas de una renuncia al “amor romántico”, sino de una necesidad de desapegarnos de forma radical de la propia idea del amor. La relevancia de esta discusión estriba justamente en su carácter estructural, por eso vale la pena avisar que este debate no trata de “su nidito individual de amor romántico” y nadie precisa aquí levantar muros para defender a su pareja de una cruzada anti-amor, anti-monogámica. No es tu pareja lo que está en disputa, calma ahí comunidad. Discutir sobre amor es parte de un compromiso ético y político de repensar opresiones estructurales, formas de derribarlas y de resistir a ellas.

A esta altura del campeonato no son pocos los indicios acumulados que revelan el carácter estructural de las relaciones sociales moldeadas por el amor. Uno de esos indicios es, por ejemplo, la intrínseca relación entre amor y trabajo reproductivo. La división sexual del trabajo —extensamente problematizada dentro de la vertiente feminista marxista— reposa, entre otras cosas, en esa idea de sacrificio y entrega incondicional “en nombre del amor”.

Como ya estamos cansadas de saber, esa división generificada del trabajo se traduce en una sobrecarga para cuerpos que son designados femeninos dentro de un orden de género binario y jerárquico. “En nombre del amor” las mujeres cargan en sus espaldas con todo el trabajo doméstico y de cuidado (incluso fuera del ámbito “privado”), o al menos con la mayor parte de este. Esos mandatos del amor implican un doble o triple esfuerzo cuando se combinan posiciones sociales tales como la de ser mujer y ser madre, si no, pensemos en cuántas cosas son exigidas y cobradas en nombre del “amor materno”.

Yo recuerdo que crecí escuchando cosas como “una madre no es capaz de comerse NADA en la calle sin llevarle un pedacito a sus hijos”. Esa exigencia como prueba de amor me parece tan absurda que no puedo ni dimensionarla. O sea, es como si gestar y parir a alguien automáticamente provocara un cambio “natural” en el sistema digestivo al punto de regular el apetito en la dirección de supeditarse a una tercera persona (hijes), aun cuando ello no implique una situación de privación de alimentos de esos hijos (o sea, si los hijos no se están muriendo de hambre o no están en una situación parecida, ¿por qué esa renuncia sería una “prueba de amor”?). Bien sabemos que ese mandato nada tiene que ver con la biología, todo lo contrario. Se trata de una construcción cultural bien arquitectada llamada “instinto materno” que tiene ese efecto de naturalización. Y es precisamente esa compulsoriedad (siempre tienes que llevarle la mitad de lo que te ofrezcan y a veces hasta renunciar a comértelo) que no deja espacio para la autonomía (poder decidir si quiero o no llevarle un alimento a mi hijo sin que eso genere culpa ni justificación, sobre todo si no se trata de una situación de privación de comida, insisto…) la que ilustra nítidamente el modo en que el amor es un dispositivo de control que cercena la autonomía y un potente combustible para perpetuar situaciones de desigualdad.

La esfera del trabajo reproductivo está plagada de situaciones de opresión que bastarían para que estuviésemos en huelga contra esa idea del amor. No obstante, hecha esta introducción que muestra como esa idea posee diversos tentáculos que alcanzan varias esferas de nuestra vida, aquí me quiero detener brevemente en el carácter nocivo de esa idea de amor para construir vínculos conyugales o de pareja. Recuerdo otro día en que literalmente “me calló la ficha” cuando vino a mi memoria un discurso que era bastante habitual cuando estaba en primer año de Psicología y mi profesor de Metodología de la Investigación [1] (un hombre blanco, presumiblemente heterosexual y cisgénero) nos decía a las mujeres del grupo: “cásense ahora mientras estén estudiando que después que se gradúen va a ser muy difícil”. Esa profecía de mi profesor se basaba en la presunción de que, siendo psicólogas seríamos más críticas respecto al orden social y eso, automáticamente nos descalificaría para ser elegibles para el matrimonio y, consecuentemente, para el amor. Moraleja de mi profe: “dejen de ser críticas, anúlense en nombre del amor” (más adelante yo explico en otro texto por qué la Psicología no se puede dar el lujo de promover este tipo de narrativas, ni siquiera como parte del “currículo oculto”, que ni tan oculto es a juzgar por las veces que mi profesor repetía semejante absurdo).

Así como esa anécdota de mi profesor, podríamos remitirnos a todas las veces en que nos es inoculado que el amor romántico, casamiento y vida en pareja son no solo indicadores de éxito de la vida de una mujer, sino también “todo aquello que nos salvará”.  No pocas veces esa idea del amor como salvación y criterio de validación hace que nos agarremos (como a una tabla de salvación) a cualquier relación de pareja “en nombre del amor”. Es con base en esto que sostengo que el amor es un combustible para la violencia, porque fuerza, obliga a un tipo de sumisión de las mujeres y de otros cuerpos que, a priori, son descalificados dentro de ese escalafón social que establece quiénes pueden ser amados, asumidos públicamente, etc. Y obviamente ello se conecta con cuestiones de racismo, lgbtfobia, capacitismo y otras opresiones estructurales. Al final ¿quién merece ser amado? Sabemos que ni todes alcanzamos ese podio y que, además, él está diseñado para imponer opresiones hasta para quienes adentran a sus selectivos dominios.

¿Quién aquí recuerda este himno transnacional del amor que nos entregara Alejandro Sanz? ¿Quién no se desgargantó con los ojos cerrados y todo, cantando esta oda al amor romántico llamada “Corazón partío” ?:

¿Y quién me va a entregar sus emociones?
¿Quién me va a pedir que nunca le abandone?
¿Quién me tapará esta noche si hace frío?
¿Quién me va a curar el corazón partió?
¿Quién llenará de primaveras este enero
Y bajará la luna para que juguemos?
Dime, si tú te vas, dime cariño mío
¿Quién me va a curar el corazón partío
?

Dar solamente aquello que te sobra
Nunca fue compartir, sino dar limosna, amor
Si no lo sabes tú, te lo digo yo
Después de la tormenta siempre llega la calma
Pero, sé que después de ti
Después de ti no hay nada
Para qué me curaste cuando estaba herido
Si hoy me dejas de nuevo con el corazón partío
.

Parte el alma Alejandrito Sanz, menos, menos toxicidad por amor a las Diosas. Noten cómo el amor romántico estructura nuestra subjetividad para hacernos creer, desear —consciente e inconscientemente (ni todo deseo es del orden de lo racional mis amores, piensen en eso antes de apresurarse a linchar a cualquier mujer que tiene dificultad para salir de una relación conyugal violenta)—, mantener, a toda costa, un matrimonio, una relación de pareja, como promesa de salvación.

Como dijera la brillantísima Marília Moschkovich [2] en uno de los episodios de su Podcast “LIBRE” y que traduzco libremente aquí para sumar a nuestra discusión: “¿qué es lo que hay en juego cuando decimos “yo te amo”? ¿por qué cuando hablamos de amor eso nos hace sentir especiales, pero al mismo tiempo autoriza a esperar e inclusive exigir ciertas cosas de la otra persona? […] la violencia en relaciones de pareja es motivada frecuentemente por sentimientos que aprendemos como estando ligados al amor, dígase, celos, control, competición, la sensación de estar debiendo algo a aquella persona que se ama, sacrificio, entre otros […] ah, si tú me amas vas a hacer esto, si haces aquello eso quiere decir que no me amas. Y agrega Marília: ¿no hay algo muy equivocado en el modo en que la gente ama si ese amor acaba matando mujeres?”

Combatir la violencia de género tiene que ver con desmontar colectivamente (y no apenas las mujeres) estas estructuras que construyen nuestra subjetividad para estar sometidas a las imposiciones del amor.

Según datos del Observatorio de feminicidios Yo sí te creo en Cuba, la mayoría de los asesinatos de mujeres ocurren a manos de parejas o exparejas. Habrá quién a estas alturas diga: “ah, pero eso es en los casos de violencia extrema”. Como si hubiera alguna violencia que no fuera extrema. El punto es: ¿cómo se llega a esa y a otras situaciones de violencia que no culminan en asesinato, pero que no dejan de ser igualmente graves? Una respuesta ignorante y culpabilizadora que ya oí por ahí es cuando dicen “ah, pero si son las mujeres quienes educan a los hombres”. Como si las mujeres fueran hadas madrinas de la deconstrucción y estuvieran fuera de la misma estructura machista donde este combustible del amor es regado a diario.

Una de las herramientas implicadas en esa idea del amor es justamente la jerarquía que se establece entre la relación de pareja y otras relaciones como son los vínculos con nuestras amigas y otros familiares. El hombre que comete violencia en las relaciones de pareja, cuenta con esto, es un arma en sus manos. Es por ello que, cuando los abusadores despliegan toda su manipulación para alejar a sus víctimas de quienes les pudieran alertar, a las mujeres no les parece tan ilógico, pues como dicta la ideología del amor romántico “el matrimonio es todo a lo que debemos aspirar”, lo primero y lo más importante, “un mundo para dos” donde las demás relaciones de afecto son secundarias, cuando no son hasta desechadas en nombre de esa unidad monolítica llamada pareja. Por ende, combatir la violencia de género tiene que ver con desmontar colectivamente (y no apenas las mujeres) estas estructuras que construyen nuestra subjetividad para estar sometidas a las imposiciones del amor.

Yo comparto la misma sospecha que mi amiga Geni cuando dice que es complicado resignificar una opresión, precisamente porque no existe ninguna opresión saludable. Por eso queda abierto el cuestionamiento: ¿será que el camino es resignificar el amor, optar por otros modelos de amor? Si el amor, en sí mismo es una estructura de opresión tal vez lo que cabe es dinamitarla, inventar otra cosa. ¿Cuál es esa otra cosa? No tengo respuestas ni recetas ni certezas, apenas las inúmeras evidencias de que eso que llaman «amor…. es cualquier cosa menos amor, como dice Silvia Federici.

[1] Y lo digo así por tratarse de una situación pública de la que mis colegas de aula también podrían dar fe.

[2] Marília Moschkovich es socióloga, feminista brasileña y una de las intelectuales contemporáneas que discute fervientemente estos temas tanto en sus producciones teóricas como en redes sociales, su propio podcast “Livre”, entre otros. Conozca más sobre su trabajo aquí.

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Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.