Referentes ⎸ bell hooks: “La sororidad sigue siendo poderosa”
“Las mujeres pueden lograr la autorrealización y el éxito sin establecer relaciones de dominio las unas sobre las otras”, afirma bell hooks, y esto sólo puede lograrse a través de la verdadera sororidad.
Dada la vigencia e importancia de este texto de la reconocida feminista afroamericana bell hooks, lo publicamos en Alas Tensas. En lo sucesivo compartiremos otros textos de su libro El feminismo es para todo el mundo, del cual forma parte este capítulo.
Cuando se utilizó por primera vez el eslogan Sisterhood is powerful (“La sororidad es poderosa”) fue increíble. Yo empecé a participar de lleno en el movimiento feminista en mi segundo año de universidad. Al haber asistido a una universidad sólo de mujeres un año antes de pasarme a la Universidad de Stanford, conocía por experiencia propia la diferencia en la autoestima y la confianza en sí mismas de las mujeres en un aula del mismo sexo frente a otra en la que hay hombres.
En Stanford los hombres reinaban en todas las clases. Las mujeres hablaban menos, tomaban menos la iniciativa y muchas veces, cuando hablaban, difícilmente se podía escuchar lo que decían. Sus voces carecían de fuerza y confianza. Para empeorar las cosas, de vez en cuando, los profesores, también hombres, nos decían que no podíamos ser “grandes” pensadoras, escritoras, etc., que no éramos tan inteligentes como los hombres. Estas actitudes me chocaban dado que yo venía de un ambiente solo de mujeres donde se afirmaba constantemente nuestra valía y valor intelectual por el nivel de excelencia académica establecido por nuestras docentes, en su mayoría mujeres, tanto para nosotras como para ellas mismas.
De hecho, sigo en deuda con mi profesora favorita de inglés, blanca, que pensaba que yo no estaba recibiendo la orientación académica que necesitaba en nuestra universidad para mujeres porque no tenían un programa intensivo de escritura. Ella me animó a ir a Stanford; creía que algún día sería una pensadora y escritora importante. Allí, en cambio, se cuestionaba constantemente mi capacidad y empecé a dudar de mí misma. Entonces, el movimiento feminista sacudió el campus. Las estudiantes y las profesoras exigían que se acabara con la discriminación por género dentro y fuera del aula. ¡Guau! Fue un momento intenso e increíble.
“Desafiar y modificar el pensamiento sexista de las mujeres fue el primer paso hacia la creación de una sororidad poderosa, una potente hermandad de mujeres, que finalmente sacudió nuestro país”.
Allí asistí a mi primera clase de estudios de la mujer con la escritora Tillie Olsen, quien hizo a sus estudiantes pensar, primero y ante todo, sobre el destino de las mujeres de clase trabajadora. Allí la académica y posteriormente biógrafa de Anne Sexton, Diane Middlebrook, repartió uno de mis poemas en nuestra clase de poesía contemporánea sin decir de quién era y nos pidió que identificáramos si estaba escrito por un hombre o por una mujer, un experimento que nos hizo reflexionar críticamente acerca de los prejuicios de género a la hora de juzgar el valor de la escritura.
Allí empecé a escribir mi primer libro a la edad de diecinueve años: Ain't I a Woman: Black Women and Feminism (¿Acaso no soy yo una mujer? Mujeres negras y feminismo). No se habría producido ninguna de estas increíbles transformaciones si el movimiento feminista no hubiese creado una base para la solidaridad entre mujeres.
Esa base se apoyaba en nuestra crítica a lo que entonces llamábamos “el enemigo interior”, refiriéndonos a nuestro sexismo interiorizado. Todas sabíamos de primera mano que habíamos sido socializadas como mujeres por el pensamiento patriarcal para considerarnos a nosotras mismas inferiores a los hombres; para vernos entre nosotras única y exclusivamente como competidoras por la aprobación patriarcal; para mirarnos entre nosotras con celos, miedo y odio. El pensamiento sexista nos hacía juzgarnos las unas a las otras sin compasión y castigarnos duramente. El pensamiento feminista nos ayudó a desaprender el autodesprecio de las mujeres. Nos permitió liberarnos del arraigo que el pensamiento patriarcal tenía en nuestras conciencias.
La unión entre los hombres es un aspecto aceptado y afirmado de la cultura patriarcal. Simplemente se sabe que los grupos de hombres se mantendrán unidos, se apoyarán, harán equipo y pondrán el bien del grupo por encima del beneficio y del reconocimiento individual. La unión de las mujeres no era posible dentro del patriarcado, era un acto de traición, pero el movimiento feminista creó el contexto para que esta unión fuera posible. No nos unimos en contra de los hombres, nos unimos para proteger nuestros intereses como mujeres. Cuando retamos a los profesores que no enseñaban libros escritos por mujeres no fue porque no nos gustaran esos profesores (muchas veces nos gustaban), sino porque queríamos terminar, legítimamente, con los prejuicios de género en las aulas y en el currículo.
“La sororidad nunca habría sido posible a través de las fronteras de raza y clase si las mujeres individualmente no hubieran estado dispuestas a desprenderse de su poder para dominar y explotar a grupos subordinados de mujeres.”
Las transformaciones feministas que estaban teniendo lugar en nuestra universidad mixta a principios de los años setenta se estaban produciendo también en el ámbito del hogar y del empleo. Primero y ante todo, el movimiento feminista instó a las mujeres a dejar de vernos a nosotras mismas y a nuestros cuerpos como propiedad de los hombres. Para exigir el control de nuestra sexualidad, métodos anticonceptivos efectivos y derechos reproductivos, y acabar con las violaciones y los abusos sexuales, teníamos que ser solidarias. Para que se modificara la discriminación de las mujeres en el empleo necesitábamos presionar como grupo para que se cambiaran las políticas públicas. Desafiar y modificar el pensamiento sexista de las mujeres fue el primer paso hacia la creación de una sororidad poderosa, una potente hermandad de mujeres, que finalmente sacudió nuestro país.
Siguiendo los pasos de la revolución por los derechos civiles, el movimiento feminista de las décadas de los años setenta y ochenta cambió el panorama nacional. Las activistas feministas que hicieron posibles estos cambios se preocuparon por el bienestar de todas las mujeres. Nosotras entendíamos que la solidaridad política entre mujeres expresada en la sororidad va más allá del reconocimiento positivo de las experiencias de las mujeres e incluso de la afinidad por los sufrimientos comunes.
La sororidad feminista está enraizada en el compromiso compartido de luchar contra la injusticia patriarcal, sin importar la forma que tome esa injusticia. La solidaridad política entre mujeres siempre socava el sexismo y prepara el escenario para la destrucción del patriarcado. De manera significativa, la sororidad nunca habría sido posible a través de las fronteras de raza y clase si las mujeres individualmente no hubieran estado dispuestas a desprenderse de su poder para dominar y explotar a grupos subordinados de mujeres. Si las mujeres utilizan su poder de clase o de raza para dominar a otras mujeres, es imposible alcanzar plenamente esta sororidad.
En la década de los años ochenta, a medida que más mujeres empezaron a reivindicar el feminismo de forma oportunista, sin experimentar la toma de conciencia feminista que les habría permitido despojarse de su sexismo, el supuesto patriarcal de que los poderosos deben subordinar a los débiles rigió sus relaciones con otras mujeres.
Cuando las mujeres, en particular las mujeres blancas privilegiadas antes privadas de sus derechos, empezaron a adquirir poder de clase sin despojarse de su sexismo interiorizado, se intensificaron las divisiones entre las mujeres. Cuando las mujeres de color criticaron el racismo en la sociedad en su conjunto y llamaron la atención sobre las maneras en que el racismo da forma y conforma a la teoría y a la práctica feminista, muchas mujeres blancas simplemente le dieron la espalda a la visión de sororidad, cerrando sus mentes y corazones. Lo mismo sucedió cuando se abordó la cuestión del clasismo entre las mujeres.
“Dado que muchas mujeres jóvenes saben poco sobre el feminismo y muchas asumen de forma equivocada que el sexismo ya no es un problema, la educación feminista para la conciencia crítica debe ser constante.”
Recuerdo cuando mujeres feministas, en su mayoría mujeres blancas con privilegios de clase, debatían sobre si contratar o no ayuda doméstica, tratando de no participar en la subordinación y la deshumanización de las mujeres menos privilegiadas. Algunas de estas mujeres lograron crear uniones positivas entre ellas y las mujeres que contrataban de modo que hubo un avance mutuo en un contexto más amplio de desigualdad. En vez de abandonar la visión de la sororidad porque no podían alcanzar un estado utópico, crearon una verdadera sororidad, una que tenía en cuenta las necesidades de todas las personas implicadas. Este fue el duro trabajo de la solidaridad feminista entre mujeres. Tristemente, a medida que el oportunismo dentro del feminismo se intensificó, y los logros del feminismo se volvieron lugares comunes, y por lo tanto se dieron por sentados, muchas mujeres no quisieron trabajar duro para crear y sostener esta solidaridad.
Un número importante de mujeres simplemente abandonó la noción de sororidad. Algunas que alguna vez habían criticado y retado al patriarcado se volvieron a poner del lado de los hombres sexistas. Otras mujeres radicales que se sintieron traicionadas por la feroz competencia negativa entre mujeres a menudo simplemente se retiraron. En este punto, el movimiento feminista, que estaba dirigido a transformar positivamente la vida de todas las mujeres, se estratificó de forma más visible. La sororidad, que había sido el grito de batalla del movimiento, parecía que había dejado de importar a muchas mujeres. La solidaridad política entre mujeres, que fue la fuerza que trajo cambios positivos, ha sido y es hoy en día socavada y amenazada sistemáticamente. Como consecuencia, tenemos tanta necesidad de un compromiso renovado con la solidaridad política entre mujeres como cuando se inició el movimiento feminista contemporáneo.
“En general las mujeres de nuestra sociedad han olvidado el valor y el poder de la sororidad. Un movimiento feminista renovado debe levantar la voz otra vez para proclamar de nuevo que la sororidad es poderosa.”
En ese momento, teníamos una visión de la sororidad sin un entendimiento concreto del trabajo real que tendríamos que llevar a cabo para hacer de la solidaridad política una realidad. A través de la experiencia y el trabajo duro y, sí, aprendiendo de nuestros errores y fracasos, contamos ahora con un cuerpo de teoría y de práctica compartida que puede enseñar a las nuevas personas que se acerquen a la política feminista lo que puede y debe hacerse para crear, sostener y proteger nuestra solidaridad.
Dado que muchas mujeres jóvenes saben poco sobre el feminismo y muchas asumen de forma equivocada que el sexismo ya no es un problema, la educación feminista para la conciencia crítica debe ser constante. Las pensadoras feministas de más edad no pueden asumir que las jóvenes adquirirán conocimientos sobre feminismo cuando se vayan haciendo adultas; necesitan orientación. En general las mujeres de nuestra sociedad han olvidado el valor y el poder de la sororidad. Un movimiento feminista renovado debe levantar la voz otra vez para proclamar de nuevo que “la sororidad es poderosa”.
Los grupos radicales de mujeres mantenemos nuestro compromiso con la construcción de la sororidad, con hacer de la solidaridad política entre mujeres una realidad en marcha. Nosotras seguimos trabajando para unirnos a través de la raza y la clase. Seguimos aplicando el pensamiento y las prácticas antisexistas que afirman que las mujeres pueden lograr la autorrealización y el éxito sin establecer relaciones de dominio las unas sobre las otras. Y tenemos la buena suerte de saber, y recordar todos los días de nuestras vidas, que la sororidad en la práctica es posible, que la sororidad sigue siendo poderosa.
Tomado de El feminismo es para todo el mundo (Traficantes de sueños, 2000), de bell hooks.
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