Teodora de Bizancio: del subsuelo al trono imperial
Teodora desafió con audacia las convenciones de su época y usó su enorme poder para cambiar el papel que jugaban las mujeres en el Imperio Bizantino.
En enero del año 532, mientras las llamas consumían Constantinopla y treinta mil rebeldes clamaban por su cabeza en el hipódromo, el emperador Justiniano preparaba su huida. Sus consejeros habían trazado la ruta de escape, los barcos aguardaban en el puerto y el tesoro imperial estaba listo para ser embarcado. Todo parecía ya perdido.
Fue entonces cuando una mujer de apenas treinta y dos años, que dos décadas atrás se había prostituido bajos los arcos de aquel mismo hipódromo, pronunció ante el emperador y sus generales unas palabras que cambiarían el curso de la historia: “La púrpura es un sudario glorioso”. Con esa frase, Teodora salvó el trono de Bizancio y demostró que era mucho más que la esposa del emperador.
El rugido de las fieras
La vida de Teodora comenzó en los estratos más bajos de la sociedad bizantina, en un lugar tan alejado del trono como jamás podría imaginarse. Hija de un cuidador de osos y de una mujer que había trabajado como actriz, nació alrededor del año 500 y creció en los sótanos del hipódromo, junto a sus dos hermanas mayores, en un ambiente salvaje donde el rugido de las fieras se mezclaba con el clamor de miles de espectadores sedientos de espectáculo.
Cuando tenía apenas cinco años, su padre murió y su familia quedó en la miseria. Como tantas mujeres pobres en la Constantinopla del siglo VI, las hermanas no tuvieron otra opción que seguir los pasos de su madre y entrar al teatro. Entonces el teatro no gozaba del prestigio que tuvo en la Grecia clásica; era vulgar y lascivo, y las mujeres que se dedicaban a él eran relegadas al escalón más bajo de la sociedad. Ser actriz era sinónimo de prostituta.
Teodora comenzó como asistente de su hermana mayor, pero pronto desarrolló su propio espectáculo. Según Procopio de Cesárea, el historiador cuyos testimonios son la principal fuente de información sobre su vida, Teodora se hizo famosa por sus representaciones atrevidas. En su show más célebre recreaba el mito de Leda y el Cisne, desnudándose en el escenario mientras un ganso picoteaba los granos esparcidos sobre su cuerpo en una simulación de acto sexual que escandalizaba y fascinaba al público. Para cuando tenía dieciséis años, era ya una de las actrices más conocidas, y una de las más despreciadas.
Exilio y transformación
Fue entonces que Teodora se hizo amante de Hecébolo, un rico comerciante sirio al que por ese tiempo nombraron gobernador de la Pentápolis, en el norte de África. Ella se fue con él, con la esperanza de dejar atrás un pasado terrible. Pero Hecébolo la humillaba y la golpeaba brutalmente, hasta que finalmente la abandonó.
Sin recursos, Teodora vagó por Egipto y Siria, donde ocurrió algo que cambió su vida para siempre: conoció la doctrina monofisista del patriarca Severo de Antioquía. Ese encuentro fue para ella más que una simple conversión religiosa: le ofreció por primera vez una comunidad, un propósito, una dignidad humana. En 520, cuando regresó a Constantinopla, ya no era la misma. Se estableció como hilandera y, a través de la esposa del general Belisario, fue introducida en círculos más respetables.
Así conoció a Justiniano, un hombre culto y poco dado a sonreír. Sobrino y heredero del emperador, el sueño de aquel hombre veinte años mayor que ella, era restaurar la grandeza del antiguo imperio. Contra toda lógica, se enamoraron.
Teodora y Justiniano
El obstáculo para su matrimonio era inmenso: la ley prohibía a los oficiales del gobierno casarse con actrices y Justiniano era cónsul, jefe de la guardia imperial. Pero su amor por Teodora era tan hondo que estaba dispuesto a desafiar las normas más arraigadas de su sociedad. El mayor impedimento, sin embargo, no era la ley, sino la emperatriz Eufemia, cuyo propio pasado estaba marcado por la vergüenza. Algunos historiadores sugieren que Eufemia veía en Teodora un reflejo de sí misma, y que por eso se opuso con tanta fuerza al matrimonio. Justiniano intentó varias veces obtener su bendición pero no lo logró.
En 524, tras la muerte de Eufemia, el emperador elevó a Teodora al rango de patricia y suspendió temporalmente la ley para que pudieran casarse. Dos años después, cuando el emperador murió y Justiniano ascendió al trono, Teodora fue coronada como corregente. El acto se celebró en el mismo hipódromo donde ella había actuado años atrás. Pero ahora, vestida con la púrpura imperial, el pueblo la saludaba como emperatriz.
La revuelta de Niká

Teodora no fue una figura decorativa. Justiniano insistió en darle un poder igual al suyo, e hizo añadir su nombre al juramento de fidelidad que debían prestar los gobernadores de las provincias. Algunos la acusaron de déspota; otros vieron en su comportamiento una afirmación necesaria de autoridad para una mujer que había llegado al trono desde tan abajo. Pero si algo la distinguió fue su capacidad de decisión en momentos críticos, y ningún momento fue tan crítico como la revuelta de Niká.
En enero del 532 la ciudad estalló en llamas. Lo que comenzó siendo una pelea entre las facciones deportivas del hipódromo se transformó en una rebelión contra Justiniano. Por primera vez en la historia, las facciones unieron fuerzas y durante seis días hicieron de Constantinopla un infierno. Quemaron edificios públicos, incluida la primera iglesia de Santa Sofía, proclamaron un nuevo emperador y rodearon la sede imperial. El ambiente en el palacio era de angustia. Los consejeros coincidían: había que huir antes de que la turba irrumpiera y los matara. Los barcos estaban listos, el oro empacado. Justiniano, aceptando su derrota, convocó un consejo de emergencia para discutir la fuga.
Fue entonces cuando Teodora alzó su voz en la sala del consejo. Las fuentes antiguas preservan distintas versiones de su discurso, pero todas coinciden en su esencia. Según Procopio, les dijo:
Todo hombre que ve la luz del día debe morir tarde o temprano, pero quien ha sido investido del poder soberano no debe vivir si se lo deja arrebatar. Si tú, César, quieres huir, nada te lo impedirá: tienes dinero, el mar es libre y los barcos están listos. En cuanto a mí, Dios no permita que abandone la púrpura ni que aparezca jamás en público sin que me saluden como emperatriz. Aprecio mucho esta antigua sentencia: la púrpura es un glorioso sudario.
El discurso tuvo un efecto inmediato. Justiniano, avergonzado por el coraje de su esposa, ordenó a sus generales atacar a los rebeldes. La represión fue atroz: treinta mil personas murieron aquel día.
La revuelta de Niká tuvo consecuencias inesperadas. La destrucción de la ciudad permitió a Justiniano y Teodora rehacer Constantinopla según su visión. La nueva iglesia de Santa Sofía, cuya construcción comenzó apenas un mes después de sofocada la rebelión, se convertiría en símbolo del esplendor bizantino. Pero sobre todo, el episodio consolidó la posición de Teodora como gobernante. Su coraje había salvado el trono de Justiniano, y él nunca lo olvidó.
La reforma del Imperio
Teodora conocía por propia experiencia la vulnerabilidad de las mujeres en las capas más bajas de la sociedad, y usó su poder para implementar normas que fueron revolucionarias para su época. Su influencia fue determinante en la elaboración de las “Novellae”, leyes que se añadieron al cuerpo legal del imperio. Aunque los debates sobre el grado exacto de su participación continúan, el contenido de estas leyes deja pocas dudas sobre quién las inspiró.
En el 535 se prohibió el proxenetismo, que hasta entonces estuvo protegido por la ley romana. Teodora declaró que la prostitución era un agravio a la dignidad de la mujer y persiguió a quienes traficaban con ellas. Creó una red de apoyo para las prostitutas que quisieran abandonar la profesión, incluyendo talleres donde las jóvenes podían aprender otros oficios, y fundó el convento de Metanoia, donde podían vivir con independencia y dignidad. También ofreció dotes a las que se casaban después de dejar la prostitución. Y aunque algunas fuentes sugieren que sus métodos eran a veces coercitivos, su intención era clara: rescatar a mujeres de la explotación sexual.
Las reformas de Teodora abarcaron múltiples aspectos de la vida femenina. Expandió sus derechos en casos de divorcio, impuso la pena de muerte para los violadores ―un castigo sin precedentes en la legislación romana―, prohibió que se abandonara a los bebés no deseados y otorgó a las madres el derecho de custodia sobre sus hijos. También abolió la ley que permitía el asesinato de mujeres adulteras, reconoció los mismos derechos de herencia para hijos legítimos e ilegítimos, y permitió que las mujeres fueran propietarias y herederas. Durante su gobierno castigó con dureza a los hombres que golpeaban a las mujeres, mejoró el sistema de salud femenino y derogó la ley que impedía el matrimonio entre personas de distinto estatus, la misma ley que había obstaculizado su unión con Justiniano.
De demonio a santa

Pero cualquier acercamiento honesto a la vida de Teodora de Bizancio debe lidiar con un problema fundamental: casi toda la información que tenemos sobre ella proviene de Procopio de Cesárea, y Procopio dejó tres retratos completamente contradictorios sobre ella. En su Historia de las Guerras, escrita mientras Teodora vivía, la presenta como una emperatriz influyente, valiente y sabia consejera de su esposo. En Sobre los Edificios, escrito al mismo tiempo pero publicado después, la describe como una mujer piadosa y bella. Pero es su Historia Secreta, que quedó inédita y fue descubierta en el siglo XVII, la que ha causado mayor controversia. Allí, describe a Teodora como la personificación del vicio y la lujuria, la acusa de haber sido responsable de intrigas palaciegas y asesinatos. Procopio llegó incluso a afirmar que tanto ella como Justiniano eran demonios cuyas cabezas abandonaban sus cuerpos por la noche para deambular por el palacio.
Durante siglos se dudó de la autenticidad de la Historia Secreta. Pero los análisis han confirmado que fue escrita por el mismo autor. ¿Qué explica ese cambio? ¿Era despecho, envidia de la influencia que Teodora ejercía sobre Justiniano? ¿O simplemente el recurso de la misoginia como arma política para desacreditar a una mujer poderosa? Es difícil saberlo. Lo que sí está claro es que tales acusaciones deben tomarse con cautela. Otras fuentes, como Juan de Éfeso, dan una imagen muy diferente de Teodora, enfatizando su transformación espiritual y sus obras de caridad.
Teodora murió el 28 de junio del 548, víctima de un cáncer. Fue enterrada en la Iglesia de los Santos Apóstoles junto a los emperadores del pasado. Justiniano, devastado por su pérdida, la lloró amargamente. Vivió diecisiete años más, pero nunca se recuperó de su ausencia. Los historiadores coinciden en que el Imperio Bizantino no fue el mismo sin ella. Su influencia sobre Justiniano era tan profunda que incluso después de que ella muriera él trabajó para cumplir las promesas que le había hecho, como reconciliar a los ortodoxos y los monofisitas. La Iglesia Ortodoxa, reconociendo sus contribuciones e ignorando su pasado, la canonizó como santa.
La relevancia de Teodora de Bizancio
En los últimos cincuenta años el movimiento feminista ha visto en Teodora una pionera, una mujer que usó su poder para mejorar las condiciones de vida de las más vulnerables. Historiadores como David Potter y académicos como María José Bravo Bosch reconocen en ella una de los primeros gobernantes que implementaron sistemáticamente políticas de protección a los derechos femeninos.
Su legado legislativo es particularmente notable. Las reformas que impulsó en materia de derechos de las mujeres, prostitución, matrimonio, custodia de hijos y herencia, fueron muy progresistas para su tiempo. Pero la vida de Teodora de Bizancio no es un ejemplo a seguir ciegamente, es un prueba de que las estructuras de poder no son inmutables, y de que incluso en las sociedades más rígidas una mujer puede cambiar las reglas.
▶ Vuela con nosotras
Nuestro proyecto, incluyendo el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT), y contenidos como este, son el resultado del esfuerzo de muchas personas. Trabajamos de manera independiente en la búsqueda de la verdad, por la igualdad y la justicia social, por la denuncia y la prevención contra toda forma de violencia de género y otras opresiones. Todos nuestros contenidos son de acceso libre y gratuito en Internet. Necesitamos apoyo para poder continuar. Ayúdanos a mantener el vuelo, colabora con una pequeña donación haciendo clic aquí.
(Para cualquier propuesta, sugerencia u otro tipo de colaboración, escríbenos a: contacto@alastensas.com)




















Responder