Cuba necesita un debate feminista sobre salud pública (Parte 2)
“La cisgeneridad, la heterosexualidad y la familia nuclear son los marcos normativos que han venido orientando las políticas públicas de salud en Cuba”.
El punto de partida de esta discusión (que comenzó en la parte 1) es que podamos tener políticas públicas más eficaces, capaces de garantizar el acceso y atención integral de todas las poblaciones y no apenas de aquellas que se reconocen dentro del polo binario — mujer (cis, heterosexual) versus hombre (cis, heterosexual) —, pues la persistencia de políticas públicas hetero-ciscentradas implica, en sí misma, una desigualdad de género, ¿cierto?
Si la idea es que las políticas públicas confronten a la norma, en lugar de hacerle el juego, coincidirán conmigo en que ese sistema binario con el que el género es usualmente asociado, no contempla a la multiplicidad de cuerpos, existencias que habitan el mundo.
Junto con esa invisibilización de existencias, el operar con esa lente binaria, trae consigo la exclusión y la negligencia estructural de las demandas de un millón de gente que no cabe dentro de esos polos restrictos: mujer/hombre cis, hetero. ¿Concuerdan?
O sea, estamos tratando aquí de una cuestión política: ¿quién cuenta como existencia legítima para el Estado y sus políticas? ¿Quién tendrá sus demandas escuchadas, atendidas, legitimadas? ¿Una mujer cis que desea una liposucción o una persona trans que desea determinadas transformaciones corporales? ¿Una mujer cis que tiene acceso dentro del sistema de salud pública a un implante mamario (generalmente después de una mastectomía motivada por un diagnóstico de cáncer) o una mujer trans que también requiere o desea ese implante pero su demanda no alcanza ningún tipo de escucha o reconocimiento dentro de ese mismo sistema de salud pública?
Por otro lado, si las demandas de salud son vistas por una óptica moral de cuál sufrimiento merece ser reconocido, siento decir que esa perspectiva de la salud se pauta en un paradigma patologizante, de cura y salvación por parte de la Medicina (que justifica la manutención de las normas de género bajo ese discurso salvacionista), y no por una perspectiva de salud que entiende a esta última como optimización del bienestar.
O dicho en palabras de Judith Butler que parafraseo aquí, salud implica hacer la vida más vivible para todes. Vale también la inspiración de Butler cuando nos invita a entender el sufrimiento a partir de una perspectiva ética que es distinta de una perspectiva moralista y meritocrática: ¿cuál es el sufrimiento que acogemos, por el que nos conmovemos y hasta lloramos? ¿En esa olimpiada de sufrimiento entra aquel que es provocado por no poder ser quien queremos ser y que se genera cuando no obedecemos a los ideales regulatorios de la heterosexualidad y la cisgeneridad? ¿cuál sufrimiento aparece con nombre, con rostro y lágrimas en las plateas públicas, en los medios de comunicación?; ¿de cuáles muertes en vida (porque se puede estar muerto en vida cuando la sociedad no te permite ser quien eres) nos burlamos y minimizamos?
Dicho esto, vale subrayar que el género, - como concepto y herramienta de lucha- no aterrizó ni llegó en paracaídas a las arenas de las políticas públicas. Es por ello que para discernir entre políticas orientadas por una perspectiva mainstream y políticas públicas emancipadoras, es preciso atender mínimamente a la trayectoria de este tan discutido concepto en las ciencias sociales y en los movimientos de mujeres, movimientos feministas, sus diálogos con otros movimientos sociales como el propio movimiento LGBT (obviamente no vamos a cumplir esa tarea en este texto, es necesario estudiar, por tanto dejo aquí esa invitación).
Sobretodo es importante que no olvidemos que los usos del género, inclusive dentro de la propia teoría feminista, han engendrado diferentes líneas de pensamiento que no obedecen a visiones unitarias (vale aquí también una revisión a los estudios de género).
No obstante, quiero retomar una pregunta que hizo una lectora (Bárbara) a propósito de la publicación de la parte 1 de este texto y que tal vez se haya prestado a confusión: ¿Por qué no es lo mismo perspectiva feminista, que perspectiva de género?
Lo que quiero decir es que no todos los usos del género obedecen o se enmarcan dentro de una perspectiva feminista. A veces se usa el género como una variable descriptiva y no como una herramienta política de entendimiento y denuncia de las desigualdades, tal como propone el feminismo.
Por ejemplo, cuando en una encuesta se indaga sobre “sexo/género” y la opción de respuesta es: a) Mujer b) Hombre, ese propio entendimiento es reduccionista y omite la complejidad y diversidad de las identidades de género.
Si esa misma encuesta toma en consideración los debates feministas contemporáneos sobre identidades de género, por ejemplo, la forma de preguntar sería otra, y necesariamente contemplaría como posibilidades de respuesta, al menos, las siguientes: a) mujer cis; b) hombre cis; c) mujer trans; d) travesti e) persona no binaria; f) otra; g) prefiero no decir.
No está de más insistir: contraten a especialistas de género cuando se trate de este campo de estudios. A nadie se le ocurriría dejar en manos del conocimiento de sentido común el parte meteorológico. Luego ¿por qué cualquierita puede lanzar una encuesta con la certeza de que está “incluyendo” el género adecuadamente en ese instrumento de pesquisa? Pasa algo similar a cuando se usa raza como equivalente de rasgos fenotípicos o etnia como equivalente de raza, entre otros casos, y eso no es más que una expresión del descrédito del que sufren las Ciencias Sociales y, particularmente los estudios feministas.
Género, un concepto feminista
Cabe aquí otra puntualización más a propósito de la pregunta que hiciera la lectora en la columna anterior. Cuando digo que no todos los usos de la categoría género responden a un abordaje feminista, ello no significa, en absoluto que sea siquiera defendible, o incluso posible, separar el género del feminismo, sobretodo a partir de década del 70 que es cuando ocurre la elaboración, teorización del género como concepto a partir de los trabajos cruciales de Kate Millet y Gayle Rubin.
El género es un concepto feminista que fue reapropiado1 a partir del cuestionamiento crítico que se hizo en el marco de la teoria feminista a las formulaciones que hizo John Money (reconocido como uno de los primeros que usó el término género) en el ámbito de la Psicología de la época e inclusive de otras aproximaciones a ese concepto que vinieron muchísimo antes como es el caso del trabajo de la antropóloga Margaret Mead, por solo citar dos aproximaciones a este concepto; que se ubican fuera de la teoría feminista pero que fueron consideradas por esta a la hora de formular este concepto bajo coordenadas feministas. (Esta discusión sobre la historia del concepto de género rendiría una bellísima columna aparte).
Dicho esto, retomemos la pregunta: ¿por qué es necesario un debate feminista sobre políticas públicas que apuestan en la igualdad de género? Prefiero que la reflexión en torno a esta pregunta pueda ser elaborada por medio de la observación crítica del modo en que son disponibilizados dos servicios de salud pública para que podamos dimensionar los efectos de la ausencia de un debate feminista en cuestiones que atañen a la salud pública. Este es el foco de la siguiente sección, acompáñeme.
Una breve instantánea comparativa de dos servicios públicos de salud: salud trans y salud reproductiva
En la parte 1 de este debate comenté que uno de los caminos posibles para identificar si los servicios de salud (re)producen situaciones de injusticia social es prestar atención a la red de infraestructuras y servicios que están disponibles, su descentralización o no, así como las conexiones que establecen entre sí servicios de salud nacionales, territoriales y municipales en aras de garantizar una atención integral.
Ese es un indicador que nos puede revelar bastante información sobre (des)igualdad. Siendo así, les invito a que observen los siguientes mapas referidos a la disponibilidad de servicios de salud para personas trans (mapa 1) y de reproducción asistida (mapa 2).
Ambos mapas son de elaboración propia (por tanto si se replican deben darse los debidos créditos) y resultantes de una búsqueda de información en diversos documentos públicos.
Si observamos apenas por la perspectiva de los números, concluimos rápidamente que la diferencia abismal entre los servicios disponibles para personas trans y para personas que demandan de la reproducción asistida (al menos hasta antes de la reciente publicación del nuevo Reglamento para la Reproducción Asistida en Seres Humanos, amparado por la Resolución 1151/2022 del MINSAP) responde a que la cisgeneridad, la heterosexualidad, la familia nuclear son los marcos normativos que han venido orientando las políticas públicas de salud.
Se trata, por tanto de biopolíticas, es decir, formas de gobierno estatal que buscan la regularización y control de las poblaciones. Es aquí donde el feminismo, en tanto intervención ética y política, puede jugar su papel en función de la transformación de este estado de cosas.
Las políticas públicas como un proyecto feminista
La salud trans y la reproducción asistida para personas LGBT, envuelven a grupos sociales usualmente considerados como minorías reproductivas y minorías de género, que son considerados como ese “otro” distinto, al margen, del sujeto “universal” de la salud pública (que de universal no tiene nada).
De modo que, cuando se institucionalizan las demandas de salud de estas dichas “minorías”, las políticas públicas suelen funcionar como dispositivos de control que intentan reproducir versiones del sujeto hegemónico (heterosexual, cisgénero y afiliado a la familia nuclear reproductora).
A partir de aquí se justifica la necesidad de un abordaje feminista de las políticas públicas, a fin de examinar el modo en que las normas de género y otras matrices de poder (des)orientan la concepción de las políticas públicas de salud.
Retomo nuevamente las palabras de Judith Butler cuando, interpelada sobre uno de los propósitos del feminismo comentó (y parafraseo): “La tarea del feminismo es seguramente hacer con que respirar sea más fácil, caminar por la calle sea más fácil, encontrar una vida vivible sea más fácil.”
Una política pública, que se inspire en presupuestos feministas, debería poder colocar en causa e inclusive destruir los saberes/poderes que refuerzan y preservan lógicas hegemónicas y que, al hacerlo, cooptan la autonomía de diversos sujetos, reforzando formas de exclusión de los mismos.
Vuelvo a las palabras de una de las feministas que más me enseñó en la vida: “la política pública debería servir para sabotear a la norma, no para reforzarla”. Cuando sabemos que las políticas públicas no son el fin en sí mismo de las reivindicaciones feministas, es un desafío ser consecuente con esa premisa ética y política de destruir la norma para que múltiples sujetos tengan espacio en los marcos de la ciudadanía.
1Es decir ganó otra perspectiva, fundamentalmente una perspectiva emancipadora, socialmente comprometida con la lucha contra las injusticias sociales.
Yarlenis M. Malfrán
Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.
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