Luz roja: moda infantil en la Cuba de hoy

tenderas de ropa
Venta de ropas en la calle, Cuba. Fotografía: Francis Sánchez.

En estos tiempos, un país como Cuba —que si bien no queda al margen de la globalización en cuanto a preferencia y uso de las prendas de vestir— está signado por cierto “fenómeno subvertidor” que no permite la posibilidad de elección y convierte la voluntad del uso en un consumo dirigido por determinados modelos foráneos, regido siempre por la ausencia de alternativas. El estigma de la sobrevivencia y la resistencia, también se expresa en nuestra manera de vestir.

El término “moda” indica, en su significado más amplio, una elección cultural; es básicamente un esquema de tendencias repetitivas que la comunidad adopta y que va variando en dependencia de las necesidades de la época y las actitudes asumidas ante el reto de vivir.

La moda ha ido fluyendo con el tiempo, y hoy en día se apoya en la reincorporación de ganancias e implementos de otras décadas, la constante búsqueda de una identidad y personalidades propias y el apostar por estilos arriesgados y divertidos, a la hora de vestirnos y engalanar nuestro cuerpo.

Se hace difícil para cubanas y cubanos de hoy, tener un esquema exacto sobre los prototipos de vestuario que realmente queremos imitar y añadir a nuestra cotidianidad.

Asumir la diversidad y la contingencia de escoger, clasificar y seleccionar; pertenecer a un grupo o preferir a uno o más íconos de la moda; aceptar que en la forma de vestirse se evidencian la ideología, la cultura, la educación, el modo de vida y las costumbres de los individuos, constituyen aspectos que revelan profusamente el mundo del fashion.

En términos psicológicos, cuando los individuos visten “a su forma”, con atuendos que hablan de sí mismos, tienden a crear una imagen de seguridad física y espiritual que los puede ayudar en sus proyectos de vida.

Sin embargo, no sucede así en Cuba. Afirmamos categóricamente “estar a la moda”, pero a ciencia cierta la mayoría de los que aquí vivimos nos hemos vistos limitados durante décadas a escoger un atuendo o embellecer nuestro aspecto según nuestros gustos. Aquí la mayoría debemos “echar mano” del vestuario que podamos adquirir en las llamadas “perchas. Muchos cubanos también nos hemos vestidos por necesidad y sin elección con indumentarias donadas por generaciones anteriores; o por parientes con mejor situación financiera que viven en otros climas.

Las mujeres cubanas no tenemos un flujo de información constante que nos permita ponderar el mundo de la moda con objetividad y mirada crítica. En ocasiones somos vulnerables a las novedades pasajeras y al materialismo, y estamos a merced por una parte de los prejuicios ideológicos de nuestra sociedad, y por otra de la industria de la moda que en los últimos tiempos ha penetrado con fuerza a través de los programas que se difunden en “el paquete”.

Ahora bien, si para las que hemos alcanzado la adultez nos resulta una faena titánica el hecho de vestirnos acorde a nuestros intereses y gustos personales, es más espinoso y preocupante el hecho de vestir a nuestras niñas.

Percha de venta de ropa infantil, Cuba. Fotografía: Anisley Miraz.

Toda niña, en cualquier tiempo, posee una belleza auténtica afirmada por la propia simplicidad que las caracteriza, por esa gracia inocente reflejada en la edad de su cuerpo que bajo ninguna circunstancia debiera despertar sentimientos desviados del amor ágape y de la determinación de velar por su integridad emocional y biológica.

En este sentido, nosotras —madres, hermanas, tías, abuelas de estos tiempos— tenemos una importante misión: respetar su derecho a ser impúberes, a actuar como infantes; y en ningún caso, debemos propiciar la anticipada cercanía de esas pequeñas a los inextricables conflictos de la adolescencia o la madurez. Menos, adelantarlas a su período vital, hacerlas “quemar etapas” con el gravamen de seguir modelos más allá de las fronteras de su complexión, “disfraces de gente grande” que no las hacen lucir auténticas, y que constituyen un peligro para el desarrollo de su personalidad.

Muchas veces —movidas por el deseo de que nuestras hijas, hermanas, sobrinas, nietas, se parezcan a nosotras— las ataviamos con shorts demasiado cortos o réplicas de vestidos que usualmente nos ponemos para una noche de fiesta o zapatos de tacón, o las peinamos como si se tratasen de muchachas veinteañeras, o del mundo del espectáculo…

Una generalidad coincide, insisto, en que no existen muchas alternativas, y que actualmente lo que se oferta a lo largo y ancho de la isla son modelos traídos de países latinoamericanos, en su conjunto ropas de combinaciones cromáticas y diseños poco convenientes, costosos, y sin lugar a dudas, de mal gusto.

Si bien los períodos históricos han hecho sus propias reformas estilísticas y la modernidad se ha caracterizado también por el retorno a las viejas tendencias, es obvio que no hay que volver a vestir a nuestras niñas con refajos y cuellos para que luzcan bien. Y aunque sabemos que los vestuarios caros indican un elevado nivel financiero, no quiere decir que estos garanticen su valor estético.

La moda infantil cubana actual debe orientarse al uso de telas frescas en correspondencia con nuestro clima caribeño, sin la necesidad de hacer visibles per se ciertas partes íntimas del cuerpo de la niña, como si fueran mujeres jóvenes. Hablo de ropas sencillas, cómodas, tonos ajustados a las edades, sin las estridencias de colores y brillos que hoy exhiben, zapatos cómodos que les permita libertad de movimientos. Y por último, y no menos importante, estas deben contribuir al fortalecimiento de su autoestima.

No es imperioso hacer posar a la pequeña como una pin-up (fotografía u otro tipo de ilustración de una chica seductora como suelen figurar en las portadas de las revistas de moda); no tiene que parecer deliciosa como un cheesecake (en español “pastel de queso”, término equivalente a pin-up). Solo tiene que ser niña, no interpretar un papel.

Hemos visto que todas las provincias de Cuba están atiborradas de puntos de venta donde predomina la mercancía ecuatoriana, panameña o guyanesa. Y en las tiendas recaudadoras de divisa (moneda convertible) pertenecientes a las corporaciones TRD, Caracol, Panamericana, ARTEX, etc., encontramos piezas de poca calidad y nula variedad de oferta a precios igualmente exuberantes. Esos puntos van imponiendo una moda cuestionable, estandarizada, que no hace muchas veces distinción entre las edades, y que a pesar de la aparente diversidad es más de lo mismo, productos de pésima calidad y mal gusto.

Pero las cubanas no tenemos muchas opciones, nos vemos sin potestad para seleccionar no solo lo más adecuado para nosotras, sino para nuestras niñas. La crisis del país, por supuesto, también se refleja en nuestra forma de vestir. Las alternativas son muy pocas, la industria textil también exhibe esa precariedad, (hoy se extrañan iniciativas como “Talarte”, donde el arte se estampaba en nuestras producciones textiles, con gracia y armonía) y nos imposibilita muchas veces encontrar soluciones por nosotras mismas, Observamos, cómo también, excepto contadas excepciones, las modistas locales copian esos gustos importados que no acaban de armonizarse con la edad a la que van dirigidos y las características de nuestra cultura. Porque es evidente que proyectos como “Clandestinas”, que apuesta por la expresión de lo cubano, y el aprovechamiento con ingeniosidad de piezas recicladas, no se expanden a todo el país, y tampoco están al alcance de la gran mayoría.

Lo triste es constatar, que mientras bajo la presión y la imitación de los adultos, ellas procuran empinarse como si se tratara de un juego; se vuelven “mujercitas” antes de tiempo ante nuestros ojos y a los ojos de algunos sujetos inescrupulosos, y se apartan, sin darse cuenta, del reino de la infancia.

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