Narrativa | 37 días

"...mi cáncer y yo a veces nos rendimos. Nos entra el retroceso, nos tiramos en el sofá y dejamos que el día pase. Hoy es un día de esos. Otro día que cuenta, una tachadura más en el calendario..."

| Escrituras | 05/07/2023
Mujer sentada con las rodillas recogidas, deprimida.
Imagen: Pixabay.


A Yaquelín Collado, por la valentía.

Tengo cáncer. Antes resultaba difícil decirlo sin que la asfixia me abrazara el cuerpo y el miedo congelara mis músculos. Pero mi cáncer y yo hemos vivido lo suficiente como para desarrollar buena empatía. Juntos superamos vacunas, sueros, radiaciones, vómitos y desmayos. Nuestra relación pudiera definirse en dos palabras: amor-odio. Él me ama desde lo profundo de su corazón ausente, yo lo detesto desde el primer día, pero tenemos algo que nos une; la complicidad y la tolerancia. Complicidad para trazar estrategias cuando El Otro aparece, tolerancia para no dar la espalda y dejarlo plantado como un cocotero bajo los truenos. El Otro es un pesimista nato. Y su nombre me provoca más repulsión que mi cáncer, por eso prefiero llamarlo: El Otro. Hace cinco años cuando mi cáncer apareció, El Otro, fumando su cigarro lentamente, me dijo: no vas a sobrevivir, y se inventó una lágrima. El Otro me entristeció aún más que mi cáncer, pero mi cáncer y yo sabíamos que estaba equivocado, como ahora, que con su voz melodramática frente al televisor asegura: Esa no va a salvarse, hace una pausa para que yo intervenga, se rasca la nariz y me mira de reojo. Me provoca porque sabe que he seguido la noticia desde el primer día, porque esa a la que se refiere es una mujer sin rostro ni nombre, para mí, para muchos, casi todos, pero igual la defiendo, porque sí, porque me da el reverendo deseo de así sentirlo. Esto no es como en las películas que al final se salva la heroína, y cita a Buena Fe y su canción más pedida: No, que va, no es heroísmo, sé que esa enfermera no va a salvarse, y concluye. No habrá prensa para cubrir la información buscando emocionarnos, porque sencillamente esa no va a salvarse. Fueron las palabras de El Otro recostado a la pared, el otro tan delgado y tan sucio como su nasobuco amarillo. ¿A quién se le ocurre usar un nasobuco amarillo?

El Otro, llegó a mí mucho antes que el cáncer. Al inicio era un reto cambiarle esa pose tremendista y negativa, domar ese ego autoritario, el tono burlesco, pero con el tiempo y los desencuentros, me cansé. Que sea como Dios manda, o como se le antoje, o sencillamente, que sea y punto. Y así hemos convivido entre la aceptación y el reproche, pero no puedo negar que, en momentos como este, cuando en las rutinas de las mañanas frente al televisor, adquiere esa expresión fatídica y dice: Ahora sí nos jodimos, ya casi van mil casos. Esto no tiene para cuando acabar, y hace la pausa para que yo intervenga, siento una necesidad inmensa de gritarle imbécil y luego dar la espalda, pero eso sería caer en su juego. Además, aun no han reportado los casos graves y los críticos, así que no puedo ir a ninguna parte. Ayer ella estaba entre los críticos, hemodinámicamente inestable, dijo el doctor que ofrece la conferencia y El Otro chasqueó los dientes como muestra rotunda de su predisposición, pero ella va a salvarse, mi cáncer y yo estamos seguros, solo que por estas fechas preferimos no decir nada. Mi cáncer y yo nos tragamos el optimismo, lo consumimos, y así el provecho es mayor. Un poco de optimismo para él es como la mala hierba, hay que arrancarlo de raíz, que no quede nada, todo puede ser contagioso en estos tiempos. Se burla de las noticias alentadoras, de los modelos de pronósticos de la pandemia, de las colas por alimento o aseo, de las redadas policíacas, de los memes positivistas en Facebook, y se ríe hasta morir cuando lee o escucha sobre el aporte de algún campesino a los centros de aislamiento. Su afán es el augurio del mal, siempre lo ha sido, mi cáncer y yo lo sabemos mejor que nadie. Después de mi tercer suero, cuando decidí raparme para no ver más los claros espacios sobre mi cráneo, me dijo, pareces un desodorante de bolita sin tapa, búscate una peluca o ponte un pañuelo, y luego intentó convertirlo en chiste, y hasta sugirió que se raparía para estar a tono. Ese día me dije, que si mi cáncer lo permitía, llegado el momento, daríamos la espalda y finalmente nos iríamos a ese lugar, cuyo nombre prefiero no decir, pero al que he estado tentada de enviar a El otro mil veces. Y la verdad es que no puedo enviarlo a ese lugar ni a ningún otro, somos mi cáncer y yo los que debemos irnos. ¿Qué nos detiene? Las excusas, las rutinas, las costumbres y ahora, la pandemia. La jodida pandemia que lo paralizó todo. Mi cáncer y yo estamos paralizados. Mi cáncer se detuvo hace un año, pero lo mío fue mucho antes, desde que decidí venirme a vivir con El otro a su casa, desde que prometí amarle en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. En la salud diría él, en la enfermedad, mi cáncer y yo. Ojalá y en tres o cuatro meses no te salga otro nódulo, dijo cuando por fin los doctores me dieron la buena noticia de que mi cáncer había decidido tomarse un descanso. Esa era su manera de felicitarme, de decirme, gracias por resistir, lo lograste. Esas son frases que nunca saldrían de su boca, que jamás mascullaría bajo su nasobuco amarillo, ese patético nasobuco que compró en la calle haciendo a un lado los que yo misma cosí. Ese colgajo churroso que se pone cuando comienza la conferencia de prensa del Ministerio de Salud, para irse luego a buscar el pan, el aceite, el jabón o lo que se invente con tal de salir a la calle y eludir el aislamiento. Así ha sido desde que comenzó el brote de contagios, por eso no le permito acercarse, ni siquiera que me hable a un metro. Lo ignoro todo cuánto puedo y por pura prevención me vine a dormir a la sala. Aquí estoy más sola, más libre, y además tengo el televisor. Mi cáncer, que aun duerme, me hizo dependiente de la televisión. Frente a el televisor he soñado estar sana, andar lugares desconocidos, encontrar gente nueva, sonrisas y gestos amables. Frente al televisor he hablado con Dios, un Dios que no responde a un rostro ni a ninguna de las tantas religiones que se predican. Solo Dios, mi Dios. Le he agradecido por mi existir, por las buenas ideas y por los malos ratos, por mi cáncer. En mis conversaciones con Dios El Otro aparece muy poco, realmente en contadas veces que le pido a mi Dios me dé fuerzas para dejar a El Otro, así, plantado, como un cocotero después del rayo. También le he hablado por ella, y es una extraña lo sé, pero tiene que salvarse. Me he preguntado si su relación con la covid es también de amor-odio. Si se van a acompañar ya por siempre o si finalmente el virus la va abrazar con su fuerza mayor ahora que está más débil para llevársela solo para él. No pienses idioteces, tiene que salvarse, me digo al final y me lo repito cada día antes que comience la conferencia. Y en este repetir casi de imploración he soportado a El Otro y su típica postura: Mira, parece que va a salvarse, salió del estado crítico, pero está grave todavía, así que no cantes victoria. Te lo dije, está crítica otra vez acaban de decir que tiene sangramiento nasal y bucal, y hemodinami…eso mismo inestable. No te hagas ilusiones que esa no se salva. Mira hoy no la han reportado ni entre los graves ni los críticos. Está tan mal que ya ni la mencionan…

Y así han transcurrido estos 37 días. En la conferencia hoy tampoco la mencionaron. Mi cáncer y yo hemos pensado escribirle a la prensa para que nos den alguna pista, o al Ministerio de Salud, o al Gobierno, pero no sé su nombre ni su apellido, no soy familia, no soy amiga, solo sé que es enfermera y tiene 53 años, eso, solo eso. Y no voy a mentir, mi cáncer y yo a veces nos rendimos. Nos entra el retroceso, nos tiramos en el sofá y dejamos que el día pase. Hoy es un día de esos. Otro día que cuenta, una tachadura más en el calendario. Quizás y nos quedemos dormidos sobre el sofá. Y cuando El Otro regrese con sus jabas llenas o vacías, con su cara de derrota para enseñarme el periódico, donde se lee bien claro, que ella y no esa, ha salido de cuidados intensivos y pronto estará de alta. Mi cáncer, que quizás finge dormir, y yo, como buenos amigos, nos soltemos un plácido suspiro de optimismo, empaquemos algunas cosas y finalmente, demos la espalda.


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