De un solo can y unos cuantos pavos reales (nomadismos VI)
Los pavos reales forman parte del entorno de Miami; en las calles los vecinos esperan con paciencia a que cruce el último en la cola...
Lo que parece y no es
Tengo una amiga más bien seria, lo que nos distancia mucho más de lo que nos une, porque siendo como ella, le caigo mejor a la gente alegre que a su vez me hace explotar de alegría, como si yo lo estuviera buscando, o empezara a aburrirme de mí. Pero tal vez sea una percepción, o uno de esos reflejos de nosotros mismos que sin darnos cuenta proyectamos en los demás. El caso es que mi amiga es una médica, de esas que no dejan de serlo aunque ahora se dedique a otra cosa, como castigo por no haber nacido en el lugar correcto. Y que, como castigo por la misma causa, no pueda regresar al país natal ¡ni de visita! hasta que no hayan pasado ocho años.
Pero para ella no es importante si ejerce o no la medicina: ese es su oficio, así lo siente, así es como vive, y es como respira. Para mi suerte, es mi médico de cabecera, y además, es mi vecina. He dicho que es seria, pero no del todo. A veces tiene también una chispa creativa, que la lleva a girar rápidamente hacia la gracia. En estos casos, puede tener bastante agilidad, y una deslumbrante capacidad asociativa, que parece reservar cuidadosamente para algunos momentos.
La rumba del pavo real
Como la mujer que es, espontáneamente simpática, fue ella quien urdió esta historia, que no sé si seré capaz de reproducir a la altura de su genio, porque entre otras cosas, apenas tuve tiempo de ver lo que pasaba. Habíamos planeado una salida con nuestros compañeros, que a su vez debían resolver un eventual problema de mecánica.
Fue esa la razón para que nos desviáramos en busca de uno de esos tallercitos que abundan por la zona vieja de la ciudad, y ya un poco perdidos, adentrarnos en un área residencial, que no conocíamos. En algunos de estos barrios abundan los pavos reales, que han llegado a ser todo un conflicto en ciudades como la de Coconut Grove, donde los comisionados han votado a favor de su expulsión.
Aun así, una parte de los vecinos los defiende y respeta su presencia en las calles, con idéntico ardor. Creo posible que hasta los veneren, en una especie de entusiasmo casi místico, porque sus apariciones suelen ser tan deslumbrantes como silenciosas. Originarios del Sur de la India, estos inmigrantes tienen una diversidad mayor de la que les imaginaba, y que va de los conocidos pavos reales multicolores, hasta los totalmente blancos, es decir, albinos. Ahí van con su llamativa estampa en contraste con su andar. Pero basta con que avancemos un paso más de lo que ellos tienen calculado, para que se decidan a evitarnos: están en su reino, y como reyes, van a su tiempo.
Un sato policía
Al retrasarnos en las cuestiones técnicas, había cierta tensión entre nosotros, cuando de repente hubo que detener el auto, ante la aparición de unos cuantos pavos reales. Lo curioso es que delante de ellos venía, lo que se dice un perro sato. Nos miramos con asombro al ver que el perrito nos detenía, como investido de autoridad, y le hacía ver a los pavos que era su momento de cruzar.
Entre nosotros hubo miradas incrédulas, que acabaron en carcajadas, y nos quedó muy claro que era el líder. Según mi amiga, el ejemplar canino debe habernos dicho: “¡No vayan a pasarnos por arriba!”. Y aun lo repite convencida: “No es un perro cualquiera” sino de esos que están acostumbrados “a luchar en la vida”…
Por supuesto que la tarde cambió en ese momento. ¿Qué hacía un diminuto perro delante de un lote de pavos reales, que casi le doblan el tamaño? ¿Qué lo llevó a creer que sería capaz de guiarlos, y que además lo consiguiera? Mi amiga iba en el asiento delantero, y dice haber visto el momento en que avanzó, miró a ambos lados de la calle, y pareció levantar una de sus minúsculas patas, mientras decía: ¡Adelante!
Puede ser que en los periódicos de la ciudad sigan apareciendo titulares como uno de esos que he leído: Adiós a los pavos reales en las calles de Miami… Pero creo que seguirán encontrando sus partidarios. Soy testigo de cómo las personas detienen sus autos, y esperan con toda paciencia, hasta que cruce el último en la cola… Y creo que eso nos conviene a los humanos, que no estamos muy acostumbrados a parar.
Y fue rico confirmar cómo el juego nos llevó a ver, lo que antes no sospechábamos. Por mi parte, si ya me conmovía la parsimonia de los animales del barrio, ahora me conmueve, y mucho, la de estos emplumados seres, capaces de incomodar a sus vecinos. Sobre todo, porque al menor indicio de cercanía, sin abandonar su ancestral serenidad, despegan del suelo de forma inconcebible, y, con todo y su peso, van a posarse en el techo de una casa, o en la rama del árbol más cercano. Y todo eso ocurre en un santiamén.
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