Cine │ La liberación del monstruo. Feminismo, catarsis y body horror en “The Substance”

“The Substance” constituye una sátira sobre cómo es nuestra sociedad y una advertencia de cómo podría llegar a ser.

| Opinión | 13/12/2024
Fotograma de "The Substance" (2024), de Coralie Fargeat.
Fotograma de "The Substance" (2024), de Coralie Fargeat.

There’s been a slight misuse of The Substance.
Elisabeth Sparkle

Imagina una sociedad cuyos avances científicos y tecnológicos acelerados posibilitaran la creación de una versión “más joven, más hermosa, más perfecta” de ti misma, con consecuencias ―a priori― favorables para tu trabajo, tus relaciones personales, tu autoestima; en fin, te toparías con la promesa de esa felicidad definitiva que solo puede ser hallada al beber las aguas de la fuente de la eterna juventud. Imagina también que, como toda innovación, el tratamiento tiene sus desventajas, las cuales se harán visibles e irremediables en caso de que rompas el “equilibrio” que mantiene la relación sana entre tu yo interno, el original, y tu yo externo, la proyección que has decidido elaborar para presentarte ante el mundo. Imagina que aceptas el trato… y te cambia la vida.

El planteamiento no resulta para nada descabellado, si tenemos en cuenta la existencia de las cremas antienvejecimiento, los productos de maquillaje, los filtros de Instagram, el bótox administrado en edades cada vez más tempranas, las cirugías plásticas y un largo etcétera; existencia bastante normalizada en nuestro propio mundo. No hay necesidad de pensar en un universo paralelo.

Este sencillo ejercicio de creatividad constituye el eje central de la premisa que plantea La Sustancia (en inglés The Substance, 2024), filme dirigido y escrito por Coralie Fargeat, protagonizado por Demi Moore, Margaret Qualley y Dennis Quaid. El estreno aconteció hace apenas unos meses, pero la obra ya cuenta con varias nominaciones importantes y se ha hecho especialmente popular en las redes sociales, donde abundan los reels, post y memes que muestran, analizan o parodian sus escenas más sobresalientes.

Hay numerosos debates abiertos en torno a la cinta, uno de estos se cuestiona si La Sustancia es “buena o mala”. Valorar cualquier pieza artística, de la clase que sea y más allá de su objetivo comercial, resulta siempre tarea compleja. Pero cierta dicotomía sí va quedando clara o, al menos, eso parece: a La Sustancia la amas o la odias. La calificación de su audiencia suele ser, en promedio, de poco más de tres puntos; la mayoría de espectadores le otorga el puntaje máximo o, de lo contrario, una estrella sobre cinco. Quizás para hacer una evaluación “justa” sea pertinente señalar dos tipos de calidad: 1) la calidad del filme en sí, como producto artístico y, a la vez, desafío técnico, y 2) la calidad del mensaje que transmite, su vínculo con nuestra realidad, su potencial simbólico y transformador.

The Substance: realización y mensaje

Dennis Quaid como Harvey en "The Substance".
Dennis Quaid como Harvey en "The Substance".

Dudo que muchos puedan ponerle un pero al despliegue de destreza cinematográfica al que se asiste cuando, advertidos por las críticas de los usuarios y de nuestros propios allegados, nos disponemos ―o nos atrevemos― a comenzar este viaje marcado por el body horror, el suspense y, por qué no, también la comedia. Los dos pilares de la película son, en especial, la fotografía y el sonido, aunque colaboran además las polifacéticas interpretaciones de los actores, los efectos especiales y un vestuario radiante. Si bien para todos no podrá llevarse un sobresaliente, tampoco existen motivos para arrebatarle el aprobado, al menos en cuanto a este tipo de calidad.

Los primerísimos planos proporcionan una intensa sensación de angustia, en especial cuando tenemos a un despiadado y caricaturesco magnate del show bussiness (Dennis Quaid) demasiado cerca, porque no nos queda más remedio que acompañarlo al baño o a degustar unos langostinos con particular salvajismo. Al terminar, ni siquiera se preocupa por lavarse las manos o limpiarse la cara, lo cual resalta su esencia abominable. Casualmente ―nótese la ironía― este susodicho tiene por nombre Harvey.

Más allá de esos primeros planos, están los planos que remiten a momentos inolvidables del cine clásico de distintos géneros y épocas: los pasillos de Overlook, el hotel de The Shining; la ducha con losas blancas de Psicosis; la sangrienta catarsis final de Carrie; el futurismo típico del sci-fi, entre otros.

Dichas imágenes visuales no son las únicas capaces de generar ansiedad. La soundtrack se vuelve cada vez más pegadiza y estimulante. Es probable que el estribillo de Pump It Up se rehúse a salir de la cabeza del espectador ―o del usuario de cualquier red social al cual se le haya sugerido esta parte por obra del algoritmo― durante algunas semanas.

Así, podríamos seguir hallando aciertos artístico-técnicos que hacen que el viaje valga la pena, a pesar del mareo, la repugnancia y la indignación. Se disfruta y se sufre, como la vida misma; cada quien tiene el derecho de soportar o no este reto a nuestra resistencia.

Por otro lado, tenemos la calidad artístico-simbólica, distinta a la artístico-técnica. La propia creadora, Fargeat, explicó que La Sustancia “se trata de cómo son las mujeres y de cómo todo lo que se proyecta sobre ellas, desde una edad temprana, moldea su estado de ánimo”.

Podemos deducir que la película hace honor a cierta filosofía feminista a través del body horror, decisión atrevida y original, si es que lo verdaderamente original existe. El horror corporal favorece las reflexiones en torno a la cosificación del cuerpo femenino, cuyo envejecimiento causa terror. No obstante, más vale tener claro que La Sustancia no alcanza a constituir un manifiesto feminista con afán moralizante, ni siquiera con afán de verosimilitud.

Si tuviese intención de acercarse un poco más a la realidad, Elisabeth Sparkle, la estrella en decadencia (Demi Moore), lucharía por modificar su apariencia a través de procedimientos más tradicionales, durante los cuales no le saldría una doble joven y bella de su espalda abierta; la imagen de la enorme herida que le queda es, precisamente, la imagen promocional por excelencia del filme, e impacta con solo echarle un vistazo.

La mujer como objeto de deseo

Margaret Qualley como Sue en "The Substance".
Margaret Qualley como Sue en "The Substance".

La Sustancia nace, en verdad, como una especie de grito desesperado, un derroche de ira catártica, pero justificada y necesaria. He ahí el carácter polémico del mensaje que produce la trama. Esta debe ser observada con ojos tolerantes a la metáfora y a un absurdo casi kafkiano.

Lo inusual se expresa, en primer lugar, poniendo en duda las leyes de lo práctico y lo cotidiano. No es normal que la protagonista por sí sola pueda realizar varias actividades “complejas” con tan poco esfuerzo o zozobra como, por ejemplo, construir en pocas horas una habitación oscura junto al cuarto de baño para guardar ahí a su otra yo. Tampoco es normal que durante largos períodos de tiempo pueda alimentarla y alimentarse a base de sueros, demostrando avanzados conocimientos de enfermería.

Pero, ¿y si la habitación oscura, pese a que así la vemos, no fuese en esencia un espacio físico, sino la zona de la psique donde Elisabeth esconde la parte de sí misma que le avergüenza o que no le es permitido sacar a la luz en circunstancias determinadas? ¿Esa extraña forma de nutrirse no será la representación de la aversión a la comida real que, por otra parte, solo engulle la versión vieja y despreciable del personaje principal, pero jamás la joven y atractiva Sue (Margaret Qualley)?

Es científicamente imposible que Gregorio Samsa, un hombre común y corriente, haya despertado una buena ―o pésima― mañana convertido en aquel horrible insecto. Sin embargo, así sucede en el afamado relato ―La Metamorfosis― que, mediante la narración de acontecimientos ficticios, critica la alienación y la deshumanización a las que se ve sometido el ser humano en el mundo moderno, cuyo valor es directamente proporcional a la riqueza material que sea capaz de generar con su esfuerzo.

En La Sustancia no se representa el drama del hombre que es valorado como mercancía, sino el de la mujer que es percibida como objeto de deseo… y también como mercancía, si tenemos en cuenta su capacidad de generar riqueza mediante la explotación de las fantasías del consumidor.

Cierto es que el propio estilo de la película, al parodiar a la industria hollywoodense ―y del espectáculo de manera universal―, al patriarcado y al capitalismo que lo sostiene, llega a parecernos una representación más ―y muy exagerada, repugnante, incluso ofensiva― de la proyección de la mirada masculina: los primerísimos planos que abundan no son solo del rostro de Harvey, sino también de los glúteos, los labios y las piernas de Sue, por sacar un ejemplo de la llamada male gaze (Laura Mulvey) entre los tantos que se incluyen.

Hay, al menos, dos posibles causas: que la reiteración de esta perspectiva la haya convertido en costumbre, aún en féminas creadoras con conciencia feminista o, por el contrario, que esta creadora en concreto sea plenamente consciente de lo que está haciendo y dichas manifestaciones hiperbólicas de masculinidad tóxica constituyan herramientas fundamentales para incentivar la burla a los estereotipos machistas y, también, a la patética ―pero comprensible― respuesta de las mujeres frente a semejante orden social.

Exclusión y autodestrucción

Demi Moore como Elisabeth Sparkle en "The Substance".
Demi Moore como Elisabeth Sparkle en "The Substance".

Otra de las críticas que se veían venir es la selección del elenco. Elisabeth, incluso en su versión primigenia, es una mujer en la que ya son perceptibles los signos del paso del tiempo, en efecto, pero también es blanca, delgada, rica y cisgénero.

Aunque su apariencia ya no sea la misma ―esto se hace más o menos evidente al compararla con sus fotografías antiguas― “por culpa de” las leyes de la naturaleza, está claro que aún se adecúa bastante bien al prototipo de belleza femenina que yace en el imaginario colectivo occidental, impuesto por la industria de la moda y el entretenimiento. No obstante, esta situación muestra y demuestra algo con sentido, a pesar de su relativa distancia con la realidad: muestra la vida de una mujer con dichas características y demuestra que, aun así, la sociedad ha decidido dejarla de lado por el mero hecho de estar envejeciendo.

Si bien el grado de exclusión va en dependencia de las condiciones específicas del sujeto femenino ―y a veces también del masculino, como es el caso del enfermero que le recomienda La Sustancia a Elisabeth―, cualquier individuo puede llegar a sufrir esta exclusión, aunque no siempre ocurra, independientemente de sus privilegios. Así son las cosas en la era de la autoconciencia extrema, ahora que nuestro propio reflejo nos persigue y atormenta allá donde vamos, a través de los espejos, los selfies y hasta los picaportes de las puertas.

Más allá de todos los supuestos cabos sueltos, o las sutilezas, o los aciertos, se encuentra el asunto fundamental de La Sustancia, que se materializa en la relación entre ambas protagonistas o, mejor dicho, entre las dos representaciones de la protagonista singular. Elisabeth ―de carácter más sereno y abrigo amarillo, que cubre― y Sue ―de carácter más juguetón y leotard rosa, que enseña― en ocasiones parecen ser dos mujeres distintas, no solo por sus variaciones físicas, sino también porque se nota que poseen personalidades diferentes. Ninguna es en esencia buena o mala, positiva o negativa. No hay un ángel y un demonio, pero sí dos versiones; las repetidas frases que insisten en recordar que son una y que deben mantener el equilibrio no siempre logran convencernos de lo contrario.

¿Es este un fallo o una debilidad argumental? Tal vez la forma de construir la psicología de los personajes no esté tan errada. No tiene que tratarse ni siquiera de un caso de personalidad escindida, sino de dos personalidades casi opuestas perfectamente capaces de convivir dentro de un mismo ser humano, el cual moldea su temperamento, gustos y estilo según el ambiente en el que se encuentre y las personas que lo habiten. La personalidad no es la capa más profunda de nuestro yo, sino la más externa, la carta de presentación. Por voluntad propia o no, el comportamiento del individuo se ajusta a su estatus, ya sea económico, político, social, religioso, etc.

Sue no se comporta igual que Elisabeth, la matriz, porque a ella, al ser “más joven, más hermosa, más perfecta”, la novedad, la encarnación del deseo, el modelo de lo óptimo, no se le trata de la misma manera. Pronto se da cuenta: cambia el abrigo amarillo por el leotard rosa ―ahora que sabe que le quedará muy parecido al maniquí sobre el que se expone la pieza― y esto le proporciona la última gota de autoconfianza que necesita para presentarse al casting en el cual termina siendo seleccionada como la estrella del nuevo programa televisivo de aeróbicos, porque tiene todo “en su sitio”, todo exactamente donde debería estar.

La trama avanza y las cosas, por supuesto, se tuercen. Sue le roba el tiempo y el alimento ―en fin, la vida― a Elisabeth y Elisabeth le permite a Sue aprovecharse de ella, ya no puede parar. Parece ridículo, ¿qué gana la matriz con todo esto? ¿Por qué, si tiene la potestad de detenerse, no lo hace? Porque cree que, a estas alturas, es demasiado tarde. Ha perdido mucho, no se valora como antes, se quiere incluso menos que cuando fue despedida de su empleo y olvidada por la audiencia.

Además, La Sustancia, como la fama y la aceptación social, es una droga. Parte de la protagonista se “beneficia” de los efímeros momentos de éxtasis y euforia, mientras que la otra mitad sufre las terribles consecuencias. En algún punto, dicha droga se vuelve en extremo peligrosa y solo trae perjuicios para ambas versiones. Afecta lo físico, lo psíquico, lo laboral. Se entra de lleno en el escalofriante proceso de autodestrucción; se desarrolla una batalla campal por la supervivencia, una batalla que nadie gana.

El monstruo interior

Escena hacia el final de "The Substance".
Escena hacia el final de "The Substance".

Todo podría haber culminado ahí, pero no. Faltaba la verdadera apoteosis, esa que varios ven como innecesaria. “Al adentrarme en el exceso quise liberar a mi monstruo interior”, declaró la directora.

La frase es casi literal: se libera un monstruo llamado Elisasue, el cual chorrea sangre a presión y vive poco. Se desintegra sobre la estrella de la fama, como símbolo de la dismorfia corporal y la deshumanización completa del individuo. La perturbadora criatura, amalgama de dos mujeres, causa lástima y espanto. Su existencia está condenada a ser breve, se siente incluso un alivio al verla desaparecer. Ya feliz y despojada de su ser terrenal, se despide de un mundo cruel. El absurdo, que primero provoca una carcajada nerviosa, termina llamando a la reflexión… o no.

¿Cuántos receptores son capaces de comprender o, al menos, intentar comprender el mensaje? ¿Realmente quieren entenderlo o solo pasar un rato de diversión? La curiosidad evocada por el prometido desenfreno arrastra a las salas de cine, pero ¿cómo se sale de esas salas? Quizás más temprano de lo planeado, con espanto, o tomando de lo absurdo solo la risa y dejando atrás la esencia del fenómeno.

Siguen surgiendo preguntas. ¿Se convierte la obra en aquello que critica? Sucedió con Blonde (2022), de Andrew Dominik, la cual no fue promocionada, quizás, de la forma correcta; muchos creyeron que sería un biopic más fiel a la realidad, una oportunidad para rescatar a la persona ―Norma Jeane― detrás del personaje ―Marilyn Monroe―, sin tanta misoginia de por medio. El director, no obstante, más bien pretendía jugar con las imágenes y representar una supuesta pesadilla basada en una biografía ficticia. El resultado, al fin y al cabo, fue otro de los tantísimos largometrajes que explotan la figura de una mujer hipersexualizada ―incluso después de fallecida― y convertida en víctima de su entorno. Es curioso cómo critica los siniestros mecanismos de la industria hollywoodense y, a su vez, los replica y perpetúa, de forma bellamente artística.

La Sustancia posee, sin embargo, oscuro sentido del humor y elementos tan icónicos que la harán mantenerse, de una manera u otra, en el imaginario colectivo, como filme que vale la pena analizar y revisitar, despojados de prejuicios y liberados de la necesidad de otorgar una respuesta concreta, rápida y definitiva a cada interrogante. No implanta una conclusión, sino que trae una propuesta que puede dar paso a propuestas de otro género, una sátira sobre cómo es nuestra sociedad y una advertencia de cómo podría llegar a ser.

What has been used on one side, is lost on the other side. There is no going back.
The Substance

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