Arte │ Marion Adnams, la pintura como espacio de libertad interior

Marion Adnams desarrolló un estilo y una visión que se distinguen dentro del surrealismo por la maestría de su técnica y por su sensibilidad única.

La trayectoria artística de Marion Adnams (1898-1995) fue tan singular como las visiones que plasmó en sus lienzos. Aunque se formó como profesora de lenguas modernas en el Colegio Universitario de Nottingham, su verdadera vocación emergió cuando en los años treinta empezó a asistir a clases nocturnas de dibujo en la Escuela de Artes de Derby, su ciudad natal. Adnams se recalificó como profesora de pintura en 1938 y desde entonces hasta su retiro en 1960 ejerció la docencia.

El singular surrealismo de Marion Adnams

Fue este también el período más fructífero de su trabajo artístico, que se distingue por un lenguaje visual lleno de implicaciones semánticas profundas y con frecuencia elusivas, donde lo orgánico y lo inorgánico se funden, donde los objetos naturales adquieren rasgos antropomorfos y las figuras humanas se tornan artificiales. Esa tensión entre lo duro y lo blando, entre lo mineral y lo biológico, entre la fragilidad y la permanencia, son un tema constante en su pintura y uno de los elementos que hacen especial a Adnams dentro del surrealismo.

Su estilo fue a menudo comparado con los de Salvador Dalí, René Magritte y Paul Nash, y aunque es posible advertir en ella cierta similitud con esos pintores, Adnams desarrolló un estilo y una visión propios, haciéndose conocida por su técnica meticulosa, alimentada por la maestría en el dibujo, pero sobre todo por una sensibilidad que siempre fue más contemplativa y menos provocadora que las de Magritte o Dalí, y mucho más personal que la de Nash.

Durante casi tres décadas, Marion Adnams expuso habitualmente en Londres y otras ciudades de Inglaterra, Bélgica, Francia, España y Estados Unidos, dejando obras que hoy son emblemáticas del surrealismo británico, como La infanta perdida (1944), La cosecha del mono (1945), La vejez de Medusa (1947), Variación en rojo (1949) y Después del invierno (1963). En 1968, a la edad de setenta años, comenzó a perder la vista y dejó de pintar. Para ella, que había compaginado la creación con la docencia y el cuidado de su madre anciana, el arte fue un espacio de libertad interior o, como solía llamarlo, una vía de escape hacia “el País Encantado”.

En 2024, al celebrarse los cien años del surrealismo, varias de sus obras se incluyeron en “Forbidden Territories: 100 years of Surrealist Landscapes”, una exposición retrospectiva curada por la Galería Hepworth Wakefield, así como en la muestra itinerante “Imagine 100 Years of International Surrealism”, que se presentará hasta el año 2026 en instituciones como el Museo Real de Bellas Artes de Bélgica, el Centro Pompidou de París y el Museo de Arte de Filadelfia.

Vea a continuación una galería con once de sus obras más relevantes.