Crónica | Vestimenta

"Bajo el frío de Quito, veo a las travestis viajar juntas, compartir el mismo cuarto de renta; probablemente comparten algún amante como suelen prestarse el crayón de labios".

| Escrituras | 16/04/2024
Mujeres de Quito por los mercados.
Mujeres por los mercados de la ciudad de Quito. Imagen: Lidise Alonzo

Una monja come en medio de un centro comercial, la acompañan familiares y amigos. Ella ríe espontáneamente, dejando ver el rosado de sus encías, la perfecta dentadura uniforme, dientes que no morderán la piel de otro cuerpo. Es el mismo color rosado de los vestidos de las travestis.

Ese día, temprano en la mañana, estaban en una esquina pintándose los labios, mostraban sus muslos a pesar del frío, la piel erizada, los cañones de los pelos saliendo. El cuchicheo entre ellas es un escándalo. El esfuerzo por ser mujer para tener al lado la compañía de un esposo, pero sé que muy pocas lograrán ese empeño. Las veo viajar juntas, compartir el mismo cuarto de renta; probablemente comparten algún amante como suelen prestarse el crayón de labios. Quise hacerles una pregunta: ¿es difícil mostrarse sensual bajo el frío de Quito, bajo la pertinaz llovizna? Pero ellas insisten con los vestidos a mitad de muslo, el rosado de las pieles de algunas ya está morado por el aire; los toscos dedos pintados se asoman por las correas de las sandalias, dedos que con certeza han sido de otros cuerpos que trabajaron la tierra y ahora triunfan en las calles de una ciudad adoquinada. Es el rosado de los glandes, de las muñecas plásticas o el de la camisa de un alto funcionario que ahora entra al Palacio de Carondelet.

Catedral Metropolitana de Quito. Imagen: Yanier H. Palao

Cuerpos mutilados, trucados, diseccionados, atravesados. Es de nuevo el dibujo, la línea, delimita y define los objetos. Un lápiz labial refuerza la comisura, refuerza lo apetecible, la zona humectante. Cuando estudié arte estaba frente a la composición, miraba hasta congelar la imagen en el interior del ojo y no en mi pensamiento. No todos obtendríamos la misma imagen de la única composición, porque estábamos sentados en forma de U alrededor de los objetos. Sigo así, mirando, tratando de poder hacer una leve reinvención, revisión de lo que veo.

Mercados de Quito. Imagen: Lidise Alonzo

Quito, sus calles, sus travestis, los vestidos…

Hay una travesti que ha escogido un vestido de una mujer indígena; nunca antes imaginé poder ver esto, el erotismo, la sensualidad que expanden los bordados sobre una zona poco común. Las mujeres que vio en su infancia y juventud fueron hermanas, madres o vecinas en una zona de campo. Ella, aunque pertenece al grupo, está alejada, no se integra; su vestimenta no provoca el deseo, más bien la curiosidad, la indagación. Los detalles, los pliegues, los bordados, los tejidos calados y una gargantilla dorada que le da tres vueltas ajustando el cuello.

¿Cómo ser parte de un grupo si se sabe que no eres?

Bajo el frío de Quito, veo a las travestis viajar juntas, compartir el mismo cuarto de renta; algún amante como suelen prestarse el crayón de labios".
Calles y mercados de Quito. Imagen: Lidise Alonzo

Veo la hilera de montañas en forma de crestas que sobresalen por encima de las nubes; aquí la tierra tiene el afán de alcanzar el cielo. La cordillera es una pared frente a mí, las uñas de ella no tienen artificio, están recortadas y limpias; no se aplica pintura en los labios, solo mira, pero sin coquetear. Su mirada intimida, no pide, no desea, exige un esposo, una compañía. Es una mujer doméstica.

Al parecer, todos por aquí —aunque no lo dicen— se sienten solos, caminan por parques inmensos donde la luz a veces es penumbrosa por la niebla y hay algunos árboles que tienen hojas grises, se ven acompañados de un perro. En sus manos traen la cuerda, una cuerda que parece el cordón umbilical que nos unía al vientre materno. Ahora los veo, pasan frente a mí, algunos llevan el mismo ritmo, perro y humano caminan al compás de una música suave. Me mojo los labios de saliva, sé que muchos me miran, soy también otro objeto a estudiar, saben que no soy de aquí.

La travesti mujer indígena se va sola, se monta en un bus rumbo al sur de la ciudad; los otros que lo acompañaban se han montado en autos que pasan lento y el hombre que conduce abre la puerta del asiento delantero. Las travestis ingresan rápido y el auto acelera perdiéndose por las calles. La travesti con su blusa de encajes y bordados a mano regresa al barrio sola, abre la puerta de su pequeña renta y empieza a desvestirse, para ponerse ropas más cómodas.

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