Feminicidio ⎸Víctimas de violencia de género: historias que comienzan por el final
“Desde que comenzó el año se han subregistrado en Cuba, al menos, 74 feminicidios y, se hizo público y se verificó, a través de redes sociales, 1 transfeminicidio.”
Hubo una época donde pensar la muerte fue imprescindible para abordar otros problemas, como la libertad o el propio vivir, por ejemplo. Al momento de comenzar a escribir este texto, estamos comenzando el mes de noviembre del 2023. Desde que comenzó el año, en Cuba se han subregistrado, al menos, 74 víctimas de feminicidios y se hizo público a través de redes sociales, y se verificó, 1 transfeminicidio.
Cada vez que escucho un nombre nuevo engrosando estas listas, o alguna alerta, también en redes sociales, me viene a la mente aquel comentario de Rita Segato en 2014, sobre el feminicidio de Melina Romero donde hablaba que: “…no supo cuidar adecuadamente su vida. No pudo entender la sociedad que vivía, la época en que vivía y no supo preservarse en un medio realmente peligroso…”.
Y es imposible acordarse a estas alturas de Melina Romero cuando en Argentina ocurre un feminicidio cada 39 horas, pero les refrescaré la memoria: Melina fue una joven que salió a divertirse con un grupo de amigos y terminó violada por 4 conocidos suyos, golpeada, envuelta en una bolsa de plástico y tirada al río donde murió finalmente por asfixia. Todo esto ocurrió en un transcurso de 10 horas y delante de su amiga Melody, a la cual le dijeron que si no se callaba la boca y se quedaba quieta, le harían lo mismo.
“No supo cuidar adecuadamente su vida” y “no pudo entender la sociedad que vivía” fueron, a mi consideración, frases muy peligrosas para referirse entonces a una adolescente de 16 años. En otras palabras, para Rita, Melina fue “irresponsable” y “tonta". Resulta entonces importante regresar a Cuba, pensando en esto de que hay que saber cuidarse y entender el contexto, términos que son recurrentes en los comentarios que se escuchan sobre noticias de este tipo.
Alguien tiene que morir
Cuando ocurre un feminicidio nunca se piensa que la muerte no es lo peor que pasó ahí. Después de tanto tiempo leyendo en medios cubanos sobre feminicidios, pudiera decirse que tiene sus pilares: sexismo, crueldad, conquista, rapiña de territorios (el cuerpo, en este caso) y el dominio de voluntades inferiorizadas. Un asunto de poder, como mismo lo es la justicia. Y detrás de estos pilares, que a la vez son sus causas, están todo este entramado de políticas preventivas deficientes y mal ejecutadas por los sistemas (de opresión) judicial, médico, económico, político y social cubanos.
Soy de la hipótesis de que existe un mito de feminicidio y un modelo de víctimas. En el caso del primero, se considera, erróneamente, que tiene mucho de pasional y se comete, bajo violencia extrema, por la pareja. Entonces, todo asesinato que se produce bajo otros parámetros no se considera feminicidio.
Del modelo de “buena víctima” se ha hablado más: mujeres sumisas, sufridas, vulnerables, que se mueven poco y viven chiquito; a las que les toca llorar mientras denuncian, mientras aceptan la revictimización, en la pericia psicológica, en el careo, en el testimonio delante de un juez; llorar aún estando muertas, si fuera posible. Este imaginario colectivo es un modo de estereotipar y dar legitimidad a ciertas víctimas y a otras no.
Y digo esto como sobreviviente de violencia de género. Invocar potencias, devenir estoica, producir cultura, no apelar a la protección del Estado paternalista, burlarte, hacer un texto, ser un resultado político, morir haciendo resistencia, te pone, en los ojos de muchos, como una “mala víctima”.
A juzgar por los subregistros, en Cuba ocurre un feminicidio cada 4 días. Desde inicios de este año hasta la fecha nos hemos topado con todo tipo de casos. “Buenas víctimas” que denunciaron a tiempo como Leidy. “Buenas víctimas” que trabajaban, estudiaban y su reputación social era intachable como Damaris, Ana Rosa o Arelis. “Buenas víctimas” que eran madres como Neisa, Arisdani o Jeysa. “Buenas víctimas” que eran menores de edad, como Kamila.
Pero también nos topamos con “malas víctimas” que, cuando fueron agredidas, se defendieron de su agresor. “Malas víctimas” de las cuales ventilaron sus historias sexuales, sus trabajos reprochables o su mala reputación para finalmente ser sancionadas, estigmatizadas y castigadas ante la opinión pública. En esos casos el feminicidio fue cuestionado, un indicador de la asimetría de género dentro del orden en el que vivimos.
El Estado y su tratamiento a los feminicidios
Mientras tanto, ¿cómo trata la oficialidad cubana a los feminicidios? Como hechos inhumanos, aberrantes, horrorosos, con los que se debe actuar de manera ejemplarizante; nunca como hechos que ya forman parte de la cotidianidad. Nunca se piensa en que el agresor es llevado o empujado por una serie de circunstancias hacia esa zona extrema. Si mata, viola o golpea es un enfermo; si se acerca pero no llega, es un “hijo sano del patriarcado”.
Que el gobierno cubano esté comenzado a escribir titulares sobre este tipo de noticias, que esté incorporando en su discurso político estrategias de atención a la violencia por razones de género, un observatorio oficial y palabras como femicidio, no son producto de la casualidad. La mayoría de esas acciones son consecuencia de un timing adverso o de un suceso viral que precisaba de medidas concretas.
Si nos guiamos por las recientes entrevistas a Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Cuba está enfocada en esta nueva forma de estatalidad centrada en los cuidados y la familia. Tal cosa me lleva a preguntarme, en la práctica: ¿quiénes nos cuidan?, ¿a quiénes cuidan?, ¿al cuidado de qué?. Porque tal vez una no esté incluida en los cuidados. Quizás de lo que se están cuidando y, por ende, cuidando a otras personas, es de lo que nosotras, producto de determinados sistemas de opresión, podamos hacer o exigir al respecto.
En este sentido, la más reciente de sus disposiciones fue la implementación del Observatorio de Cuba sobre Igualdad de Género. Paradójicamente, la directora de la División de Asuntos de Género de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Ana Güezmes afirmó que el Observatorio nace en un contexto favorable, en tanto Cuba posee un sólido sistema estadístico. Sistema al cual se dificulta su acceso, y que, durante años, observatorios y plataformas de activismo independiente estuvieron exigiendo respuestas.
Según los datos del sitio, en el 2022 ocurrieron un total de 18 “víctimas de homicidio intencional como consecuencia de la violencia de género”. La cifra se obtuvo de los procesos judiciales resueltos ese año en los tribunales del país y que figuran en el Subsistema de Información Estadística Complementaria del Tribunal Supremo Popular de la República de Cuba. Lo que una vez más demuestra el origen represivo-punitivista de estos indicadores. Característica que no es ajena a las otras instituciones estatales que transversalizan cualquier proceso de violencia de género.
La denuncia oficial pasa entonces a ser la prueba máxima de que ocurrió un hecho de violencia de género. De no enfrentar las implicaciones de una denuncia policial y, por ende, de un proceso judicial, el Estado cubano asumirá que este hecho no ocurrió y no tendrá registro de él.
El abandono de las instituciones no es un fenómeno propio de Cuba. El mundo está organizado para que se pida un acompañamiento por parte de instituciones que en muchas ocasiones no sucede. Y no es que funcionen mal, sino es que es su manera de operar. Ese acuerpamiento y protección, posterior a la denuncia, consiste en apelar a la responsabilidad individual: “ya rompiste el ciclo, tuviste la voluntad de hablar, tienes la fuerza para arreglártelas sola”. En resumen, somos expedientes, números.
Redes sociales como espacios de denuncia
Que las personas decidan exponer virtualmente sus casos de violencia o los feminicidios, nos da razón de que las redes sociales son el espacio para quienes nada pueden fuera de ellas. Pero esta experiencia mediada por los dispositivos, si se extiende en el tiempo, sin acciones realmente palpables, pudiera producir una especie de subjetividad indiferente a este tipo de acontecimientos. Cuando el femi/transfeminicidio se percibe y se experimenta a través de un dispositivo, no hay una experiencia directa. Ejemplos de este fenómeno se han dado con otras noticias como la situación Israel/Palestina. Llegado un punto, comienza a dar igual porque también están muertos.
Pero supongamos que una víctima que no quiere enfrentar el proceso decide hacer uso de las redes para exponer su caso y el agresor la denuncia por calumnias. A diferencia de las recientes disposiciones en cuanto a la comunicación, lo correspondiente a la violencia de género, en el sistema judicial cubano, responde al ámbito privado. Por lo que, para investigar el caso y demostrar que en efecto, no se trata de una calumnia, la víctima estaría obligada a exponerse y declarar, cuando este no debería ser un requisito.
Al terminar este texto, según la plataforma Yo Sí te Creo en Cuba y el Observatorio de Género de Alas Tensas (Ogat), además de los confirmados, se están investigando otras 5 alertas de feminicidio. El resto, nosotras, en nuestra mayoría pasamos por violencias a diario, más de una vez incluso. Para algunas todavía forma parte de su negociación para vivir y existir. Hasta la justicia misma se sabe patriarcal, y prefiere que, cada vez que se engavete un expediente de violencia se hable de capacitación. Capacitar al policía. Prefiere que cada vez que ocurre un feminicidio o una violación, el cuerpo esté obligado a depender de las instituciones médicas y penales. Por eso omite el “ni”(feminicidio), para cuidarse de que extienda la idea de abolir el aparato represor.
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