Arrancar alegría al futuro
Una parte de mi incomodidad hacia la Navidad proviene de esa sacralización a una institución, la familia; y a las formas de sociabilidad navideñas que se incluyen dentro de ese modelo normativo.
Este es mi primer texto de 2023 y en él quiero compartir algunas reflexiones post-navideñas. Es curioso pensar que, aunque algunas de estas ideas siempre estuvieron latentes en mí e incomodándome de varias formas, solo salieron a flote a propósito de la reciente Cena Trans realizada en La Habana, con motivo de la Navidad. Entonces digamos que aquí voy a juntar algunas reflexiones sobre mí, sobre gente como yo, disidente convicta de cisheterolandia y sobre la potencia subversiva que creo que carga consigo ese movimiento de solidaridad que fue la Cena destinada a la comunidad trans y otros sectores socialmente desamparados.
Tengan paciencia, el comienzo puede parecer medio pesimista, pero prometo que quizás, la mejor parte, es el final (también puede saltar directo a la última parte). Creo que toda esa mezcla tiene como objetivo que podamos construir utopías, delinear algunos horizontes de futuro que pueden comenzar aquí, ahora.
Debo confesar: detesto la Navidad
Se va un año y llega otro y siempre yo me enfrento a una sensación de incomodidad, un hastío, un cansancio de las celebraciones colectivas que envuelven la Navidad y el Año Nuevo.
Precisamente yo, que adoro las fiestas, las multitudes y que en los últimos cinco años disfruto las delicias y dolores de vivir en otro país; primero por una coyuntura de formación profesional; después por una decisión personal. Sí, decidí apostar mis fichas a vivir en Brasil y eso, entre otras cosas, me sitúa delante del desafío de estar lejos de lo que suelen llamar “familia biológica”.
Es una verdadera paradoja pensar que durante mi vida en Cuba, buena parte de esa “familia biológica” y yo, jamás vivimos una Navidad de esas bonitas que inundan las redes sociales todos los benditos 24 y 25 de diciembre. Y eso muestra de forma evidente la fractura de, al menos, una parte de esos lazos.
Miento, qué digo yo fractura, algunos de esos “lazos” jamás existieron por más que aquella cosa llamada “biología”, “sangre”, “ADN” supuestamente, nos uniera.
Antes de vivir en Brasil mi Navidad siempre fue junto a mi madre bella, adorada, perfecta, mis primas más próximas (más conocidas por las “vivoritas”, quien convive sabe jejejeje), mis amigas amadas que alternaron en diferentes momentos (ya que algunas también se fueron del país), y una amiga de mi mamá (la eterna Adela) y su familia.
O sea, mis navidades siempre desafiaron esa idea ficticia de “familia biológica”. (Es una ficción porque en ese terreno de las relaciones sociales la biología no significa nada sin la carga simbólica que, para bien o para mal, colocamos en ella).
Ni el ADN, ni la “sangre” garantizan que todos los que pudieran estar, estuvieran (ese apego por la biología es cosa de devotas del biologicismo y feministas transfóbicas).
Por tanto, hace tiempo, medio que me rompo la cabeza intentando descifrar de dónde viene mi incomodidad cada vez que se aproxima esa fecha.
Mientras lo intento, trato de distanciarme del rótulo de “ser extraña” que algunas personas me endosan por el simple motivo de disponerme a cuestionar lo obvio. (Lo que muchas personas asumen como obvio y autoevidente no es más que una norma que le endosaron. Una norma en la que ellas nunca se detuvieron a pensar).
En este caso lo aparentemente obvio es: ¿por qué a todo el universo tiene que gustarle la Navidad? ¿por qué a todo el mundo le tiene que gustar la Navidad, de la manera normativa en que ella se organiza? Noten el punto de obligatoriedad con que opera una norma: “a todo el mundo tiene que gustarle, así, sin más, caso contrario eres un bicho raro”. Como si el sentido de las cosas, el gusto por ellas, ya viniera inscrito, tatuado en el propio ADN con que prometen que la “familia biológica” te va a amar…vayan creyendo en esas ficciones.
El “felices para siempre” navideño es otro cuento de hadas moderno
Lo cierto es que de la forma en que está concebida la Navidad, toda la movilización, comercialización (sí amores, porque también hay una interés comercial en toda esa parafernalia), la ola fordista que se genera en torno a ella me parecen absolutamente tediosas.
El arbolito de Navidad me parece la cosa más chea del mundo, pero todo bien a quien le guste y disfrute de ese ornamento. (Cada une con sus cheuras, yo tengo las mías).
Confieso que una parte de mi incomodidad proviene de esa sacralización a una institución, a un nombre -familia- y a las formas de sociabilidad navideñas que se incluyen dentro de ese modelo normativo.
Tal idealización deja fuera a un millón de gente que, de hecho, carece de una red de afecto en esa fecha y en tantas otras.
Sabemos muy bien que cuando se enarbola esa institución FAMILIA se está invocando al ideal monogámico, heterocisnormativo de comercial de TV (o a sus versiones). Ahí están mamá, papá, hijos, mascotas y todo el mundo feliz y contento en la foto de familia que va para Facebook/Instagram.
Calma, no es que yo sea una amargada. Lo que me amarga es esa única imagen y su condición de ser un punto de llegada, un ideal que supuestamente debe dejar satisfecho a todo el mundo; aún a sabiendas de cuánto ese modelito expulsa de sus dominios a gente que no se ciñe a esos moldes.
Para mí esa foto de “familia tradicional” es una captura, porque ella supone una simplificación de la multiplicidad que podemos ser.
Esa instantánea de “familia tradicional” no suele venir acompañada de narrativas sobre aquellos que ni siquiera tienen acceso a un plato decente de comida, a una familia, a una red de apoyo (ni en Navidad ni en ningún otro momento. Y que conste que eso no es apenas tocante a la comunidad LGBT, si no, piensen en lo que es ser un inmigrante sin papeles).
Colocar en primer plano, en esta fecha, cuestiones como los conflictos familiares, la escasez, la violencia intrafamiliar, entre otros marcadores sociales, no ayudaría a vender tantos arbolitos de Navidad. Ni tampoco esas promesas de felicidad.
Y no es que yo pretenda tampoco reducir a las personas a su sufrimiento, pero me parece que la glamurización de la celebración navideña (sin observar sus complejidades) es mucho con demasiado.
Esa excesiva energía invertida en el “felices para siempre” se hace a costo de mucha basura guardada debajo del tapete familiar.
No es que yo deteste la celebración en sí, lo que detesto es que la Navidad, así como otras celebraciones colectivas que son pautadas en una norma, se convierten en una oleada de alucinación colectiva.
No existe la menor posibilidad (o existe, solo que con su dosis de censura) de querer estar fuera de eso sin ser tachado de “bicho raro”. Como toda norma, no da brechas para otra cosa y tampoco se interesa por quien está fuera de ella. Ese es el punto que detesto, no existe brecha, por ejemplo, para preguntarnos, por las condiciones financieras que imposibilitan que muchos tengan una Cena de Navidad. O para quien no pone un arbolito por falta de afinidad con los fundamentos religiosos de esa celebración. O para aquellos que lo ponen y hacen de ello apenas algo lúdico para los infantes de casa.
Cuando los cuentos de hadas no nos contemplan, los subvertimos
Yo, totalmente incrédula en cuentos de hada, a pesar de totalmente romántica (pregúntenle a mis crushes), este año estaba en Florianópolis junto a la familia de mi esposo. (sí, soy casada y practicante de la no monogamia. Las fiscales feministas de internet flipan jejejeje) y decidí regresarme a São Paulo (donde actualmente vivo) antes del día 24 (día de la famosa Navidad).
Por su parte, mi esposo (Juno Nedel, lindo, maravilloso, no monogámico convicto) optó por ir a visitar a unos familiares de él que viven en Foz de Iguaçu.
No faltó gente para lanzarnos sus enjuiciamientos morales - ¿pero te vas a ir para São Paulo?; ¿vas a pasar solita ese día?-.
Heterolandia no deja de sorprenderme, pero ya estamos acostumbrados a “sambar en la cara de la norma” porque nada nos obliga a seguir manuales.
Si para alguien tiene sentido pasar la dichosa Navidad con otras personas aunque no sean sus cónyuges, pasarla sola por decisión propia, pasarla con amigos, con vecinos, con otros afectos (para quienes como yo, practican la no monogamia): ¿por qué eso debe estar sometido a un escrutinio público, a comentarios inconvenientes?
Por fin, nuestro horizonte de alegría: la Cena Trans cubana
Esos cuentos de hadas no nos contemplan. Y es en esa incompletud que se abren espacios para crear otras cosas. ¿Qué hacemos cuando no existen referentes que nos incluyan? ¿Cómo podemos ir construyendo artesanalmente (sin fotos fijas que nos capturen en una única posibilidad) nuestro presente, nuestro aquí y ahora?
Para mí, la “Cena Comunitaria dedicada a la comunidad trans y otros sectores sociales desamparados” ofrece importantes insights sobre estas preguntas.
Organizada por Mel Herrera y otras personas implicadas, la Cena fue un bellísimo movimiento de solidaridad navideña. Tal gesto puede inspirarnos más allá de esta fecha puntual.
Como comenté en mis redes sociales, para mí esa Cena tiene una potencia subversiva, revolucionaria inestimable.
Me explico:
La iniciativa ofreció sustento y amparo (alimenticio, social, afectivo, todos importantes) y también abrió espacio para la reivindicación política. La cena proclamó un gran: “¡Libertad para Brenda!”
O, sea, qué mensaje más potente que ese puede haber: “no soltamos la mano de quien está jodida”.
Un mensaje que me recuerda a Audre Lorde cuando dijo: “yo no seré libre mientras otra mujer esté prisionera”.
No bastando eso, que ya es de una potencia arrolladora, la Cena carga consigo la posibilidad de construir otros imaginarios, otras formas de sociabilidad navideña que escapan al modelo heteronormativo, blanco, cristiano, monogámico, burgués y capitalista de Navidad. (Sí amores, es capitalista, vamos a releer a Engels y a su bien conocido El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado).
Los disidentes de cisheterolandia: trans, travestis, personas negras, migrantes, sin papeles, etc. sabemos muy bien de la potencia disruptiva de las alianzas y las solidaridades, cuando la norma impone un modelo fordista, casi compulsorio de celebración.
Las personas idealizadoras de esa Cena, todes quienes ayudaron a materializarla arrasaron, arrasaron, arrasaron. Mi felicidad navideña de 2022 fue ver los registros bellísimos de esa cena comunitaria que fueron posteados en diferentes redes sociales.
Insisto en la pregunta: sin referencias que contemplen a les disidentes de cisheterolandia, ¿cómo podemos construir el presente?: subvirtiendo.
O para decirlo en palabras de Maiakovski (palabras que están en una canción que se llama Perspectiva de Jorge Mautner y Nelson Jacobina, - una canción que dicho sea de paso me presentó uno de mis amores Raphael -, la no monogámica romántica ataca nuevamente): “para el júbilo, el planeta está inmaduro, es preciso arrancar alegría al futuro”.1
El futuro (al menos para nosotres) definitivamente no es la foto de familia de comercial de TV en una navidad emblanquecida, burguesa y cisheterocentrada.
El futuro es todo lo que esa foto hegemónica no es y, por tanto, podemos crearlo, inventarlo, soñarlo.
Nada está definido, nada está dado, no hay manuales, por tanto no somos obligadas a replicar esa foto como única posibilidad.
Lo que tenemos por delante es la posibilidad de ampliar ese movimiento de solidaridad que fue catalizado a través de la Cena Comunitaria.
Esa Cena desafió a las lógicas estructurales que, año tras año, dejan a su propia suerte a quienes ya fueron recortados de esa foto.
Que reverbere esa iniciativa y toda su potencia, que se multiplique. Que sigamos soñando y construyendo juntes, que sigamos transformando el status quo colectivamente. Deseo que sigamos aprendiendo a organizarnos para causas justas. Que sigamos arrancando alegría del futuro y que así como en esa Cena Comunitaria, que podamos construirlo desde ahora. Vale la pena, vale la vida misma.
¡Feliz 2023!
1(Traducción libre mía del portugués porque obvio mi crush es brasileño, aunque Maiakovski no lo era, por tanto pueden buscar el original).
Yarlenis M. Malfrán
Psicóloga por la Universidad de Oriente, Cuba. Máster en Intervención Comunitaria (CENESEX). Doctora en Ciencias Humanas (Universidad Federal de Santa Catarina). Investigadora de Post Doctorado vinculada a la Universidad de São Paulo, Brasil. Feminista, con experiencia en varias organizaciones y movimientos sociales.
El articulo es tan bello como la cena misma. Agradezco a la vida que se me haya permitido contribuir a la misma!
Por un 2023 donde florezcan y se multipliquen iniciativas cómo estás. 🙏