La “perspectiva de género” en los medios de comunicación o cómo el feminismo hegemónico siempre se sale con la suya

La escritora transfeminista y antirracista, Mel Herrera, destaca cómo la perspectiva de género puede ser excluyente y simplista en su enfoque, dejando de lado otras formas de opresión y voces marginadas dentro del feminismo.

| Opinión | 21/09/2023
dos personas no binarias
"Los disidentes de cisheterolandia". Foto: Claudio Peláez

No podemos negar que cada vez hay una mayor conciencia por parte de los medios de comunicación en abordar problemáticas asociadas al género y en elaborar contenidos que no reproduzcan estereotipos ni mensajes sexistas, misóginos, machistas o discriminantes.

Editores/as en jefe, directores/as de medio y otras/os ejecutivas/os del ámbito de la comunicación, han hecho esfuerzos notables por ponerse a la par de los tiempos y han adoptado esta “perspectiva de género”, en ocasiones también bajo la forma de “periodismo feminista”, que parece ser la gran promesa y futuro de los medios. Propuesta que aplaudiera decididamente si no me saltaran otras preocupaciones e interrogantes, y no notara ciertos vicios y vacíos en las llamadas “ediciones de género”, por la cual pasan algunos textos antes de ser publicados, y en el rol dominante que se le está dando al género en nuestros medios con respecto a otros vectores opresivos que inciden desfavorablemente en quienes nos suscribimos a la categoría mujer.

En el principio siempre fue el género

No es mi interés hacer una genealogía de los estudios de género ni de esta perspectiva. Me centro en lo que considero un modo en que el feminismo hegemónico reterritorializa espacios estratégicos para llevar a cabo su empresa universalista en nombre de “todas las mujeres” y mantener, desde todos los frentes posibles, un discurso dominante basado en el género y en el patriarcado como origen de la opresión sexista, concebida como la principal y más importante opresión de “todas las mujeres”.

Este giro a la perspectiva de género en las redacciones no me resulta ingenuo. Se produce en un momento de mayor concientización de la diversidad de opiniones, posturas, visiones, discrepancias y tensiones dentro de los feminismos y otros movimientos antipatriarcales. En un contexto en que el género, al menos cuando se utiliza como homólogo de “mujer con privilegios raciales, económicos, sexuales y epistémicos”, está dejando de ser la categoría central en los análisis de la situación de una multiplicidad de mujeres y otras identidades que, históricamente, no se han visto comprendidas en su totalidad por la teoría clásica (blanca) del género y del feminismo.

“Feministas negras, indígenas, lesbianas, comunitarias, autónomas y decoloniales de la región han hecho importantes aportes para dar cuenta de por qué ya no es factible hablar desde un solo lugar”.

Cada vez son más los intentos de fuga del régimen epistémico de este feminismo, que permiten explicar desde otros lugares y siguiendo otras trayectorias y marcos referenciales las situaciones de estas “mujeres otras” (pobres, negras, del llamado tercer mundo, disidentes de género, etc.). Tal es el caso de las múltiples corrientes que se han desprendido a lo largo de la historia de este feminismo cuyo sujeto es la “mujer” (sin apellido siempre es blanca, cisgénero, heterosexual, universitaria, burguesa) y que develan todo lo que se encubre y de lo que se es cómplice cuando se coloca al género como lo más importante para analizar la situación de todas las mujeres. Como es de esperarse, ante la descentralización de esta “mujer universal”, tanto ellas como sus nociones buscarán a toda costa recuperar su sitio dominante en la historia.

Feministas negras, indígenas, lesbianas, comunitarias, autónomas y decoloniales de la región han hecho importantes aportes para dar cuenta de por qué ya no es factible hablar desde un solo lugar, el género, o de la necesidad de no comprender las opresiones de manera fragmentada ni como una sumatoria. La investigadora Maya-Kaqchikel Aura Cumes en Mujeres Indígenas, Patriarcado y Colonialismo plantea que la propuesta ha de ser otra: “entender cómo las formas de dominación interactúan, se fusionan y crean interdependencias. De esta manera, la noción de género puede tener otras connotaciones que cuando se explica solamente como si fuera el resultado de un patriarcado como único sistema de dominación.”

Como mujer trans me resulta imposible no hablar del género como en ocasiones pretenden algunas feministas decoloniales de la región. Pero supongo que cuando ellas nos piden no hablar desde ahí, se refieren no a hacerlo desde el lugar dominante en que siempre se ha colocado al género en nuestras luchas y análisis, sino como parte de este sistema de dominación/poder y de opresiones indivisibles. Es imposible no hablar del género puesto que en nuestra región, como ellas mismas nos han hecho comprender con sus valiosísimos aportes, no ha dejado de ser una invención y herencia colonial, una inscripción perversa y arbitraria sobre nuestros cuerpos, que borró una diversidad de marcos existenciales y modos de vivirse previo al contacto europeo, y que todavía sigue enviando cuerpos y disidencias al terreno de la abyección.

Lo que estas feministas hegemónicas ignoran al priorizar y jerarquizar la opresión sexista, lo venían denunciando feministas negras y de color en los Estados Unidos desde las décadas 70 y 80 del siglo pasado. En Mujeres negras: Dar forma a la teoría feminista, bell hooks, por ejemplo, reconoció que los problemas y preocupaciones de las mujeres blancas y burguesas eran preocupaciones reales y ameritaban análisis y resolución, pero no eran la preocupación de la mayoría de las mujeres estadounidenses como se hacía creer:

La mayoría de las mujeres estaban preocupadas por la supervivencia económica, por la discriminación étnica y racial, etc. (…) Las mujeres blancas que dominan el actual discurso feminista pocas veces se cuestionan si su perspectiva sobre la realidad de las mujeres se corresponde con las experiencias vitales de las mujeres en tanto grupo colectivo. Ni tampoco tienen conciencia de hasta qué punto sus perspectivas reflejan los sesgos de raza y clase.

La pensadora y teórica decolonial Yuderkys Espinosa Miñoso ha llamado, mucho tiempo después, “racismo del género” a esta “imposibilidad de la teoría feminista de reconocer su lugar de enunciación privilegiada dentro de la matriz moderno colonial de género. Esta imposibilidad se desprende de su negación a cuestionar y abandonar este lugar a costa de ‘sacrificar’, invisibilizando diligentemente, el punto de vista de ‘las mujeres’ en menor escala de privilegio, es decir las racializadas empobrecidas dentro de un orden heterosexual”.

Sostengo que este interés en formar y contratar periodistas y editoras en perspectiva de género (el uso del femenino genérico es intencional: suelen ser mujeres cis, universitarias, académicas, las únicas autorizadas a producir conocimiento), en un contexto como el explicado previamente, forma parte de una estrategia de reterritorialización de los postulados tradicionales del feminismo, que buscan recolocarse, reconquistar espacios perdidos y conquistar nuevos en su vocación universalista de abarcarlos todos y convertirlos en “espacios seguros” para las mujeres.

“El feminismo hegemónico se jacta de construir espacios libres de machismo y sexismo. Pero no trabaja con el mismo ímpetu por lograr espacios libres también de racismo, transfobia, clasismo, cissexismo.”

¿Quién puede hablar de espacios seguros en este sistema mundo moderno colonial? ¿Seguros para qué mujeres, para qué corporalidades? ¿Acaso que sean considerados espacios seguros para mujeres por el tal enfoque de igualdad y equidad de género, garantiza que serán seguros para mujeres negras, trans, neurodivergentes, trabajadoras sexuales y con otras múltiples intersecciones? ¿Están libres de racismo los espacios de género?

El feminismo hegemónico se jacta de construir “espacios libres de machismo y sexismo”. Pero no trabaja con el mismo ímpetu por lograr espacios libres también de racismo, transfobia, clasismo, cissexismo. Esto último es la idea de que el género de las personas trans es menos natural, auténtico y más artificial que el de las personas que son cis o cisgénero/no-trans. Y es lógico cuando ha colocado al género como su principal preocupación y el desmontaje del patriarcado y machismo como el único y más importante sistema de dominación que “afecta a todas las mujeres por igual”.

No puedo evitar preguntarme:

¿desde dónde hablan y piensan estas editoras de género? ¿Qué entienden por género? ¿Por qué suelen entenderlo como sustituto de “mujer cis” y sólo después, colocan la coletilla del “enfoque interseccional” para decir “aquí somos inclusivas con las trans, con las racializadas y con otras violencias”?

La interseccionalidad es una herramienta y una de las más importantes contribuciones del feminismo negro estadounidense, creada por la abogada negra Kimberlé Crenshaw para ejemplificar un vacío legal y visibilizar la opresión específica de las mujeres negras. Creada para dar cuenta de que ni todas las mujeres están oprimidas por igual ni el género es la opresión más importante, con mucha frecuencia y tenacidad se usa hoy día esta herramienta como un salvoconducto para que feministas hegemónicas, sus proyectos y programas políticos de liberación, pasen inadvertidos, sin ser cuestionados ni señalados de reduccionistas, racistas, cissexistas y excluyentes.

diversas mujeres enfoque de género
Mujeres negras y mestizas.

¿De qué manera se acercan estas feministas y especialistas en género a pensar las problemáticas de las mujeres? ¿Desde dónde? ¿Cuáles son sus aspiraciones y el programa político para realizarlas? ¿Por qué algunas temáticas son recurrentes y dominan la agenda del feminismo, y otras están completamente ignoradas o marginadas? ¿Por qué el aborto, la salud sexual y reproductiva, el acoso callejero y #Metoo se han convertido en temas centrales de esta agenda?

Esto no quiere decir que el aborto, el control y derecho reproductivo de mujeres cis y hombres trans y el alza de las agresiones sexuales sean menos importantes, sino que amerita preguntarnos cómo llegaron hasta ahí.

¿Por qué escasea un programa político que no se quede sólo en enumerar las violencias y en hacer una sumatoria de opresiones sin carácter resolutivo? ¿Por qué tenemos que imitar el paquete legislativo elaborado por Europa y si no el de Argentina?”

¿Quiénes han definido esa agenda? ¿Es relevante en realidad para todas las mujeres? ¿Qué participación han tenido las mujeres pobres y con mayor dificultad para disfrutar de sus derechos sexuales y reproductivos en la elaboración de dicha agenda?, ¿hasta qué punto han sido escuchadas y tomadas en cuenta sus opiniones y contribuciones? ¿Por qué escasean los análisis de las causas estructurales que crean y hacen proliferar esas violencias en los Estados naciones?

¿Por qué escasea un programa político que no se quede sólo en enumerar las violencias y en hacer una sumatoria de opresiones sin carácter resolutivo? ¿Por qué tenemos que imitar el paquete legislativo elaborado por Europa y si no el de Argentina? ¿Por qué la ley contra la violencia de género de Argentina? ¿Por qué la ley de identidad de género de Argentina, pensada para Argentina, tiene que ser nuestro modelo a seguir? ¿Por qué las campañas que se hacen en Argentina o que han dado resultados en Chile tenemos que replicarlas en nuestro contexto diferente?

Una pensaría que la perspectiva de género pondría el foco en los artificios moderno-coloniales y científicos que producen el sexo y el género, en desmantelar las estructuras que los utilizan para oprimir y excluir, en visibilizar cómo interseccionan y cómo se agrava con otros indicadores opresivos. Que iría a las causas estructurales de la violencia colonial de género, su reproducción y sostén por parte del Estado y no a señalar y escrachar hombres individuales a los que se les incrusta de manera arbitraria un rótulo de patriarcas. Que haría un esfuerzo por ir más allá de las dicotomías hombre-mujer y de los análisis simplistas del tipo hombre malo vs mujer buena e indefensa. Y que incluiría a los hombres y las masculinidades periféricas y disidentes sexogenéricos en sus análisis de la violencia de género.

Pero si a este feminismo le ha costado entender que las propias mujeres no somos todas iguales, peor aún con los hombres. Para ellas todos son un molde, todos gozan de los mismos privilegios “masculinos”. Todos son violentos y patriarcas por naturaleza. Todos están por encima de todas las mujeres. Así como hacen las llamadas feministas transfóbicas/transodiantes o terfs con términos como “socialización masculina” para plantear que mujeres trans hemos gozado y gozamos de ciertos privilegios masculinos cuando vivíamos como hombres. Imagino se refieran a la depresión, la tristeza, la represión, el acoso y las burlas que nos rodeaban. Estas feministas, cuando quieren aportarle una carga negativa a algo, le colocan detrás “masculino” y listo.

“¿Qué están creando en materia de antirracismo? Puesto que si el interés con el género es analizar las problemáticas de las mujeres, ¿acaso las mujeres negras no son mujeres?”

Una pensaría que estos departamentos de género en las redacciones se mantendrían en diálogo con la producción teórico-política de los transfeminismos, de los transfeminismos negros y decoloniales. Y me pregunto ¿qué están creando estas redacciones para contrarrestar el discurso transodiante que ha ido ganando terreno en los espacios digitales cubanos, si más bien generan clickbaits a costa de noticias amarillistas y polémicas en torno a personas trans? ¿Por qué la solución en este caso es solicitar siempre las recomendaciones no remuneradas de personas trans para mejorar la perspectiva y el respeto a las identidades trans en los medios, un colectivo que ya es precario, que tiene más difícil el acceso al trabajo y al cual se le exige además que participe en debates, produzca teorizaciones y otros tipos de asesorías de manera impaga?

¿Qué están creando en materia de antirracismo? Puesto que si el interés con el género es analizar las problemáticas de las mujeres, ¿acaso las mujeres negras no son mujeres? La historia de nunca acabar. La eterna pregunta formulada por la abolicionista de la esclavitud y defensora de los derechos de la mujer Sojourner Truth en 1871.

Me llama poderosamente la atención este interés en las ediciones/asesorías de género, en tener editoras de este tipo y no personal editorial también preparado en antirracismo, en temáticas trans y otras cuestiones relevantes para la sociedad cubana. Eso sólo responde al lugar que se le da al género, como hemos visto, por encima de otras problemáticas y opresiones, y al pretendido feminista de explicar el mundo desde un solo lugar.

Foto tomada del Twitter de Mel Herrera.

Destaco en este sentido la elaboración del “Manual de género, sexualidad, racialidad y capacitismo”, por parte de las revistas Periodismo de Barrio y Afrocubanas. Es un esfuerzo para prestarle igual interés a las problemáticas que se asocian al racismo, al sexismo y a otros vectores opresivos. No es casual tampoco que sus autoras principales sean dos mujeres negras, dos feministas antirracistas.

Del mismo modo me pregunto, como lo hizo antes en sus redes la académica Yarlenis Malfrán y desde algunas de sus columnas en la revista Alas Tensas, ¿por qué la pasada fecha de la Mujer Afrodescendiente, Afrocaribeña y de la Diáspora pasó sin atención de la mayoría de medios de comunicación y proyectos con enfoque de género, salvo por las revistas Afrocubanas y Subalternas (y seguramente alguna otra que ignoro), como si la fecha fuera sólo interés y menester de mujeres/directoras de medio negras y afrodescendientes. ¿Por qué las editoras de género de estos otros medios no incentivaron la publicación de trabajos y contenidos relacionados con la fecha y con las problemáticas que aquejan a estas mujeres?

¿Por qué siempre la excusa es “no tenemos a quién recurrir” para que hable de personas trans o de mujeres negras, como denunció en 1979 la afrofeminista lesbiana Audre Lorde en un Congreso feminista?

Esa elusión de responsabilidades, ese lavarse las manos, es asimismo el motivo de que se excluya el arte de las mujeres negras de las exposiciones de mujeres, la obra de las mujeres negras de la mayoría de las publicaciones feministas (…). Ahora se nos dice que corresponde a las mujeres de color educar a las mujeres blancas, afrontando su tremenda resistencia, y enseñarles a reconocer nuestra existencia, nuestras diferencias y nuestros respectivos papeles en la lucha conjunta por la supervivencia. Lo cual es una manera de desviar nuestras energías y una lamentable repetición del pensamiento racista patriarcal.

¿Tienen alguna presencia estas otras mujeres (negras, trans, etc.) en esas redacciones o departamentos de edición de género? ¿Son tenidas en cuenta para esos puestos o sólo cuando toca la ocasión y para extraer su “experiencia” o testimonio, como si la perspectiva de mujeres negras y trans no fuera también conocimiento situado, o fuera un anexo del género y recayera sobre ellas la misión de recordársela a las redacciones? ¿Qué mujeres son las que tienen acceso a esos puestos? Aplaudiera este logro feminista, esta perspectiva de género, sin más, si también asumiera una pluralidad de voces y de posicionamientos que cada vez son menos innegables; si no terminara siendo un análisis de género sin perspectiva.

Cómo someterse a una edición de género y morir en el intento

Hay muy pocas maneras de que una feminista o pensadora posicionada fuera de los marcos hegemónicos del feminismo salga ilesa de una edición de género. Mientras ella pondrá el énfasis en otras problemáticas que encubren el interés primordial en el género, una editora de género hará valer el papel histórico dominante del género y reconducirá el debate hacia las zonas y postulados que sostiene este feminismo. Así de simple. Su rol es el de salvaguarda.

“Hay muy pocas maneras de que una feminista o pensadora posicionada fuera de los marcos hegemónicos del feminismo salga ilesa de una edición de género.”

Es una lucha, a fin de cuentas, por hacer prevalecer la opinión de cada una frente a la de la otra. En este arduo proceso habrá concesiones, claro está, pero luego de no pocas reticencias a ceder espacio a la diversidad y dar lugar a las contribuciones que llevan siendo marginadas por décadas. La edición de género pasará con el lápiz morado encima de la línea que disienta de la visión dominante e intentará moderar el discurso y la rabia antirracista, la crítica a la blanquitud en el seno del feminismo.

Le va a poner muchas trabas al texto, hasta las más inauditas: es enrevesado, es largo, usas términos complejos y desconocidos. En ese momento una editora de género desechará una de las máximas más importantes del feminismo: “lo que no se nombra no existe”. Sólo has usado términos necesarios para nombrar lo que quieres analizar, y que en cualquier caso sólo podrá tributar a ampliar los conocimientos de la audiencia.

Como fieles veladoras y creyentes de la sororidad, práctica política que se utilizó para silenciar a mujeres que disentían del discurso feminista dominante, van a mostrar más interés en moderar tu crítica hacia la praxis política de determinadas mujeres “por el hecho de ser mujeres” y porque tenemos que evitar confrontaciones y críticas entre nosotras. En cambio, no tendrá reparos en hacer análisis simplistas y generalizante sobre los hombres. Lanzará su mirada salvadora sobre las mujeres orientales, tenidas por pobres indefensas a las que hay que liberar de los hombres marrones, de los hombres orientales, de su religión, etc.

Va a llegar un momento en que se sentirá tan aludida en un texto que te dirá que la feministas blancas no existen, que es un estereotipo, un molde que te has inventado. No importa que ahí esté la evidencia histórica y la tradición. Quien entienda como ofensas o como racismo inverso conceptos analíticos y descriptivos como “blanquitud” o “feministas blancas/hegemónicas”, los cuales no remiten a una identidad racial sino a una serie de supuestos, prioridades, aspiraciones, modos de pensar y de comportarse instalados en la sociedad y en el seno del feminismo que niegan el privilegio racial, definitivamente no está en disposición de aceptar lo que feministas, pensadoras y mujeres subalternizadas tienen que decir.

Una editora de género, a mi modo de ver, termina siendo una representante local del feminismo blanco, aunque ni ella misma quiera”.

Le faltará poco para reclamar que entonces quién se acuerda de ellas, que ellas también tienen derecho y que tienen que hablar de sus preocupaciones. Ellas, las que siempre han tenido posibilidad de habla y de autoridad epistémica dentro de los feminismos. Sacará pues su último As debajo de la manga, querrá virarte tus propias opiniones en tu contra. “Eh, chica, pero no dices tú que las mujeres son diversas, no generalices”. Y sólo entonces le interesará reconocer, por conveniencia, la pluralidad de experiencias y de mujeres.

Una editora de género, a mi modo de ver, termina siendo una representante local del feminismo blanco, aunque ni ella misma quiera. Su presencia en las redacciones es crear un frente que se oponga a las narrativas críticas de la blanquitud dentro del feminismo, como quien dice “#NoPasarán”. Las contribuciones y quejas de las feministas subalternas no pasarán, y si pasan, tendrán que moderarse, para que las sujetas universales se sientan lo menos interpeladas posible.

Finalmente, derrotada y con el peso de las mismas resistencias que se toparon las que te han antecedido, no tendrás otra opción que retirar el texto. Cuando pregunten se dirá “es que con las negras y las antirracistas no se puede trabajar, son muy enojonas y agresivas, son unas resentidas”.

Consideraciones finales

No es casual que las perspectivas de género que logran permear redacciones y agendas editoriales sean las nociones más hegemónicas y las posturas que más se resisten a incluir las visiones que se producen desde los feminismos en los márgenes. Como periodistas, comunicadores/as, directores/as de medio deberíamos estar atentos a ello.

Abrir nuestras redacciones a otras perspectivas, diversificarlas en materia de género pero también incluir una perspectiva antirracista, invertir en formaciones que enaltezcan una mirada eslabonada de las opresiones y no fragmentadas o jerarquizantes, debería estar experimentando un mismo apogeo como lo está siendo la perspectiva de género.

No tengo ningún problema en reconocer que los medios, y más en el contexto represivo cubano, son perfectibles. No pueden abarcarlo todo, y es cierto. Pero dentro de lo que pueden abarcar ha alcanzado para lo que siempre misteriosamente alcanza: género, visión universalista del género y de la mujer. La cuestión es preguntarnos por qué. Por algo será.

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