Cuando el capital simbólico no es suficiente para impedir la violencia contra las mujeres
Aunque dispongan de elevado capital simbólico, las mujeres se ven envueltas en conflictos machistas que comprometen su vida y son culpadas por la sociedad.
La fuerza, concebida desde la lógica del poder masculino, posee un lugar primordial en el actual concepto de civilización. El control de la naturaleza y de los cuerpos de la mujer (cuya naturaleza es esencializada en su vientre), así como la ordenación de sus funciones, es un episodio básico para comprender el devenir de la historia humana y los malestares cotidianos que muchas padecen.
A los niños se les está queriendo enseñar a ser hombres todo el tiempo, y a las niñas mujeres. Y no es solo un concepto más asociado al sentido temprano de responsabilidad, es una prescripción sexista. A ellos, se les enseña a autoflagelarse, como cuando a un niño llorón le dicen: este se está comportando como una señorita o una mariquita. A las infantes se les llama lloronas sin más, y de adultas, histéricas o intensas.
Unas de las tantas evidencias que poseemos acerca del modo en que el patriarcado logra asentar estos criterios conductuales en la sociedad y otorgar impunidad a la violencia mediante el consenso, figura en la forma en que las mujeres, aun cuando disponen de elevado capital simbólico ―estudios, ingresos propios, conocimiento acerca del tema―, se ven envueltas en conflictos machistas que comprometen su vida y bienestar general al mismo tiempo que son juzgadas, culpadas e ignoradas por la sociedad.
Al respecto tres mujeres cubanas conversan, y finalizamos con una historia de proyecciones universales que nos interpela, demostrando la necesidad de buscar reconocimiento y movilizarnos desde un feminismo genuino.
I. Marta
“Desarrollé estudios universitarios en varios niveles, dos licenciaturas y una maestría. No obstante, fui víctima de violencia de género, así como se escucha. Fui víctima de maltratos verbales y físicos. Pero no solo eso, tuve que superar el sentimiento de la culpa. Es muy amargo para las mujeres que supuestamente poseen todas las herramientas para hacer frente a este fenómeno, experimentar juicios de valor. En especial porque los juicios se orientan hacia ti, no hacia el agresor, y vienen siempre combinados con un sentimiento de indiferencia que observa el matrimonio como una unidad aparentemente desvinculada de la comunidad.
Dejé de llevar el pelo suelto dentro de la casa. Desarrollé una especie de instinto de supervivencia, aunque parezca exagerado llamarlo así. Cualquier ruido me sobrecogía y la ansiedad me generaba insomnio.
Una de las últimas veces que me agredió antes de la separación definitiva, no solo escupió mi cara, apretó mi cabeza entre sus manos como si fuese a romperla y por momentos me tapaba la nariz y la boca al mismo tiempo.
Viví un estado de dependencia afectiva sostenido en un ideal tradicional sobre las relaciones de pareja. Existían intereses comunes de cuidado y sostén material, no lo voy a negar, pero a la corta o a la larga las dependencias del trabajo reproductivo no remunerado son siempre simplificadas e invisibilizadas por los hombres.
El patriarcado necesita consolidarse en esas zonas desmercantilizadas de la vida, pero que favorecen la acumulación de capitales simbólicos y financieros para los hombres. En el hogar las mujeres no solo procuran un sostén material con base en la división sexual del trabajo y el ejercicio de labores de cuidado ―al mismo tiempo en que muchas nos desempeñamos como doctoras, profesoras, científicas―, sino también procurar seguridad espiritual para los hijos o esposos para hacerles la vida más estable y confiada en entornos públicos como la escuela y el trabajo. Deben demostrar ser productivas y eficientes todo el tiempo por medio del compromiso y valores como la decencia, el sacrificio incondicional, entre otros.”
II. Laura
“En el brazo izquierdo llevo una Catrina, un tatuaje que me hice a los 25 años, colorido como las ceremonias mexicanas que estas evocan y lo que representan para ese límite entre la vida y la muerte. Paradójicamente, la Catrina también es símbolo de la muerte digna o la muerte con dignidad en un país distante culturalmente pero cercano a Cuba y afectado en gran medida por los feminicidios y desapariciones de mujeres y niñas, sobre las que los familiares de las víctimas tienen que hacer después reclamos y ceremonias dignificantes.
Del lado del brazo derecho, tuve durante 10 días un hematoma que pasó por casi los mismos colores del tatuaje. Primero negro, luego verde y, por breve tiempo, fue un crisol, amarillo, naranja y morado fundamentalmente. Quizás es muy sencillo para la piel reparar lo que sucede cuando unos cuantos vasos sanguíneos se rompen, por efecto de las agujas de una máquina de inyección de tinta o de un simple golpe, pero no para nuestra mente y autoestima si se trata de algún tipo de violencia la que lo produce.
Una es optimista, cuando la violencia física la sobrecoje las primeras veces, piensa que es eventual, que es pasajero, que fue solo un impulso, que lo provocaste o que solo sucedió... Luego vienen por par de dosis más, y te das cuenta de que lo tenías más naturalizado de lo que pensabas, que estamos condicionados como sociedad para legitimar la violencia de determinado grupo de hombres sobre otros cuerpos ―mujeres y disidencias― y es entonces que desarrollas nuevas herramientas para enfrentarlo.
Las mujeres participamos de un proceso de socialización asimétrico con relación a la fuerza, y eso nos hace potencialmente vulnerables. Todas en mayor o menor grado, seamos universitarias o no, tengamos mayor o menor solvencia económica, podemos vernos envueltas en la línea roja de la violencia de género.
Ellos reciben un mandato de fuerza y masculinidad que a nosotras no nos entregan cuando nos asignan nuestra feminidad. Gracias a ello les es tan fácil construir una esfera de impunidad en relación con las del “segundo sexo” o “sexo débil”. No sé quién acuñó estos dos últimos términos al predisponer tanto los procesos de enseñanza y socialización, pero no ha tenido buenos resultados.
Lo peor de todo es que a veces no importa cuánto estudiaste o te superaste, cuánto conoces del tema, y cuántas especulaciones sostuviste respecto a cómo sería contigo si se diera el caso. Por cada día que este episodio se repetía, más cerca me sentía del límite de mis huesos, me imaginaba como el esqueleto de las Catrinas, muertas pero ataviadas, muerta en vida pero sedienta de una dignidad que necesitaba reclamar para mí.
La piel dejaba de un lado sus funciones vitales, incluso las inmunitarias, para ser solo eso, un pedazo de carne, afectado por el dolor y los machucones. Tampoco podía hacer de escudo o margen protector, porque pocas cosas duelen en el alma como el golpe de las personas con las que sostienes lazos afectivos y el órgano mayor de tu cuerpo, por sí solo, no puede sostener todo eso sin desbordarlo al sistema nervioso y comenzar a reproducirse en estados de ansiedad continuos.
La violencia machista posee como una de sus principales características el exceso. El exceso de fuerza, de control, de autoridad. De ahí que en no pocas ocasiones desborde en el feminicidio, el acto más angustioso de estos excesos. Porque toda violencia, aunque no se concrete en la muerte de una persona, buscará siempre una forma de aniquilar al otro y su dignidad.”
III. Karla
“No vale estar muy preparada y consciente de que la violencia no viene por medio de ti sino que es un problema real del patriarcado, si la sociedad no colabora y las instituciones encargadas de controlar el orden no realizan su trabajo con toda la profesionalidad que las circunstancias ameritan.
Mi ex pareja me expulsó del gimnasio donde entrenaba, lanzó mis cosas a la calle: mochila y toalla. Me dijo desafiantemente que yo no entraría más a ese lugar, del que este solo era un empleado. En respuesta decidí denunciarlo en la estación de la PNR más cercana.
La señora que asignaron para que tomara nota de las declaraciones se cuestionaba todo el tiempo mi denuncia, no le encontraba suficiente sustancia, carente de sentido. Yo trataba de explicarle que ese acto tenía algunos antecedentes, golpes y amenazas con romper cosas de mi casa, pero que también su actitud violaba los fundamentos legales de un lugar ―el gimnasio― que debe funcionar sin discriminaciones. A veces creo que debemos llegar moribundas a la estación de policías antes que a un hospital.
Realmente recuerdo como un hecho repulsivo el tener que citarle mecanismos y normativas legales a aquella mujer para demostrar mi condición de víctima, y acompañarlo todo con alguna que otra reflexión sociológica. Fue desgastante, y no solo vivimos en un país carente de Ley integral para la violencia de género, sino con trabajadores encargados de garantizar el orden público sin vocación humanista y conocimientos al respecto.
Por si fuera poco, seis horas después mi ex regresó por sus cosas para irse de casa y decirme que no sucedería nada con él, porque quien lo atendió había sido suegra suya y ella solo dejaría aquella nota allí sin más...
Mi visión de la fuerza y el modo en que este concepto se encuentra instrumentalizado en la sociedad me ha llevado a cuestionar muchas cosas después de aquello. Esa visión de la fuerza bruta nos pone “huevos” cuando nos percibe como fuertes, es decir, parece que no hay lugar en nuestras sociedades para legitimar una fuerza que venga de los cuerpos con útero, que menstrúan, que sostienen vida, puerperales, que dan de comer, parece que de ahí no se origina ninguna fuerza digna de admiración aunque potencialmente sea creadora de humanidad. Acaso nadie tiene “ovarios bien puestos” cuando encara la vida? Si lo hace bien, de acuerdo con este juego semántico, es porque tiene huevos.
La fuerza siempre se ha construido como un elemento legitimador de un mundo machista, y la construcción de este criterio dominante y viciado de fuerza ―bruta, violenta― ha ayudado a sostener otros criterios sobre la resiliencia, el carácter, la personalidad y los sentimientos adecuados. De esta forma se vuelve contra todas y todos si rompemos algún tipo de orden o equilibrio hegemónico e injusto.”
IV. Frida

Si Frida Kahlo pudiera hablar por su propia voz, después de lo que representaron los 60s para el movimiento feminista mundial y de las revueltas en Tlatelolco ―sucedidas por una matanza patriarcal y represiva del Estado sin límites de brutalidad contra estudiantes―, no sabríamos lo que nos diría. Pero Frida siempre nos ha sabido hablar en el tiempo a las mujeres.
Cuentan que de una mezcla de despecho y rechazo a un feminicidio nació Unos cuantos piquetitos, obra donde la mexicana retrata el asesinato brutal de una mujer, documentado y anunciado por la nota roja mexicana en 1935. Le confió a un amigo que en esa historia vio retratado su propio dolor, puesto que la infidelidad de Diego Rivera con su hermana la hizo sentir igualmente acuchillada.
Al final, no faltan quienes reduzcan a la artista a un manojo de despechos, a “arrebatos histéricos” e intensidad, y con ello también la grandeza de su obra en gran parte producida desde el dolor que le ocasionara a lo largo de su vida el accidente que sufrió con solo 15 años.
Las actitudes de Frida han sido cuestionadas por mujeres y hombres, por poseer recursos, por ser artista, por ser famosa, y a pesar de todo ello, por amar sufridamente a un hombre que no la valoró, Diego Rivera. La universalidad de lo masculino también ha estandarizado unos sentimientos válidos para amar, desinteresadamente, fríamente, desapasionadamente... La subjetividad masculina es racional, la femenina no. Y encima de todo ello, nos enseñan que solo probamos como mujeres lo que valemos, de ser validado primero por los estándares de éxito masculinos.
Los sentimientos femeninos son simplificados diariamente como las condiciones de muerte de esta mujer que Frida retrató. La humanidad mujer es de modo recurrente aniquilada, como los críticos de la artista o quienes justifican el asesinato de una mujer con algún tipo de “fechoria” pasional.
Muchas mujeres incluso rechazan ver a esa mexicana como un ícono de liberación, por haber tenido una vida marcada por las dependencias afectivas hacia su cónyuge. De alguna forma, motivadas por los principios de éxito y resiliencia individual liberal, participan del silenciamiento y el homicidio colectivo a otras mujeres. Así como se sintieron juzgadas todas las mujeres en los testimonios anteriores.
Frida encontró en el arte un medio de regeneración continua, no solo por donde canalizar la ira, sino donde ir mutando dentro de cada pedazo en el que fue quedando invalidada física y psicológicamente después de las intervenciones quirúrgicas y el despecho: el no poder tener hijos, ni disponer de todas sus facultades físicas, el ser defraudada por los cercanos. Y no por ser una mujer excelsa, singular, reconocida, educada, estuvo alejada de ese caos y los malestares cotidianos que el amor romántico ―exageradamente idealizado y construido desde las relaciones de poder, graficado hasta en los libros de lectura de la infancia― nos provoca a todas.
El arte de esta mujer es profundamente emotivo, se encuentra colmado de esa cualidad de las que nos acusan a las del segundo sexo; también es empático, porque una artista que se expone como ella, sin reservas, ayuda a visualizar otras experiencias sociales que le traspasan por medio de registros como el de la obra Unos cuantos piquetitos.
Dentro de una Historia que se inscribe con sello patriarcal, su narrativa recogida en más que unos cuantos lienzos, termina llegándonos en lecciones y consejos de vida, en pequeñas frases que lograron escapar a las mordazas del tiempo masculino.
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