¿Por qué es necesaria una óptica de género?

“Si no se hubiese aplicado un enfoque de género, las mujeres aún no tendríamos derecho a estudiar, a votar, a conducir un auto, o a actuar independientemente de los hombres de nuestras familias.”

| Opinión | 13/03/2025
Marcha por el 8M en España. Foto AP
Marcha por el 8M en España. Foto AP

La ignorancia de su propia historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantener a las mujeres subordinadas.
Gerda Lerner

Si no se hubiese aplicado un enfoque de género ―si bien parcial, gradual y limitado― hace más de un siglo al menos en Occidente, las mujeres aún no tendríamos, ni en Europa ni en las Américas, derecho a estudiar, a votar, a conducir un auto, o a actuar independientemente de los hombres de nuestras familias. El espacio público y el privado seguirían siendo definidos y controlados desde la autoridad milenaria del pater familias, del marido, del hermano mayor. En una palabra: patriarcado vitalicio.

La lucha por colocar ese enfoque de género en el centro mismo de la conversación social, económica y política de la sociedad la han llevado adelante miles de mujeres en todos los países de Occidente, convencidas de su igualdad ―negada y choteada por los hombres― y cansadas de continuar siendo ignoradas y atropelladas, explotadas en lo que respecta al trabajo, y ninguneadas en su labor no-remunerada de madres, esposas y cuidadoras.

Prejuicios contra el feminismo

Y todavía hay hombres y mujeres que ignoran ―o no quieren aceptar― que gracias a una agenda feminista y a las mujeres que impulsaron dicha agenda, contra viento y marea, contra ostracismo, crítica, marginación, regaño y castigo, es que nuestras sociedades han progresado y se han acercado a la equidad y a la justicia en la práctica, aunque queden bolsones de misoginia y machismo regados por todas partes.

Aún hay muchas personas que se niegan a tomar en serio y con respeto el feminismo como lo que es: “el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, según lo define la Real Academia Española. El feminismo “es la ideología que defiende la igualdad en aspectos sociales, culturales y económicos entre ambos sexos, visualizando, transformando ―y eliminando― las formas de opresión, dominación y segregación y otras violencias específicas que sufren las mujeres”.

Según la historiadora Gerda Lerner: “El patriarcado es la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños de la familia, y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres de la sociedad en general”. No se puede hablar de feminismo sin señalar la misoginia del sistema patriarcal, que según la profesora Mariela Fargas de la Universidad de Barcelona, es “un sistema construido históricamente que se basa en la supremacía del varón que ejerce un liderazgo indiscutible sobre el poder o la propiedad, perpetuando el control de sus recursos mediante prácticas de violencia”.

En 1993 ―hace 33 años, quién lo puede creer― escribí lo siguiente:

Sospecho que hay más hombres feministas de lo que las apariencias indican, hombres que si siquiera se reconocen a sí mismos como tal. Pueden ser nuestro padre, nuestro hermano, nuestro cónyuge, el vecino de enfrente, el mecánico, el profesor universitario, el bodeguero. La mayoría de ellos no manifiesta su feminismo abiertamente porque los cánones machistas cuestionarían inmediatamente su masculinidad.
Además, entre la mala publicidad que la prensa patriarcal le ha dado al feminismo, y la impresión de que los hombres “son el enemigo” creada dentro de algunos sectores del movimiento, no ha habido mucha cabida para ellos en el mismo. Esos extremos ―normales cuando el péndulo humano se alza hasta el polo opuesto―, han ido cediendo a una mayor comprensión de la necesidad de que los hombres abracen el feminismo con plena confianza. Para lograrlo, el feminismo tiene que abrazarlos a ellos.
Creo que la colaboración entre hombres y mujeres es imprescindible y enteramente posible para crear una justa sociedad humana. El feminismo no es una agenda para mujeres: es una agenda para la humanidad.1

Volviendo a Cuba: ¿por qué en Cuba no hay aún una Ley Integral contra la Violencia de Género? Porque el gobierno que maldirige el país es un régimen patriarcal, misógino y machista en el que el poder ―masculino, claro está― se cuida y protege sus espaldas. En Cuba no ha habido en sesenta y seis años desde el triunfo de la revolución castrista, una organización feminista oficial que luche por la equidad y el empoderamiento de las cubanas.

Las organizaciones independientes ―como las más de 900 que existían en Cuba en 1958― han estado y siguen proscritas. Es bueno mencionar el grupo Magín de comunicadoras, la primera y única ONG independiente que surgió en estos sesenta y seis años para ser aplastada ipso facto por la propia Vilma Espín y la Federación de Mujeres Cubanas.

¿Qué ha logrado el movimiento feminista?

El conocimiento académico no es propiedad exclusiva de los hombres. Imagen diseñada por Freepik
El conocimiento académico no es propiedad exclusiva de los hombres. Imagen diseñada por Freepik

¿Qué es, entonces, lo que las mujeres ―y la sociedad en general― le debemos al feminismo? El derecho al voto, a estudiar, a casarnos con quien nos plazca, a no casarnos, a divorciarnos, a nuestra identidad sexual, a la maternidad, a interrumpir un embarazo, a no procrear, a adoptar un hijo o hija aunque no estemos casadas, a trabajar fuera del hogar y ser justamente remuneradas, a no ser golpeadas por nuestra pareja, a presentar una demanda judicial y también una orden de restricción en contra de una pareja violenta, el derecho a la propiedad privada, a conducir un auto, a tener un negocio propio, a heredar bienes y propiedades, a los servicios de un banco, a la equidad.

A la lucha de los diversos movimientos feministas del siglo XX y XXI2 se le debe el derecho a salir a la calle sin escolta masculino de la familia, a recibir un sueldo igual al del hombre por el mismo trabajo, a aspirar a las ocupaciones mejor remuneradas, previamente reservadas para los hombres, a no tener que casarse con un hombre impuesto por su padre y mucho menos con quien la ha violado, para “salvar” la honra del apellido, a la asistencia médica durante y después de un embarazo, a la protección de la ley a favor de su seguridad y bienestar, a la potestad de los hijos sin que importe su estado civil, a la custodia de sus hijos, aún después de divorciada o vuelta a casar, a no ser sexualmente acosada por superiores, y a demandar a los acosadores ante la ley.

Gracias al activismo feminista se ha logrado cambiar arraigados conceptos de corte misógino: el feminicidio impune, mal llamado “crimen pasional”, el concepto de violación sexual como violencia contra la mujer y no como acto sexual, el derecho al control de la natalidad, la planificación de la familia, y el uso de anticonceptivos, la revaloración del trabajo doméstico como parte esencial del mercado laboral de una sociedad que merece ser remunerado, la aceptación de mujeres en cargos públicos y de liderazgo político, social y económico, la inclusión de mujeres en el sacerdocio al menos en las religiones protestantes, y la batalla dentro de la Iglesia Católica ―aún no ganada― por ese mismo derecho.

A los que insisten en que el camino feminista ha sido y es un error, una exageración, un extremismo innecesario, les invito a regresar tan solo al siglo XIX y a amoldar sus vidas a esos tiempos de abusos y explotación. Estoy segura de que al menos para las mujeres, la experiencia atroz hará de ellas unas feministas consumadas y agradecidas de todos los avances sociales y políticos que nos han traído al siglo XXI.

Para que las sociedades al menos de Occidente no den pasos agigantados hacia el pasado es que tenemos ―las mujeres al menos― que mantener y renovar la agenda feminista que idearon nuestras predecesoras hace dos siglos. No podemos confiar en que a los avances logrados no se les puede dar marcha atrás. La derogación en 2022 de la Ley Roe vs Wade que legalizó en 1973 el aborto en Estados Unidos, y la eliminación en 1960 de más de 900 organizaciones cívicas de mujeres en Cuba establecidas durante la primera mitad del siglo XX, son prueba de que a los derechos sí se les puede dar marcha atrás.

Manifestación de mujeres exigiendo el derecho al voto, Londres, 1920.
Manifestación de mujeres exigiendo el derecho al voto, Londres, 1920.

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1 Ileana Fuentes: Cuba sin caudillos: Un enfoque feminista para el siglo XXI, Princeton: Linden Lane Press, 1994.

2 Apoyada y gestionada en Cuba, antes del sufragio universal de 1934, por el compromiso personal de numerosos cubanos ilustres ―la parentela masculina de las feministas sin voz ni voto― que ocupaban cargos y posiciones que les permitieron a ellos legislar las reformas.

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