Milagrito, o “ella se lo buscó”

Los patrones de sojuzgamiento y marginación de la mujer se repiten como algo normal en la cotidianidad del cubano, y van desde los maltratos y abusos físicos y psicológicos, el sometimiento del cuerpo, las violaciones, hasta la privación de la vida.

| Observatorio | 22/01/2017

Aunque casada con Cheo “el guapo”, Milagrito era la alegría para los niños del barrio. Vivía a dos casas de la mía, con dar solo una corridita desde mi patio, sin necesidad de saltar cercas —en Chincha Coja, reparto marginal donde nací, todos los patios se compartían— llegaba al suyo que tenía las ciruelas y mamoncillos más dulces del mundo, los que ella prodigaba a manos llenas a todos los muchachos.

Las niñas veíamos en la bella mulata Milagrito a la mamá perfecta, nos dejaba hacer lo que queríamos. Y nos provocaba tantas risas, con sus ojos de cielo, con sus cuentos de “desparpajo” y de brujas que se montaban desnudas sobre pavorreales burlándose de las vecinas chismosas. Por mucho que nos prohibían llegar a donde Milagrito “la mulata”, la mujer “fácil” del barrio, todas desobedecíamos, porque su alegría contagiaba y nos hacía olvidar problemas y penurias de nuestro propio hogar.

Pero no siempre había felicidad en el rostro de Milagrito. Muchas veces la descubríamos cubierta de moretones y con la boca partida e hinchada. Las tandas de golpes que le propinaba Cheo eran tan famosas en aquella parte del mundo como su belleza y satería. “Un día la va a matar” comentaban los vecinos, pero jamás vi a alguien intentando detener al hombre rabioso que venía borracho a quitarle la sonrisa. “Un día la va a matar”, clamamos cierta vez las niñas, preocupadas, a Rosita, la gorda con espejuelos que dirigía la FMC (Federación de Mujeres Cubanas) en nuestra cuadra. “Miren —nos respondió impertérrita—, ¿ustedes no conocen el refrán ‘entre marido y mujer nadie se debe meter’, además, ella lo provoca...” Pero, “que la va a matar”, repetíamos, mientras éramos dispersadas con “el calabaza, calabaza, cada una pa´ su casa”. Y poco después, como era de esperar, la mató. A machetazos la mató. Qué tristeza la de aquel día en el barrio, y qué rabia, escuchando los comentarios de mujeres y hombres: “Ella se lo buscó”. El guapo de la cuadra cumplió sólo algunos años en la cárcel por cometer un delito de “crimen pasional” —¿esta figura legal, encubridora, no suena hasta hermosa o novelera?—

Desgraciadamente, la historia de Milagrito no fue un caso aislado entre los muchos que conocería en mi vida. En mi mismo barrio, por ejemplo, Cristóbal degolló a su exesposa cuando esta se negó a volver a su lado, y, para mayor horror, el crimen lo cometió delante de su propia hija. Nunca pasa mucho tiempo antes de que circule de boca en boca un nuevo caso de “crimen pasional”. Bajo el silenciamiento cómplice de los medios, patrones de violencia intrafamiliar se repiten a diario, los casos de feminicidios (“asesinato de mujeres por hombres motivado por odio, desprecio, placer o sentido de posesión”), se suceden más de lo que imaginamos, y ni siquiera tenemos acceso a esas estadísticas. La ley los condena bajo el eufemismo de “crimen pasional”, denominación que oculta la atrocidad del acto de barbarie y la esencia del pensamiento y la psicología machista y misógina que lo produce. La violencia dentro de los hogares tiene comúnmente como víctimas a mujeres y niñas.

Los patrones de sojuzgamiento y marginación de la mujer se repiten como algo normal en la cotidianidad del cubano, y van desde los maltratos y abusos físicos y psicológicos, el sometimiento del cuerpo, las violaciones, la coerción de diferentes maneras más o menos sutiles de la libertad de la mujer, hasta la privación de la vida. Para eliminar estos patrones no son suficientes las esporádicas campañas que se realizan por algunas instituciones y proyectos gubernamentales. La Federación de Mujeres Cubanas, una institución que debe velar por estos derechos, se ha sumergido —como gran parte de las instituciones masivas de esta sociedad—, en el burocratismo, que les ha deparado una falta de credibilidad y apoyo popular. Al menos al interior del país, los grupos de lucha contra la violencia de género, y a favor de la equidad y el empoderamiento de la mujer, que tengan un carácter de verdadera sociedad civil, son prácticamente inexistentes. Y cuando logran articularse, siempre aparece la sospecha de estar ante grupos potencialmente “subversivos” y “desestabilizadores”. Una mujer que se encuentre en una situación de abuso y violencia sistemática, comúnmente no encuentra en quién verdaderamente confiar, instituciones que se comprometan a profundidad con un acompañamiento directo, ayuda sostenida y efectiva. El mayor nivel de comprometimiento de una institución pudiera estar dado por la conversión de las víctimas en activistas, como gestoras de un cambio, pero ese proceso de evolución espontánea y consciente, en Cuba está limitado a la mínima expresión, supuestamente por innecesario ante la cobertura de las redes estatales.

A la mujer cubana no le basta con que existan leyes que propicien la igualdad de género, y la dignidad de la mujer. La lucha por la equidad y la emancipación de la mujer —aún más en los pueblos del interior y sus barrios periféricos, donde la mentalidad patriarcal goza de un ambiente fértil y actúa casi en el anonimato—, tiene un largo y difícil camino que recorrer, y pasa inevitablemente por la toma de conciencia de las mismas mujeres, por el autorreconocimiento de su subalternidad, por el enfrentamiento a cualquier tipo de violencia y discriminación, por la búsqueda de una identidad femenina que rompa los esquemas y roles tradicionales a que nos ha sometido durante generaciones una sociedad abiertamente patriarcal que no asegura una real equidad.

Semejantes objetivos no se logran con simples y efímeras campañas gubernamentales y slogans publicitarios, hay que propiciar una verdadera sociedad plural y diálógica que incluya la creación de polos de resistencia, de agrupaciones que permitan la formación de una conciencia de y hacia la mujer, de una educación que remueva las raíces del poder patriarcal y otorgue las herramientas necesarias para encaminar a las mujeres hacia el logro de una conciencia liberadora que las empodere, no solo en lo profesional y social, sino también en lo doméstico y privado.

El trabajo contra la violencia de género pasa inevitablemente por la necesidad de hablar con transparencia, sin hipocresías, sobre un mal presente en la sociedad cubana que nos concierne a todos; un mal que, por desgracia, incluso desde el propio discurso feminista sufre a veces simulaciones y camuflajes. Un mal que se alimenta también de la sumisión ideológica de las propias mujeres a la sociedad masculinizada en la que hemos vivido, lo que se percibe igualmente cuando oímos decir ante una mujer asesinada “ella se lo buscó”, que cuando permitimos se acosen o golpeen en las calles de nuestra patria a otras mujeres, blancas o negras, jóvenes o viejas, por el solo hecho de ser mujer o expresar sus ideas, sean del ámbito que sean, de manera pacífica.

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