Cuando el feminismo practica la transfobia: réplica a la entrevista de Susana Reina

"Frente a la deshumanización, la patologización y la discriminación históricas de las personas trans cabe preguntarnos de qué lado está el feminismo que practicamos".

cartel en medio de una manifestación en favor de las personas trans
"Los derechos trans son derechos humanos". Foto: Canvas

Cada vez es más recurrente la aparición en mi radar militante de dos argumentos que son accionados por algunas feministas para contraponerse a la inclusión de personas trans dentro de las agendas feministas y, peor aún, para inducir la violencia y el odio contra personas trans y travestis.

Uno de esos argumentos es que “decir persona menstruante es una forma de borrar a las mujeres y a sus reivindicaciones feministas, es una forma de misoginia”. El otro es que “sexo biológico es algo con lo que naces y envuelve cromosomas, características físicas, anatómicas, genéticas, que son inamovibles, inmutables”. Ambos argumentos configuran ideas esencialistas y transfóbicas en el seno del propio feminismo. 

Obviamente las feministas que apelan a este argumento (ya sea las que se autotitulen o no como feministas radicales) no admiten que están promoviendo la transfobia, y para ello se blindan detrás de malabarismos lingüísticos del tipo: “una persona trans debe ser respetada en todos sus derechos. Eso está fuera de discusión […] una persona que nace y crece en disforia de su corporalidad, de su sexualidad, de su cuerpo, merece atención y espacio y respeto […] cuando uno dice las cosas que te voy a decir a continuación, creen que está siendo excluyente o irrespetuosa”.  

Susana, usted no solo está disfrazando su irrespeto a la comunidad trans con esa condescendencia cisgénera que ofrece un respeto a la comunidad trans que debería existir sin que nadie lo otorgase como dádiva. Su argumento es también poco riguroso y deshonesto desde el punto de vista intelectual y yo, mujer cisgénero y feminista, le voy a decir por qué. Claro está, si es que usted está dispuesta a escuchar lo que hace años está siendo pautado y discutido por los movimientos feministas, comenzando por el propio feminismo negro, lugar desde el que también sustento esta réplica. 

Y ya que en su texto se apela a una especie de deidades feministas, cuando se refiere a que “usted sigue a las feministas clásicas” (dejando entrever una ideología clasista en la que determinados feminismos y feministas estarían en la cúspide y otras en el subsuelo teórico), permítame decirle que su defensa a ultranza del significante mujer como alguien que se define por una cierta materialidad de su cuerpo o, por algún otro símbolo socialmente construido y, por tanto opuesto a “personas que menstrúan”, choca de frente con una conocidísima contribución de una feminista “clásica”, Simone de Beavouir, cuando dijo que “nadie nace mujer”. 

una persona sostiene cartel mirando a la cámara en favor del feminismo trans
Foto tomada durante manifestación en Panamá por el 25 de noviembre. Foto: Raúl Soublett / Alas Tensas

Al final esta es una vieja disputa feminista en torno de tres cuestiones: 

*¿Quién es la mujer? (al parecer, en la perspectiva de feministas como Susana Reina, mujer equivaldría a una identidad —casi una entidad— esencializada que no puede “contaminarse”, “mezclarse” con otros sujetos que también sufren opresiones de género, como las personas trans).

**¿Quién es el sujeto del feminismo? Si para algunas feministas la mujer es el único sujeto político del feminismo (o sea, el único en nombre del cual se debería luchar por un mundo sin desigualdades de género), necesitamos volver a 1851 cuando Sojourner Truth (una “clásica” precursora del feminismo negro) ya avisaba que la categoría mujeres era insuficiente e inconsistente para abarcar la realidad de mujeres negras, por ejemplo. 

Todas las veces que usamos ese código de “la mujer universal abstracta” se está invisibilizando la realidad (y por tanto las opresiones) de mujeres indígenas, trans, gordas, bisexuales, lesbianas, periféricas. O sea, el propio uso del significante mujeres en una clave totalizadora y universal, es pre-requisito para producir exclusión de algunas de ellas. 

Ante la multiplicidad de existencias, categorías más abarcadoras

¿Cuál sería la salida entonces? Expandir los horizontes de los sujetos políticos del feminismo, optar por categorías más abarcadoras considerando a la multiplicidad de existencias que son oprimidas por el sistema de género que tenemos hasta hoy. Un ejemplo de ello es la categoría personas que menstrúan, que incluye tanto a mujeres cisgénero como a personas trans-masculinas y no binarias

Eso no equivale, en absoluto, a abolir la categoría mujeres (y es una deshonestidad apelar a ese argumento), sino a colocar en el mismo plano a otros sujetos cuya invisibilización (o no enunciación) impide, por ejemplo, que accedan a políticas públicas de salud como son aquellas que promueven la dignidad menstrual de todes.

Imagine Susana, por un momento, la diferencia que implica en la vida de una persona trans, disponer de un servicio de salud inclusivo que comienza por reconocer su existencia como persona trans que también menstrúa y, por tanto, tiene necesidades específicas de salud, vinculadas a esa condición específica que es menstruar. 

A partir de aquí Susana, yo te invito a observar esta cuestión a partir del lente de tu privilegio como mujer cisgénero y militante feminista, en un contexto de salud. Por eso te pregunto:

¿Cuántas veces tuviste tu nombre o tu identidad de género negada o irrespetada en un servicio de salud?

¿Cuántas veces dejaste de ser atendida en un servicio de salud por ser una “mujer cis”? Ya que en su entrevista arguyes que “no entiendes lo del cis”, quizás observando todas las políticas y servicios de salud a los que probablemente has podido acceder a lo largo de tu vida, te percates de que, independiente de todas las violencias de género que mujeres cisgénero como tú y yo podamos haber sufrido en servicios de salud (como la violencia obstétrica por ejemplo) ello no ha significado estar impedidas o imposibilitadas de acceder a los mismos por el solo hecho de “ser mujer”. 

Lo contrario sí sucede a diario con personas trans que tienen que pensar mil veces antes de salir de su casa y acudir a un servicio de salud ya sabiendo que van a sufrir transfobia (porque el personal de ginecología, obstetricia piensa exactamente como usted). 

manifestación con banderas trans
Orgullo en Madrid. Foto: Nonardo Perea / Alas Tensas

Ya que “eso del cis le suena extraño”, le pido que reflexione entonces sobre el costo de esa invisbilización para la salud física y mental de personas que no son cisgénero y cuya existencia no cabe en el significante: —mujeres— . 

Obviamente, la gente no suele problematizar nuestros propios privilegios, porque ellos nos permiten estar en lugares confortables. 

Y digo más, a propósito de que el título de su libro es Incomodar para transformar, le pregunto: ¿por qué le incomoda tanto la categoría “personas que menstrúan”, una categoría que se propone incluir personas excluidas históricamente de los servicios de salud?

Delante de tanta deshumanización de personas trans, travestis e incluso mujeres cis negras, ¿por qué la categoría PERSONAS le parece tan ofensiva? Si justamente un sector importante de personas oprimidas por el sistema de género luchan, en primer lugar, por el reconocimiento de su humanidad. El único fundamento que se me ocurre para ese pánico moral es la transfobia

dos personas no binarias racializadas sonríen a la cámara
Orgullo LGBTIQ+ en Madrid en 2022. Foto: Nonardo Perea / Alas Tensas

«Nuestro cuerpo no termina en nuestras pieles»

 *** Retomo otra arista que fundamenta el esencialismo transfóbico de algunas feministas, y que remite a la pregunta: ¿qué es un cuerpo y de qué está compuesto? ¿de sangre, células, cromosomas, huesos? 

Es innegable, hasta para quien no leyó los textos de la “clásica” feminista y bióloga Donna Haraway, que el cuerpo reposa en una infraestructura material, física. Sin embargo, sabemos que ese mismo cuerpo, en tanto lugar de inscripción de significados sociales, no se agota en esa instancia física.

Nuestro cuerpo no termina en nuestras pieles ya diría Donna Haraway. Sexo nunca fue apenas una categoría biológica que pueda ser reducida a cromosomas y otros caracteres de esa índole. Sexo, es sobre todo un discurso biomédico, occidental, históricamente situado (no siempre fue así y Michel Foucault no me dejará mentir) y fundado en una lógica binaria llamada dimorfismo sexual

Por ende es un error conceptual “tú vas a morir con el sexo que naciste, porque está en todas las células de tu cuerpo”. Nadie nace con un sexo, porque la asignación a un sexo (de los dos que el discurso biomédico impuso ignorando y violentando inclusive personas intersex) se basa en una lectura visual que equipara genitales a un universo de feminidad/masculinidad. 

La asignación de sexo es una lectura que obedece al prisma de una sociedad generificada. Yo insisto en recomendar el texto de la clásica Donna Haraway, Dualismos en duelo

Angela Davis: «¿Por qué se hace tan difícil reconocer a las mujeres trans, como mujeres, aún cuando sabemos que el género es una construcción?».

‘Personas que menstrúan’: un término con fines inclusivos

**** Sobre el rótulo que usa Susana en su entrevista, refiriéndose a las personas trans como personas con disforia, vale recordar que ese término fue eliminado del reciente DSM-V (que fue uno de los lugares donde se promovió su uso durante años) por su carácter patologizante de las identidades trans y travestis. 

Por último, el término “personas que menstrúan” (así como personas gestantes y otros que podrían ser usados eventualmente con fines políticos inclusivos) no se propone crear un nuevo significante universal similar al modo en que un feminismo blanco, clasista y heterocentrado ha hecho del significante “mujeres” (cuando lo concibe como representante de todas las mujeres). Al final ese universal nos describe muy mal hasta a las propias mujeres cis. 

Baste recordar a la “clásica” feminista Monique Wittig cuando, cansada de la invisibilización de las mujeres lesbianas dentro del feminismo, dijo que “las lesbianas no son mujeres”; ya que si dentro de una perspectiva heterocentrada mujeres serían aquellas que se relacionan sexual y afectivamente con hombres, eso era algo que las lesbianas, por motivos obvios, no serían. 

La crítica feminista a la categoría mujer es una crítica a la histórica invisibilización de los marcadores interseccionales que se omiten cuando se usa ese código pretensamente universal. 

Suscribo aquí lo que fue dicho por Jaqueline Gomes de Jesus, Luanda Pires y Paulo Iotti en un texto que también confronta esa misma argumentación en el contexto brasileño: 

personas que menstrúan y similares se utilizan en el contexto específico de las políticas de salud (públicas y privadas) que sí consideran la biología. Por lo tanto […] no se quiere sustituir la categoría mujer por otra universal para que se pase a referirse a mujeres sólo como ‘personas que menstrúan’ en todos los ámbitos de la vida social, pues sólo se pretende señalar que, en demandas biológicas comunes, la expresión ‘personas que menstrúan’ engloba demandas comunes tanto de mujeres cis como de hombres trans y parte de personas intersexuales”.1

Delante de todo esto, cabe preguntarnos: ¿de qué lado está el feminismo que practicamos? ¿del lado del mantenimiento de una opresión estructural y, consecuentemente de una exclusión de personas trans, o del lado de la lucha por la destrucción de un sistema de género que masacra a tanta gente, entre ellas, a nosotras mujeres cisgénero y feministas, así como a personas trans, travestis, no binarias…? 

1Traducción libre de la autora del original en portugués.

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